Guía existencialista para la muerte, el universo y la nada

Más que nunca, en tiempos aciagos, el existencialismo y su cuestionadora doctrina vuelven a cobrar un papel protagonista. Necesario, podríamos decir. Incluso apremiante. En momentos difíciles, en los que el ser humano se enfrenta a sus peores pesadillas y temores, resulta imperativo recuperar el pensamiento que vela por la autenticidad, por la negación y condena de la mala fe en nuestros actos: en definitiva, para recuperar la verdad.

Se publica en Alianza Editorial una muy compendiosa y atinada Guía existencialista para la muerte, el universo y la nada, escrita por Gary Cox, en la que el autor nos recuerda con amenidad y rigor la actualidad, siempre pujante, del existencialismo para hacernos cargo de la realidad. Más, si cabe, en tiempos revueltos. En tiempos en los que hay que pensar nuestra circunstancia y situarnos en ella, sin miedos ni tapujos, sin excusas. El existencialismo no sólo se pone ante los atemporales interrogantes de la filosofía (por qué nacemos, quiénes somos, adónde vamos, por qué morimos, etc.), sino que, dando un paso más, asegura que la existencia tiene el sentido que nosotros queramos darle. El sentido es una conquista, y no un don. Somos un proyecto, un cúmulo de posibilidades, que sólo se hacen efectivas y reales con la participación de nuestra decisión. Como recuerda Cox, «los existencialistas son seres con los pies en la tierra, entre otras cosas porque se preocupan por temas prácticos como la existencia, la experiencia y las interacciones que sufre el ser humano en el entorno urbano». Una filosofía para vivir, y no sólo para pensar

Porque, se pregunta el existencialista, ¿qué filosofía podría pensarse sin llevarse a cabo? O más exactamente, ¿es posible pensarnos sin, tras haber pensado, actuar? La visión existencialista sobre nuestra vida se encuentra transida por uno de sus momentos cumbre, o al menos decisivos: la muerte. Somos seres finitos que viven, de continuo, con la consciencia de su final. Como ya explicó Heidegger, el ser humano es un ser-para-la-muerte. No se trata de morbosidad, sino de lucidez ante nuestro porvenir, para conocer las implicaciones que la mortalidad tiene para nuestras acciones. 

Junto a la muerte, la nada es otro de los grandes temas que afronta el existencialismo. En palabras de Cox,

… los existencialistas consideran la nada como la base de la consciencia, y sólo cuando emerge el poder negador de la consciencia el universo se divide en los distintos fenómenos que experimentamos.

Es decir: a juicio del existencialista, la nada no es una entidad o un estado que se halle en los confines del universo, sino el hueco, el vacío que tenemos que crear en el ser para poder actuar. Nosotros mismos somos una nada relativa, un «no» a ese omniabarcante ser, que se impone frente a las circunstancias y decide cómo quiere proceder. Por eso, el existencialismo, lejos de lo que se ha querido pensar en ocasiones, es un gran «sí» a la vida, pero tomada en serio, de manera plenamente consciente

Puede que la vida carezca de sentido, que sea absurda y no tenga un fundamento palpable, o que, al menos, tengamos que dárselo nosotros, pero eso no impide que tengamos que actuar. De hecho, esa circunstancia es la que nos impele, como ninguna otra, a actuar y a hacernos responsables de cuanto hacemos. Nuestra vida no es un cuento de hadas. Y, en caso de que fuera un sueño, el existencialista querría hacernos despertar. Zarandearnos hasta que consigamos alcanzar la claridad suficiente para asumir nuestra responsabilidad individual, en lugar de culpar constantemente a las normas, al sistema, a la sociedad, al universo o, en fin, a la divinidad. 

La mala fe, en opinión de Sartre, consiste en emplear tu libertad contra ti mismo para no elegir, para que renuncies a tu responsabilidad y quedes (aparentemente) exonerado de la posible culpa. «Los existencialistas aborrecen la mala fe», escribe Gary Cox, y la autenticidad es, por ello, su santo grial, su gran aspiración. «En pocas palabras, ser auténtico implica vivir conforme al hecho de que no eres una entidad fija como una roca o una mesa, que está completamente definida por las circunstancias, sino un ser libre y responsable de sus propias decisiones», puntualiza Cox.

