“Paredones en primavera”: Miyó Vestrini y todos los planos del mundo

Miyo Vestrini 1.jpgEl asunto es que el silencio te tome en cuenta.
El silencio, «Valiente ciudadano» (1994)

En 1955 entraba en el grupo Apocalipsis una poeta de dieciocho años recién cumplidos y cuyo nombre fue el único femenino en su lista de fundadores. Este círculo afincado en Maracaibo promovía una poética vanguardista de la pasión y sobre todo de rechazo a la estética y la moral opresivas, ya sofocantes, en que se veía envuelta la sociedad venezolana.

De una joven de dieciocho años conocida apenas a una de las voces más fuertes y profundas de la poesía en Venezuela. Marie-Jose Fauvelle Ripert (1938-1991), que tomó el pseudónimo de Miyó Vestrini, vivió entre dos nacionalidades, entre el amor y el deseo, la vida y la muerte. Ahora la editorial Torremozas recoge dos de los poemarios esenciales de esta autora: Pocas virtudes, publicado en 1986, y Valiente ciudadano, publicado, tres años después de su muerte, en 1994.

A los nueve años Vestrini había emigrado a Venezuela junto a su familia desde Francia, y será aquélla una de las primeras grietas que la autora va a contemplar y describir. En «Animal de ocasión», de Valiente ciudadano, admitía:

He tenido que compartir mi lugar. […]
Aprendí al mismo tiempo La Marsellesa
y el Himno al Árbol. […]
Me leen a Victor Hugo en voz alta
para que aprenda francés
y todavía no sé quién es Ismael Rivera
y Luis Alfonzo Larrain

Pero la vida no consistía en ignorar o bien en aceptar con resignación los planos que componen la existencia, sino en contemplar todos los valores del espectro de una vida marcada por la represión y el sufrimiento:

No enseñaré a mi hijo a trabajar la tierra,
ni a oler la espiga,
ni a cantar himnos. […]
Su piel caerá pedazo a pedazo frente al horror
y escuchará con pena el pájaro que canta,
la risa de los soldados
los escuadrones de la muerte
los paredones en primavera.

Además de la poesía, Vestrini se dedicó desde muy temprano al periodismo cultural y dirigió las secciones artísticas de El Nacional, Diario Occidente, La República, El Diario de Caracas y CriticArte. También publicó varias entrevistas en que mezclaba el relato biográfico y la crónica periodística. De ellas destaca la que realizó al poeta venezolano Salvador Garmendia, con quien mantuvo una larga amistad. Escribió varios guiones para la televisión venezolana y ganó el Premio Nacional de Periodismo en 1967 y 1969.

Su obra poética destaca sobre todo. Consigue acercarse a nuevos espacios, cada vez más oscuros, y abrirlos y describirlos en un examen minucioso y profundo. Publica Las historias de Giovanna, su primer poemario, en 1971. Aquí nacen las columnas principales de toda su obra: el dolor, la repulsa a una sociedad donde lo femenino quedaba socavado, y la muerte:

Hacíamos votos por una muerte dulce
y hoy,
continente de flores claras,
sofocadas por el humo de los hornos
sabemos que cierta forma de morir más
ruda nos espera.

Deisa Tremarias, en la introducción, dice de ella que «La escritura es absoluta en su palabra. […] Destaca por el apunte certero, por sus afilados ojos tras los gruesos cristales de sus gafas. Miyó no vive para la quietud hasta la muerte».

Quince años después publica su tercer poemario: Pocas virtudes. Aquí la intensidad transita por la vida y la recoge, sin dejar de lado ningún aspecto, ni el dolor ni la alegría. El mundo se contempla en toda su apertura y su fuerza, y se describen con minuciosidad todas las grietas y oscuridades del mundo. En «Sólo tú dirás, amigo mío» confiesa:

He dicho de la infelicidad

   Mañanas apresuradas

      Sol amargo

          Meridianos.

Su voz es una voz que habita y soporta las cavidades del tiempo. Sólo existen espacios y ciudades concretas en el recuerdo. Existen en cambio los recovecos, la madrugada y la noche, la tarde y el suave corcoveo del tiempo. Así lo observa en «¿Qué decirte hoy?»:

Qué decirte hoy
si la madrugada fue tan difícil
madrugada de estigmas y estertores
sin espacio
para ti
para mí.

