La luz que acaricia el enigma

portada-lea.jpgNada hay más complementario que lo absolutamente opuesto. Por ese motivo, podríamos decir que el enigma es la certeza de la incertidumbre, el deseo que nos ancla a una errancia trazada por lo (siempre) desconocido. El enigma, el secreto, el deseo, el misterio, llamémoslo como queramos o, mejor dicho, como podamos, nos atraviesa de tal forma hasta hacernos irremediablemente esclavos del abismo. Y precisamente, en la naturaleza de esa grieta que nos abre al misterio de nuestra existencia, se sostiene, en buena medida, la última creación del maestro Rafael Argullol, El enigma de Lea.

Concebida como una ópera, con el acompañamiento musical de Benet Casablancas, Argullol emplea una escritura poética, que intenta acariciar lo originario, a través de la sutilidad y la belleza de su letra. Una escritura, por otra parte, de la que emana luz, incandescencia, fulgor al intentar abordar lo que, por su naturaleza escurridiza y esencial, se escapa a toda palabra. Y es que, más allá de la búsqueda de lo prístino, que por otra parte siempre caracteriza cualquier obra de Argullol, en esta ocasión, en concreto, su escritura se traza desde un diálogo con la espectralidad de la música de Casablancas. El fantasma musical acompaña en todo momento la escritura de Argullol, una escritura que, gracias a esa complicidad con lo ausente, consigue ser más rica, penetrante y luminosa.

La historia, a su vez, es clásica, pero no por ello su destello deja de impactar y dislocar nuestro presente. La misteriosa Lea es violada por la divinidad y, como fruto de esa posesión, alumbra un misterio, un enigma, que quema sus entrañas de la misma forma que distorsiona su existencia hasta hacerla esclava de una errancia perpetua. Milojos y Milbocas, figuras que encarnan la represión, se encargarán de acompañar a Lea por esa travesía eterna, anulando, en todo momento, cualesquier contacto con la realidad y con sus semejantes. Ella es una posesión de Dios y, como tal, deberá (con)vivir con el misterio en una soledad sempiterna. Ahora bien, todo cambia cuando conoce a Ram, otra figura desvaída como consecuencia, en esta ocasión, de su ambición: miró cara a cara a la muerte hasta penetrarla, literalmente, en su desnudez. A partir de entonces, Ram es castigado por su audacia siendo sometido a un orden de tinieblas, cayendo en una semiceguera en la que lo único que percibe es el rastro de su fatalidad.

El encuentro no puede ser más esclarecedor. Lea, conmovida, nos dice

Cómo me recuerda tu historia
mi propia historia,
aunque con consecuencias opuestas:
tú encarcelado, yo errante;
fuego yo y tu hielo;
tú, loca razón,
instinto loco yo.
Tan diferentes y tan iguales.
Eres la otra mitad.
Nunca había sentido nada igual
en el interminable peregrinaje
bajo la ávida y temerosa
mirada de los hombres.
Te veo desamparado, ciego,
y mi corazón quiere aliviarte.

Pero el encuentro se trunca. Cuando la soledad parece abandonarse en realidad se reaviva como consecuencia de las fuerzas atemporales que separan los dos errantes. Todo esto, cabe apuntar, acontece en un tiempo inmemorial, indefinido, indeterminado. Sin embargo, y ya en la segunda parte del libro, la acción se asienta en unas coordenadas determinadas. Concretamente, estamos, en algún momento del presente, en una institución psiquiátrica regentada por el Doctor Schicksal. En ella habita Lea siguiendo la misma errancia en la que transcurría la primera parte de su castigo. Ante cualquier cortejo, ella se muestra esquiva, frente a cualquier seducción, sea mística, sexual, o virginal, ella responde desde la indiferencia. Hasta que, de nuevo, vuelve a reencontrarse con Ram, el único que verdaderamente supo ver, desde su oscuridad, el secreto que se alojaba en sus entrañas. Como si de un Tiresias o Zatoichi fuese, es el ciego Ram quien percibe los destellos de lo originario, quien siente las huellas de la pureza que tortura a Lea. Y es que, como en la mayoría de ocasiones, sólo cuando dejamos a un lado el imperio de la empiria, somos capaces de sentir efectivamente.

En su unión, Lea y Ram rompen su destino, destrozan, con sus caricias, las cadenas que la fatalidad había construido para ellos. Con la luz de su unión, se cartografían los nuevos caminos que irán más allá de los caprichos de lo divino.

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3 comentarios en “La luz que acaricia el enigma

  1. Pingback: El enigma de Lea - Rafael Argullol

  2. Es pues, la certeza de la incertidumbre la que nos ha conducido a la construcción de teorías más confiables, a partir de algunas otras defectuosas, es en suma, una actitud permanente de la búsqueda sin término de un conocimiento un poco más confiable. Podríamos resumir como sigue: La epistemología es el camino, la verdad y la vida, quienes creamos en ella, no pereceremos.

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