Los principios y los valores, a cuyo amparo se cobijan los esencialistas, no sirven de nada si sólo quedan en pura teoría y concepto, si no se actualizan mediante el único modo que tenemos para saber quiénes somos y mostrarlo a los demás: la acción efectiva en y sobre el mundo. Ya lo dijo Sartre, el cobarde se hace cobarde y el héroe llega a serlo por ser valiente, por decidirse por la valentía a pesar de que las circunstancias no sean esperanzadoras. Y por eso, también, escribió Sartre que «la existencia precede a la esencia»: porque primero hemos de actuar, primero estamos en el mundo, con el que hemos de hacer cosas, relacionarnos, y, después, pensar en él… para de nuevo descender al terreno de los asuntos humanos y seguir actuando. 

Este libro, breve y muy entretenido, invita a zambullirse –a través de sus principales protagonistas (Simone de Beauvoir, Martin Heidegger, el propio Sartre o Camus, con alusiones a Nietzsche u otras más literarias como Tolstói)– en el campo de minas del existencialismo. Un campo de minas que siempre obliga a dar un nuevo paso, a no rendirse frente a la adversidad, frente a la certeza de la muerte o de la derrota, frente al fracaso amoroso, frente a la enfermedad. «Esta guía –escribe Cox– está repleta de verdades existenciales duras y contundentes sobre la condición humana, que pueden resultar desconcertantes a nivel físico, emocional y filosófico». Y añade, de manera brillante:

Los existencialistas son como todo el mundo: libres, responsables, mortales, abandonados… La única diferencia es que son conscientes de ello, no intentan negarlo y tratan de sacarle el máximo partido. 

El existencialismo siempre aboga por poner en nuestra mano la responsabilidad de nuestro sentir y nuestro actuar. La mala fe es tan propia de los humanos como poco apropiada para quien quiere ser un auténtico ser humano. Y esa, quizá, sea la mayor lección del existencialismo. Sólo los elegidos se atreverán a acatarla y ponerla en práctica.  

9 comentarios en “Guía existencialista para la muerte, el universo y la nada

  1. Estaba a punto de ir con un teraoeuta existencial…y este libro ha sido mas que eso, ha sido un buen amigo con quien contar. Gracias al autor por este gran compañero.

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  2. Parece muy oportuno, máxime que la hora de mi muerte la siento cerca, debido a los años que declaro que he vivido, sin embargo en el momento final, estoy cierto que el instivo deseo de seguir viviendo, hará que estas letras no me suenen igual…
    Quizá la sabiduría de una ‘absurda’ promesa pase sesde ser un ser para la muerte a un ser para una vida eterna.

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    • Suelo decir y en este texto lo confirmo, que lo mejor del decir es hacerlo: macizo, preciso y consiso y no difuso, profundo y confuso.
      Gracias por la luz.

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  3. Siempre actuales los existencialistas,nuestras dudas mas profundas,nos hermanan a ellos,a la inutensidad de Sartre ,de Camus,hasta de Hesse,se agradece este esclarecedor comentario,articulo,reseña

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  4. No lo he leído todo, lo poco que leí, me pareció bien, solo me gustaría saber en donde puedo conseguir el libro completo ya que la verdad me quedé con ganas de saber todo lo demás ya que me fue muy útil leerlo para mis clases de la escuela, lamentablemente no encuentro en tiendas el libro y tampoco en internet y me sería muy útil para los análisis escolares que hago:(

    En cuanto al artículo, me pareció muy bien, gracias a esto, me interese por leer el libro

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  5. Aquí una asidua a tu blog, gracias por tus aportes. Me estoy adentrando poco a poco a la filosofía y leyendo este artículo me parecía que el existencialismo tiene puntos en común con el estoicismo. ¿Es así o estoy equivocada?

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  6. Por mi parte entendería el vivir ante todo como un responder, responder en el sentido de postura o actitud frente al mundo, a la vida a que hemos advenido. Responder, por supuesto, comporta responsabilidad, pero responsabilidad en tanto que afrontar o encarar, en tanto que asumir, asumir incluso aquello que , dado el caso y puede efectivamente darse, coarta o impide nuestra libertad y/o nuestra capacidad de acción, no siempre a disposición nuestra.

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