Tal como indica Gustavo Bueno, «El Quijote es una materia en sí misma». Como tal, será abordada aquí desde una dimensión epistemológica.
Alonso Quijano sale en busca de lo real, como forma de constatación de los fundamentos aprendidos en sus libros. Del mismo modo que Aristóteles examina y parte de pensadores anteriores como Platón, Tales, Anaxímenes, Diógenes, Hípaso, Heráclito, Anaxágoras o Hesiodo, don Quijote toma como punto de partida para iniciar su camino a otros caballeros andantes que le precedieron, tales como Amadís de Gaula, el Caballero de la Cruz, Felixmarte de Hircania, Belianís de Grecia, Tirante el Blanco, el Caballero Platir, Don Olivante de Laura, Palmerín de Oliva, el rey Artús…
Acaso la gran diferencia radique en que nuestro hidalgo caballero, a diferencia del filósofo estagirita, al tomar como referente a sus mentores no duda de la validez de su postura. Así, cuando en su primera salida don Quijote llega a la venta, «no traía blanca, porque él nunca había leído en las historias de los caballeros andantes que ninguno los hubiese traído». Se puede extraer de aquí el siguiente planteamiento: Cervantes nos sugiere la toma de distancia de nuestros maestros como requisito para poder obtener una visión clara y distinta de la realidad. Es por ello que don Quijote, al no hacerlo, es objeto de toda clase de desventuras, recibiendo incontables palizas y afrentas. Aristóteles, por el contrario, aunque reconoce en sus predecesores cierto acercamiento a sus propios planteamientos, sí pone en cuestión la veracidad de su visión: «todos, aunque vagamente, parecen en cierto modo estar cerca de nuestras posturas». «Sin embargo, nadie ha enunciado claramente la esencia y la substancia».
En este sentido, don Quijote se aleja de la concepción orteguiana de la búsqueda de conocimiento: «La meditación sobre un tema cualquiera, cuando es ella positiva y auténtica, aleja inevitablemente al meditador de la opinión recibida o ambiente». «Todo esfuerzo intelectual que lo sea en rigor nos aleja solitarios de la costa común». No obstante, el lector se apercibirá de que esto sucede solamente en un sentido, pues en otro verá que ocurre justamente lo contrario. Don Quijote se aferra a sus maestros, pero se aleja de la opinión pública y navega contra el sentido común. Su búsqueda de conocimiento lo condena al ostracismo y a la mofa y humillación públicas por enfrentarse a una sociedad que no es capaz de empatizar con su visión del mundo. La novela nos ofrece innumerables pasajes en los que podemos advertir este enfrentamiento entre don Quijote y su tiempo.
Uno de los más representativos, sin duda, es el capítulo XXII de la primera parte, titulado De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir. Aquí la idea de justicia que defiende don Quijote es opuesta a la que impera en la España de su época, pues pese a las advertencias de su escudero («Advierta vuestra merced –dijo Sancho– que la justicia, que es el mesmo Rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos»), decide obrar en virtud de una idea de justicia que ampara a los desfavorecidos, cualesquiera que sean las causas de su desgracia: «Pues desa manera –dijo su amo–, aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables».
Cuenta Martín de Riquer que la crítica romántica interpretó esta aventura de manera caprichosa y sin atender a demasiadas razones, pues ven a don Quijote como máximo defensor de la libertad sin reparar en que su concepto de la justicia está trastornado, ya que liberar a delincuentes y malhechores no es justo sino todo lo contrario. Esa visión romántica coincide con la de Dostoievski. El escritor ruso encuentra en don Quijote una grandeza moral que se ve enaltecida precisamente por no tener conciencia de su condición de hombre bueno. En Diario de un escritor deja escritos los siguientes fragmentos: «Don Quijote, el caballero tan conocido, el más magnánimo caballero que jamás haya existido», «El autor de Don Quijote, gran poeta y profundo observador del corazón humano, ha comprendido uno de los aspectos más misteriosos de nuestros espíritus», «Ya no se escriben libros como aquel. Veréis en Don Quijote, en cada página, revelados los más secretos arcanos del alma humana», «Este hombre de ideas de otro mundo experimenta súbitamente la nostalgia de lo real». Don Quijote obtiene en el capítulo XXII, como recompensa a sus acciones, una lluvia de piedras, una soberana paliza y, por si fuera poco, la humillación de ser hurtado, dejando incluso a su escudero «en pelota».
Encontramos aquí un claro paralelismo entre don Quijote y la figura de Sócrates; ambos defienden ideas que encuentran justas pese a la oposición de la opinión pública y el castigo que les es impuesto. Además, de ambos se puede poner en cuestión su condición de hombres justos, pues, como hemos visto, el Caballero de la Triste Figura parece defender causas que no son justas en absoluto, mientras que Sócrates, tal como indica Sergio Portales, obra conforme a una idea de justicia que desde luego no se corresponde con la de la polis griega. «Fidípedes es capaz de maltratar a su padre tras seguir las enseñanzas de Sócrates y nos muestra a un Sócrates que niega a los dioses: ‘Zeus ni tan si quiera existe'». «Actúa en cierta manera al margen de la polis, absteniéndose de participar en política, y las pocas veces que lo hace es para contradecir la voluntad gubernamental, crispando aún más de este modo los ánimos».
No en vano, Nabokov acusa al Quijote de ser la enciclopedia de la crueldad, esgrimiendo que su mundo es uno de los más amargos, pueriles, punzantes y bárbaros de todos los tiempos. Y es que la búsqueda de conocimiento no es siempre placentera, pues le siguen muchas veces vicisitudes y tormentos. Así lo reconoce Cervantes cuando, por boca de don Quijote, dice lo siguiente:
Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, vaguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes.
Por otra parte, Aristóteles afirma que se alcanza mayor éxito cuando, además de conocer la teoría, se tiene la experiencia. En esto coincide Ortega cuando declara que no basta con ser poseedor de una gran erudición para alcanzar un correcto conocimiento del mundo, sino que es necesario también adentrarse en él y amarlo si de verdad queremos conocerlo. Pues bien: don Quijote es consciente de ello, y por eso sale en busca de la experiencia, como un explorador de la verdad, una vez cree suficiente su formación teórica (formación que le resultará difícil retomar después del donoso escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo). El discurso de las armas y las letras no es sino una muestra de cuán necesaria le es la experiencia a la teoría y viceversa, pues así como «la guerra tiene sus leyes», «también con las armas se defienden las repúblicas».
Y es que en El Quijote, obra que para algunos recoge todo lo que vale la pena aprender, hasta los caballos son filósofos.
Diálogo entre Babieca y Rocinante
B. ¿Cómo estáis, Rocinante, tan delgado?
R. Porque nunca se come, y se trabaja.
B. Pues ¿qué es de la cebada y de la paja?
R. No me deja mi amo ni un bocado.
B. Andad, señor, que estáis muy mal criado,
pues vuestra lengua de asno al amo ultraja.
R. Asno se es de la cuna a la mortaja.
¿Queréislo ver? Miradlo enamorado.
B. ¿Es necedad amar? R. No es gran prudencia.
B. Metafísico estáis. R. Es que no como.
B. Quejaos del escudero. R. No es bastante.
¿Cómo me he de quejar en mi dolencia,
si el amo y escudero o mayordomo
son tan rocines como Rocinante?
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no vengo ni voy, lo mismo me da quedarme o partir
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