«El arte de sobrevivir», de Arthur Schopenhauer

El 22 de febrero de 2013 se cumplían 225 años del nacimiento de uno de los más ingeniosos y carismáticos filósofos de la historia del pensamiento: Arthur Schopenhauer (1788-1860). Con el objetivo de conmemorar esta señalada fecha, la editorial barcelonesa Herder, que ya ha publicado importantes obras de y sobre el autor de Danzig (entre las que cabe destacar Senilia, que aún se encontraba inédito en lengua española), nos ofrece un librito de envidiable presentación a través del que podremos conocer algunos de los dictados más importantes de Schopenhauer.

¿Quién perseveraría en la vida como es, si la muerte fuera menos terrible? Y ¡quién podría soportar siquiera el pensamiento de la muerte, si la vida fuera una alegría! […] La verdad es que las dos son inseparables, en cuanto que forman una equivocación de la que salir es tan difícil como deseable.

Es bien conocida la clásica semblanza de tono pesimista que del filósofo suele darse. Desde luego, el pensamiento de Schopenhauer no se caracteriza -al menos en su contenido más explícito- por su alabanza de la vida y sus encantos; más bien todo lo contrario. Son numerosos los fragmentos en los que invita a vivir en el más absoluto recogimiento, alejado de otros seres humanos (que las más de las veces sólo traen problemas). Él mismo confesaba en 1833 que “vivo como un anacoreta, entregado total y exclusivamente a mis estudios y mi labor”. Dos años más tarde escribía a su hermana Adele, con quien mantuvo una relación difícil y distante, que “los hombres no significan nada para mí, en ninguna parte”.

Se habrá mostrado cómo la idea del ser en el tiempo es la idea de un desventurado estado, cómo el ser en el tiempo es el mundo, el reino del azar, del error y la maldad, […] cómo el querer vivir es la verdadera perdición, […] la vida no es sino una muerte pospuesta.

Tampoco los aparentes goces de la existencia parecían convencer a este tozudo pensador de que la vida fuera mejor que la inexistencia, por mucho que, hay que decirlo, disfrutara de ellos en más de una ocasión, al menos en su juventud junto a alguno de sus amigos más íntimos. A pesar de su acomodada posición social y económica, o gracias a ella, le fue posible emprender numerosos viajes de infancia junto a sus padres que le hicieron abrir los ojos ante el horroroso espectáculo en que el mundo puede llegar a convertirse. Sus testimonios, además, quedaron recogidos en sus diarios de viaje.

El tedio no es ni mucho menos un mal que pueda subestimarse: acaba pintando en el rostro verdadera desesperación. Hace que seres que se aman tan poco entre sí como los hombres, no obstante, se busquen tanto, y se convierte así en la fuente de toda sociabilidad.

el-arte-de-sobrevivirAunque muchas de sus sentencias suenen más bien a invectiva o reprimenda, el núcleo central de la filosofía schopenhaueriana puede encerrar, y de hecho tal era su cometido al redactar sus escritos, una enseñanza que permita desengañarnos de la vida (Baltasar Gracián fue siempre uno de los autores en los que el alemán reconoció un fuerte influjo), que nos ayude a habitar este terrible infierno que constituye la existencia con todos sus dolores y sufrimientos diversos… pero también los placeres.

Pues hay que recordar que para Schopenhauer el placer no supone más que el mecanismo del que se vale la voluntad para engancharnos a su infinita y funesta dinámica (lo que los hinduistas llaman samsara): el querer sólo encierra desgracias, nuestros impulsos más hondos nos empujan a satisfacer necesidades del todo estúpidas que, una vez tras otra, vuelven a aparecer en el transcurso de la vida. Nuestro continuo empeño, lo que a fin de cuentas nos permite permanecer ocupados en la existencia, no es más que el intento de dar satisfacción a unos deseos que siempre se vuelven infinitos.

Lo que ocupa a todos los seres vivos y los mantiene en movimiento es el afán de existir. Con la existencia, sin embargo, cuando se tiene por segura, los hombres ya no saben qué hacer; por ello, la segunda cosa que los mantiene en movimiento estriba en el afán de librarse del peso de la existencia, hacer que no se note, “matar el tiempo”, es decir, escapar al tedio.

Y es precisamente en este punto en el que Schopenhauer puede venir en nuestra ayuda -aunque pudiera parecer todo lo contrario-. La estrategia, absolutamente gracianesca, consiste en destapar los aspectos más incómodas de la vida para vivir no a la manera estoica (corriente que Schopenhauer criticó duramente en la segunda parte de su obra principal), que parece conformarse con asumir las monstruosidades de la existencia y establecer una suerte de convivencia con ellas; más bien propone consumir nuestro tiempo como si el yo que somos careciera de la más mínima importancia, como si nuestro cuerpo fuera un fenómeno que está de paso y que, en algún momento, dejará de existir. Esta forma de proceder, consistente en ser capaces de reconocer -dicho llanamente- que en realidad nada importa, desemboca finalmente en la muerte por inanición, en un “dejarse ir”.

La muerte es, además de todo, la gran oportunidad de dejar de ser yo; feliz aquel que la aprovecha. Durante la vida, la voluntad humana carece de libertad: sobre la base de su carácter imperturbable, su obrar se desarrolla con necesidad, atado a la cadena de los motivos.

Pero no nos pongamos tan serios. Schopenhauer fue hombre que disfrutó de su buen apetito, de su lucidez mental y de su entereza física hasta poco antes de su muerte. Murió en paz, recostado en uno de los sillones de su casa de Frankfurt; fue su ama de llaves quien puso el grito en el cielo cuando contempló el cadáver. Se dice que no sufrió y que su rostro presentaba un semblante nada forzado, incluso risueño.

Y quizás este sea el mejor resumen que de su obra nos legó: que la vida no es sino un negocio en el que tenemos las de perder, y que, si bien la severidad con la que a veces nos trata pone contra las cuerdas a nuestro ánimo, no hay motivos para que, de cuando en cuando, mostremos una mirada entre desafiante y confiada al destino y reconozcamos que nuestra derrota no es más que el definitivo triunfo…

 

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2 comentarios en “«El arte de sobrevivir», de Arthur Schopenhauer

  1. De acuerdo en todo, Carlos Javier. Y además, a los que insisten en el «pesimismo» de Schopenhauer les daría a leer estas breves líneas suyas:

    «Así pues debemos abrir puertas y ventanas a la alegría, siempre que se presente, porque nunca llega a destiempo, en vez de vacilar en admitirla, como a menudo hacemos, queriendo primero darnos cuenta de si tenemos motivos para estar contentos por todos conceptos, o por miedo de que nos aparte de meditaciones serias o de graves preocupaciones; y sin embargo, es muy incierto que ellas puedan mejorar nuestra situación, al paso que la alegría es un beneficio inmediato. Ella sola es, por decirlo así, el dinero contante y sonante de la felicidad.»

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  2. Pingback: El arte de sobrevivir | Vida de profesor

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