María Zambrano: una pensadora poética

Claros del bosque.jpgAlianza Editorial lanza en su prestigiosa colección de Bolsillo la Biblioteca María Zambrano con cuatro títulos fundamentales de la que fuera una de las más importantes pensadoras del siglo XX en lengua española: Claros del bosque, La tumba de Antígona, Hacia un saber sobre el alma y Persona y democracia, todos ellos avalados por la Fundación María Zambrano y con prólogos de reconocidos especialistas en la obra de la filósofa de Vélez-Málaga.

La prosa de Zambrano se distingue por aunar filosofía y poesía, por dotar, desde el principio, al pensamiento de una cadencia musical. No es casualidad que su primera vocación fuera la de dedicarse a la música, vocación frustrada por su padre, quien, a pesar de las escasas esperanzas que depositó en los estudios de su hija de cara a una futura salida profesional (los tiempos tampoco han cambiado demasiado, podría decirse), le permitió estudiar Filosofía y Letras. Desde entonces, cuando la joven María devora los libros en la biblioteca de casa, se decanta por las Humanidades, aunque gran parte de sus escritos debió escribirlos más tarde en el exilio, a causa del tumultuoso primer tercio que España vivió en el siglo XX y de la guerra civil que la obligó a abandonar su país y deambular por medio mundo.

Claros del bosque (1977) es sin duda el libro que mejor refleja la dulce complejidad del pensamiento de esta malagueña de tanto y tan fructífero carácter. En él se adentra en el meollo de la vida individual y colectiva mediante una clara denuncia: la ausencia o el olvido del sentir. La vida, antes que nada, es sentida, y, en correspondencia con ese sentimiento, es vivida de una u otra forma. No podemos dejar a un lado que somos animales y que, en este sentido, existimos sintiendo la realidad; no puede pasarse de puntillas sobre ella, sino que hay que desentrañar su sentido, una fuerza arrolladora nos impele a desvelar el cortinaje que, a cada momento, se nos tiende como una tela de araña sobre lo que nos ocurre. Y es que nuestro centro es el corazón, «porque es lo único que de nuestro ser da sonido. Otros centros ha de haber, mas no suenan».

En contraste con su maestro Ortega y Gasset, no es tanto la circunstancia lo que nos empuja a responder de nosotros, sino que, a partir de lo que esa circunstancia nos hace, del daño que nos procura (en tanto que nos hiere, porque la sentimos), hemos de habérnosla con ella. Por ello, el lenguaje intenta resguardarnos de ella, y lo empleamos como un escudo que, lejos de defendernos, nos ayuda a entenderla, a comprender cuanto nos circunda. En este libro, fundamental en la historia del pensamiento, Zambrano busca el sentir originario, un tiempo primario en el que nos veamos arropados por la esencia, si es que la hubiera, del mundo. Sólo la palabra, y la palabra compartida, nos ampara en la soledad del pensamiento. Un libro en el que las fronteras entre literatura y filosofía se difuminan como la única solución (literaria, reflexiva, quizá musical) a un problema acaso irresoluble: el enfrentamiento sintiente con la vida.

Ningún acto humano puede darse sino siguiendo una escala, ascensional, sin duda, con la amenaza, rara vez evitada enteramente, de la caída. Y aunque esta escala se siga con una cierta continuidad, se dan en ella períodos decisivos, etapas, detenciones.

La tumba de Antígona y Persona y democracia son los libros más netamente políticos de Zambrano, en el sentido más amplio del término. A juicio de la malagueña, fue en la polis griega donde nació y se descubrió la conciencia, lo que supuso una peligrosa novedad (Sócrates fue condenado por declarar libremente sus ideas en el ámbito de lo público), pues introdujo, en paralelo, la reflexión. Lo decisivo de la vida en común, y de la plaza (del ágora), sostiene Zambrano, es que se trata de un modo único de vivir, que exige dar cuenta de uno mismo ante los demás. Y si uno se pide cuentas a sí mismo, también ha de demandarla a los demás.

Por lo tanto, la plaza es el lugar de la sana exigencia común. Lo humano se convierte, pues, en problemático, y es en el ámbito de lo público donde hay que resolver esa problematicidad. La ciudad o polis, y con ella el ágora, era el lugar donde uno se sentía libre pero, a la vez, el lugar al que uno se sentía arraigado, ligado. Individuo y ciudad, ser humano y plaza, se condicionan mutuamente. Además, lo común plantea un previo «ser ahí», ya pre-existe cuando llegamos al mundo, y hemos de acudir a ese ser de lo común para decir quiénes somos, qué hacemos y, sobre todo, por qué: en definitiva, hay que dar cuenta, libre y valientemente, de uno mismo. La libertad sólo se conjuga en términos sociales, y el uso y abuso del poder ha de dirimirse en conjunto, en comunidad.

La relación con el pasado es uno de los centros del drama habido entre la persona humana y sus inevitables circunstancias sociales. Por el hecho mismo de que toda sociedad viene del pasado, y es como una especie de pasado que no pasa –especie de cristal–, es suficiente disentir de ella en un mínimo, sentirse por ella oprimido o decepcionado, para apunte la rebeldía frente el pasado.

Un saber sobre el alma.jpgPor último, y en opinión de quien escribe estas líneas, Hacia un saber sobre el alma presenta el más compendioso escrito de Zambrano, en el que se dan todas sus ricas facetas y en el que discute con pensadores como Freud, Nietzsche o su propio maestro, el ya mencionado Ortega. Compuesto por numerosos ensayos que abordan diversos temas, redactados entre 1933 y 1945 (es decir, en plena vorágine bélica española y europea), Zambrano atiende en este libro a su singular manera de reunir en un solo y singularísimo estilo poesía y filosofía. «Y es que parece ser condición de la vida humana –asegura casi al comienzo del libro– el tener que renacer, el haber de morir y resucitar sin salir de este mundo. Y una vocación es la esencia misma de la vida, lo que la hace ser vida de alguien, ser además de vida, una vida». Y culmina: «No otra cosa es lo que se ofrece en las páginas que siguen: huellas, signos de una vocación, de un quehacer ingenuo y espontáneo al que la soledad, el riesgo y la angustia, han hecho morir y resucitar». ¿Acaso existieron hasta la llegada de Zambrano palabras más bellas, terribles y esperanzadoras para intentar definir la existencia humana?

De la nostalgia de una realidad perdida, al par que del anhelo y la necesidad de hacerse un mundo, se desprende algo que es como una medida, ese algo incorruptible que hay en el fondo de cada uno y que jamás puede ser engañado. […] Este fondo insobornable […] es lo que no puede jamás acallarse y protesta de toda iniquidad.

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5 comentarios en “María Zambrano: una pensadora poética

  1. Aquí nuevamente se repite la experiencia de quienes se adelantan a su tiempo: Según Khalil Gibran el presente constituye u obstáculo insalvable. Y cuando la sociedad se hace menos defectuosa o primitiva, terminamos por reconocer la inmensa importancia de estas personas.

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  2. Pingback: María Zambrano: una pensadora poética | Anna Forés Miravalles

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