La fotografía y la elección estética

a-mendiga.jpg«En un mundo donde el horror se vende como arte, donde el arte nace ya con la pretensión de ser fotografiado, donde convivir con las imágenes del sufrimiento no tiene relación con la conciencia ni la compasión, las fotos de guerra no sirven para nada».

El pintor de batallas, Arturo Pérez Reverte

La mujer está sentada en la vereda, carga un bebé de meses y extiende la mano, mendigando. Una textura de surcos le marcan la cara lánguida. Los ojos, sin embargo, brillan intensos con el resplandor del sol. El niño duerme. Detrás de ella, una vieja cortina de almacén oxidada en tonos ocres genera una trama que destaca con los rayos del sol de la tarde.

La voy a fotografiar en color, pero en blanco y negro se va a ver mejor. Pienso.

Me preocupo por lograr nitidez en la piel y los ojos y no perder de vista la textura de la cortina, cierro el diafragma y ajusto la velocidad. El zoom me permite, desde donde estoy, encuadrar eliminando el cordón de la vereda y la parte de la cortina donde se ve un cartel pegado. Dejo un espacio negativo hacia el lado donde dirige la mirada. Espero el momento exacto en que se acerca alguien y ella levanta la vista y la mano. Tiene que ser antes de que el transeúnte aparezca en el encuadre. El sol rebota en un ángulo de su cara destacando aún más el brillo de sus ojos. En el momento en que disparo, la mano del niño cae laxa, completando la composición. Me siento satisfecha. Fue una gran escena. De todos modos, repito varios disparos con algunos cambios en el encuadre. Estoy ansiosa por bajarla y ajustar el contraste, el brillo, por saturarla, probar, ver cómo hacerla destacar. Es posible que la presente a un concurso. Es posible, también, que sea parte de una exposición. Rápido, me voy, pensando lo que haré con mi fotografía.

La escena del sufrimiento, del abandono, se repite. La escena del fotógrafo, también. La mirada estetizante del fotógrafo que cosifica a ese otro. Que ante la pobreza, la enfermedad, el sufrimiento o la marginación antepone su óptica sin más dato ni más interés que el ejercicio de la captura.

En 1961, Jacques Rivette (considerado uno de los directores de cine más curiosos e influyentes de la nouvelle vague) escribe un artículo publicado en Cahiers du Cinéma (nº 120, junio) sobre Kapo, una película de 1959 dirigida por Pontecorvo y que trata sobre el holocausto. Allí acuña el término «cine de la abyección», y explica:

Por múltiples razones, de fácil comprensión, el realismo absoluto, o el que puede llegar a contener el cine, es aquí imposible; cualquier intento en este sentido será necesariamente incompleto («por lo tanto inmoral»), cualquier tentativa de reconstitución o de enmascaramiento irrisorio o grotesco, cualquier enfoque tradicional del «espectáculo» denota voyeurismo y pornografía.

El director se ve obligado a atenuar, para que aquello que se atreve a presentar como la «realidad» sea físicamente soportable para el espectador.

Al mismo tiempo, cada uno de nosotros se habitúa hipócritamente al horror, éste forma poco a poco parte de la costumbre y muy pronto integrará el paisaje mental del hombre moderno: ¿quién podrá la próxima vez extrañarse o indignarse ante lo que, en efecto, habrá dejado de ser chocante?

Hay cosas que no deben abordarse si no es con cierto temor y estremecimiento; la muerte es sin duda una de ellas, ¿y cómo no sentirse, en el momento de rodar algo tan misterioso, un impostor?

Kapo

Fotograma de la película Kapo

Resulta necesario analizar, hoy más que nunca, este concepto –desplegado en el artículo de Rivette– para cierto ejercicio de la fotografía bajo premisas de estatización allí donde una realidad resulta, por lo menos, ignorada. Hay, inevitablemente, o debe haber un posicionamiento ético cuando se empuña una cámara: pero hay también una preocupación estética, muchas veces, sobre el sujeto fotografiado. La sobrevaluación de la estética es inquietante, impúdica en cierto modo.

¿Es vocación del fotoperiodismo ese afán por invadir, vulnerar e introducirse en las vidas para graficar y llevarle a una sociedad que descansa cómoda una realidad que no los toca?

Susan Sontag se pregunta en Ante el dolor de los demás:

¿Qué se hace con el saber que las fotografías aportan del sufrimiento lejano? Las personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen cerca (Hospital, la película de Frederick Wiseman, es un documento arrollador sobre este asunto.) Aunque se les incite a ser voyeurs –y posiblemente resulte satisfactorio saber que esto no me está ocurriendo a mí, no estoy enfermo, no me estoy muriendo, no estoy atrapado en una guerra– es al parecer normal que las personas eviten pensar en las tribulaciones de los otros, incluso de los otros con quienes sería fácil identificarse.

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Podemos pensar en todas esas bellas fotos impecables del dolor, la desesperación, la muerte. Sebastiao Salgado es un fotógrafo sociodocumental y fotorreportero brasileño. Ha viajado a más de cien países por sus proyectos fotográficos. La mayor parte de éstos han aparecido en numerosas publicaciones y libros. Exhibiciones itinerantes de su trabajo han sido mostradas en todo el mundo. El galerista Hal Gould considera a Salgado el mejor fotógrafo de los comienzos del siglo XXI. Ha recibido numerosos premios internacionales, entre otros, en 1998, el Premio Príncipe de Asturias de las Artes. Ha fotografiado guerras y campos de refugiados, los lugares más arrasados por la injusticia y sus fotos siempre denotan una técnica impecable. Su belleza de grises, de texturas, de composición. Ver algunas de sus fotos resulta suficiente para admirar la belleza que les imprime.

Pero la pregunta que inevitablemente sobreviene es: ¿cómo abstraerse, cómo concentrarse en la técnica, cómo fotografiar frente al dolor, la injusticia, la muerte? ¿Cómo pensar en los salones, las salas de exposición y los museos?

Por último, cito las reflexiones del fotógrafo Alfredo Srur en Razones por las cuales dejé el fotoperiodismo:

Estoy cansado del virtuosismo fotográfico y los falsos discursos. Fotógrafos que hábilmente trabajan con el desastre para luego ser premiados en el mundo y hablar de cuánto sufrieron haciéndolo. O para adaptar un discurso políticamente correcto a su manera de trabajo. La estética es ideología y el contexto y el modo en que fue hecho y difundido también. Nunca conocí un fotógrafo que haya compartido su premio con sus retratados.

Me pregunto: ¿cuál es la verdadera motivación para fotografiar lo ajeno? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿A quién beneficia? ¿Cuánto se tarda en hacerlo? ¿Hasta qué punto el fotógrafo conoce el conflicto que retrata?

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Un comentario en “La fotografía y la elección estética

  1. El fotógrafo es medio, es un profesional del arte visual, la estética es su herramienta fundamental. Sabe cómo hablar a través de la imágen. Se premia su pericia profesional, no el «objeto» retratado. Si no se refugiara tras los aspectos técnicos de la toma, no podría soportar lo que ve. Si sabe lo que hace, tocará nuestro corazón, y de manera mucho más intensa que cualquier paparazzo sin criterio estético, pues sólo le mueve el amarillismo. Soy fotógrafo, pero no reportero, pues no poseo la fuerza de espíritu que requiere mirarle la cara a la miseria, sin permitir que la emoción limite la calidad de su trabajo. Ni hablar de los reporteros de guerra, más de uno perdió su vida, buscando el encuadre perfecto…

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