Miyo Vestrini Pocas virtudes.jpgLa voz poética entonces cobra un significado esencial, y surge como un ruido cuya intención es trastocar el orden establecido. Se contempla la poesía como subversión, como una bella fuerza capaz de destruir creando. La voz rompe, con furia, las cadenas que la sujetan. Se mueve. Se estira. Se extiende por los planos de la realidad con el mismo brío que un animal salvaje aprisionado, estancado y maltratado, y se estampa contra lo anodino y rutinario.

El 29 de noviembre de 1991 sucede lo que antes venía anticipando. Miyó se quita la vida en su casa de Caracas. Pero su voz no se agota. Sigue palpitando con la misma intensidad que mantuvo a lo largo de toda su vida. En 1994 se publica Valiente ciudadano, uno de sus volúmenes más conocidos y desgarradores.

Aquí la repulsa, el asco, mueven todas las palabras. El asco por parte de y hacia una sociedad ciega ante la situación de la mujer. Asco también hacia una moral opresiva que anula y reprime el deseo y la pasión. En «Diagnóstico» describe:

Toco mi cosita, pulcra de tanto jabón iodado,
lavada
y relavada concienzudamente.
isla con olor a iodo.

Pero la cosita muestra otro plano, el médico, el artificial:

Cosita propicia a la entrada de hongos, herpes, bacterias,
bichos, espumas, plásticos, cobres y cauchos.
Ven acá mocosa.
El flaco me acaricia con mano paternal:
no reprendas a tu cosita,
ella es mucho más útil que el arte.

La cosita, lo que se suponía la fuente natural del deseo, ahora queda reprimida por los parámetros de la medicina, y se convierte en un foco de infecciones y enfermedades descritas por los médicos. En «Diagnóstico» se confirma:

¿Ese era todo el misterio?
¿Sexo oral?
¿Manipulaciones?
¿Tacto?
¿Manipulaciones?
Veamos tu útero,
amplio y desfasado.
¿Cuántos niños pasaron por allí?
Los expertos te dijeron
que la naturaleza esperaba por ellos.

Y concluye de forma lapidaria:

Déjame agitarte en esta probeta de marfil,
verificar bien el color de la mezcla.
Asco,
qué mal hueles.

El deseo queda reprimido y sofocado por una moral contraria y estricta, artificial y creada por el ser humano. La poesía surge entonces como una forma de subversión, de confrontación directa a todos aquellos renglones fabricados y concebidos para la contención. Pero esta sublevación tan bella tiene un precio.

En la obra de Vestrini se enfrentan sin tapujos el dolor profundo y la realidad más cotidiana, la terrible angustia por la muerte choca de frente con los actos y la rutina más exasperante. «Zanahoria rallada», uno de sus poemas más conocidos, comienza:

El primer suicidio es único.
Siempre te preguntan si fue un accidente
o un firme propósito de morir. […]
Cuando comienzas a explicar que
la-muerte-en-realidad-te-parecía-la-única-salida
o que lo haces
para-joder-a-tu-marido-y-a-tu-familia,
ya te han dado la espalda
y están mirando el tubo transparente
por el que desfila tu última cena.

Y continúa:

Apuestan si son fideos o arroz chino.
El médico de guardia se muestra intransigente:
es zanahoria rallada.
Asco, dice la enfermera bembona.
Me despacharon furiosos,
porque ninguno ganó la apuesta.

La angustia sincera y profunda choca frontalmente con los actos más triviales y cotidianos: el primer intento de suicidio queda a la sombra de la cena y la zanahoria rallada. También el amor no correspondido se cuela por el mismo conducto por el que cae la bolsa negra de basura en «El dolor»:

Miré una vez más su cara de ratón
y tiré todo por el bajante de la basura.
La vecina,
alarmada por semejante volumen de basura,
me preguntó si me sentía bien.
Duele, le dije.

Para concluir:

En mi buzón colocaron un anónimo:
«El que tenga un amor
que lo cuide
que lo cuide
y que no ensucie el bajante de basura de la comunidad».

Así era Miyó Vestrini. Una voz capaz de soportar el peso de las tardes y de la muerte. Motivada por la repulsa y la pasión de cambiar las cosas. Una voz enfrentada a la rutina con una tensión y una intensidad constante. Irónica, fuerte y observadora. Leer a Vestrini supone una transformación y una apertura a nuevos rincones sin una vuelta demasiado clara.

Su lucha por encontrar la identidad y aceptar el dolor fue constante incluso después de su muerte. Contemplaba lo indecible a través de sus gafas oscuras mientras fumaba un cigarrillo y describía el espectro del mundo en todos su niveles: la primavera y los paredones, la vida y la muerte.

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