Simone Weil en sus escritos más tempranos

Simone Weil primeros escritos.pngSimone Weil fue una de las pensadoras clave del siglo pasado. Su temprana muerte, a los treinta y cuatro años, víctima de la tuberculosis (24 de agosto de 1943), dejó huérfana a toda una generación de pensadores que la tuvieron como estandarte de una nueva y, sobre todo, comprometida manera de reflexionar sobre la realidad. Su producción, tanto en lo práctico como en lo teórico, fue hiperactiva e ingente, y dejó una enorme cantidad de manuscritos inéditos, frente al escaso conjunto de obras que publicó en vida. Como escribe Emilia Bea en su prólogo a Primeros escritos filosóficos, tales textos inéditos, «dispersos entre París, Marsella, Nueva York y Londres, las ciudades que jalonan su itinerario vital, fueron custodiados y transcritos por sus padres, su hermano (el matemático André Weil) y sus amigos».

Fue Albert Camus, nada menos, quien –en la colección que dirigía en la editorial Gallimard– se hizo cargo de publicar la mayor parte de la obra de Weil, muchas veces en forma de suculentas recopilaciones. Camus veneró, en todo, a esta combativa pensadora. Una carta de presentación en absoluto desdeñable. Los textos que presenta está edición, fundamentales para conocer la mente e inquietudes de la más joven Weil, van desde 1925 hasta 1931, cuando la filósofa se incorpora a su actividad docente mientras no deja de prestar atención y de quedar impresionada por la cada más reivindicativa acción de sindicatos y uniones obreristas. Sorprende que son textos de extrema madurez y hondura para tratarse de líneas redactadas por una joven que apenas superaba los dieciséis años. La vocación filosófica se revela muy pronto en la jovencísima Simone Weil. A su juicio, todo estaba ya escrito, y sólo cabía una posibilidad: «imprimir un acento nuevo al pensamiento eterno», en palabras de Emilia Bea. Y así, apuntaba la propia Weil:

Esta tradición filosófica es lo que aquí llamamos la filosofía. Lejos de que se le puede reprochar sus variaciones, esta tradición es una, eterna y no susceptible de progreso. La única renovación de la que es capaz es la de la expresión.

Es en y a partir de estos textos como podemos comprender la formación del pensamiento más maduro de Weil; es en estos años, tan influidos por la enseñanza de su maestro Émile Chartier (Alain, al que se tenía por un «iluminador de conciencias»), en los que Weil aprende a pensar por sí misma y, sobre todo, comienza a darse cuenta de que el pensamiento, sin acción que lo acompañe, queda inerme, resulta frío y es, hasta cierto punto, vacuo y sobre todo traicionero (un dato que, sin duda, tiene mucho que ver con el concepto de «mala fe» en Sartre). Un pensamiento que no se actualiza, que no se hace realidad en la acción, es pensamiento muerto.

Todo es contingente, nada tiene realidad, hasta que no es llevado a cabo en y para el mundo. Si el pensamiento no se traduce en actos, no tiene «dónde agarrarse». Y esto es lo esencial en estos primeros años en los que Weil comienza a reflexionar sobre el mundo que la rodea. Por eso, explica con una bella metáfora en 1926, no podemos escapar nunca de «las sombras de la caverna»; somos esclavos de ellas. Ahora bien: «el esclavo es superior al amo, en cuanto que conoce al amo y sabe la naturaleza de su propia esclavitud». Y apunta en una cita para el recuerdo, en la que se resume gran parte de su futuro pensamiento: «Es posible incluso que éste sea el único conocimiento, y que sólo el esclavo rebelde pueda liberarse por el espíritu«. También en 1926, y muy en relación con esta necesidad de alcanzar la libertad, anotaba:

Soy un ser libre, al ser sujeto pensante; un sujeto pensante no puede ser más que libre; lo que no es libre es objeto de pensamiento. Pero también soy esencia, en cuanto que tengo ideas necesarias […]. Mas estas esencias no tienen realidad más que en el momento en que las pienso, en que, por así decirlo, las alimento con mi libertad.

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Un pensamiento que se da, pues, por y para la libertad, para alcanzarla, para conseguirla, para merecerla. Y sólo hay un modo de hacerlo: pensar la realidad que nos circunda actuando en ella en consonancia con esos propios pensamientos. Pensar la realidad sin parapetarse en la voz y en la acción ajena. Y es que una realidad pensada en la que el pensamiento no interviene (en forma de acción) es una realidad echada a perder. El mundo es una oportunidad para ejercer la libertad desde nuestro singular punto de vista.

Pensar correctamente y conformar la acción al pensamiento, ése es el deber más imperioso, o más bien el único deber y la única virtud. Por eso no podemos renunciar nunca al poder de pensar y de juzgar sin cometer una falta capital. Dicho de otro modo, debemos basar siempre el pensamiento y la acción en nuestro propio juicio.

Y ello porque, como escribe en una reflexión de corte más metafísico, todo lo que no constituye mi propio yo está fuera de mí, y, por ello, he de acudir a ello, de manera voluntaria, libremente, para poder transformarlo:

El tiempo es una relación entre el presente y el futuro, por la cual, quiera lo que quiera, desde el momento en que lo quiero, estoy fuera de mí, siendo el trabajo el único camino desde mí hasta mí. Estoy fuera de mí, todo es mediato para mí. Lo que me separa así de mí está definido por esta misma condición que yo siento que se me impone.

Y sentencia de manera muy bella: «Querer es lo que constituye en cierto modo mi ser; el querer es como una relación entre yo y lo que quiero hacer que sea, y que no es». O lo que es lo mismo: se precisa de una intervención activa de nosotros mismos para interactuar con el mundo. Lejos de la interpretación de Schopenhauer sobre la voluntad, el querer no nos condena, sino que, al revés, es la única oportunidad que tenemos de intervenir en el mundo para, con esa misma acción, hacerlo nuestro: «Lo primero que conoce el ser humano de su condición es que ésta es sucesiva. Hay que esperar o hacer».

Un volumen imprescindible, fundamental e incluso emotivo en el que asistimos a la evolución de una de las filósofas más importantes del siglo XX y, en general, de la historia de la Filosofía, que sorprenderá por la madurez de una joven que, desde muy temprano, se encaminó hacia la vocación filosófica hasta consumir una vida tan corta como intensa y comprometida.

Las relaciones entre seres humanos tienen en general el efecto de distraer a cada uno de ellos de sí mismo, de hacer perder la conciencia de sí mismo, de hacer olvidar las responsabilidades que implican para cada uno el poder y el deber de ejercer sus propias facultades.

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6 comentarios en “Simone Weil en sus escritos más tempranos

  1. Aquella noción sobre las relaciones sociales como enajenantes, es abrumadora, ya que ensayando mostrarnos empáticos, o intentando serlo, constituye una temporal ausencia de nuestra condición personal, para interesarnos en una subjetividad ajena, que puede resultar extraña.

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    • puede resultarte abrumadora pero ese es el juego dejar de ser para ser con el otro ,pues ser nosotros en forma pura requeriria ser solo nosotros siempre sin interaccion o aceptacion del otro, lo que en un contexto social es improbable , no transar te conduce solo a ti mismo , sin intercambio social que , por supuesto , puede ser tanto enriquecedor como dañino , no hay garantia , es parte del ser humanos en el juego social.

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