Holbach: «El ser humano es desgraciado porque es ignorante. Es necesaria una nueva ilustración»

El buen sentido HolbachLeer a Paul Heinrich Dietrich, más conocido como barón de Holbach (1723-1789), resulta siempre un placer literario, científico y filosófico; pero, más aún, supone un acicate intelectual, una oportunidad para que el lector confronte sus ideas con el único tribunal válido a la hora de contrastar la veracidad y alcance de los propios pensamientos: nuestro sí mismo. Tras publicar, entre otras suculentas obras, sus incisivas y maravillosas cartas y el volumen en el que expone la idea de una «etocracia» (un gobierno basado en la moral), la editorial Laetoli nos brinda una nueva oportunidad para acercarnos a este irreverente y persuasivo autor alemán que tantos estragos causó en el seno de la intelectualidad francesa.

Gracias a la delicada y exquisita educación recibida en París tras la muerte de su madre y la esmerada formación científica que desarrolló en la Universidad de Leiden, Holbach pudo introducirse con méritos y galones en los entornos de más alto copete cultural de la capital gala, en la que ya por entonces se barruntaban, en germen, algunos de los motivos que décadas más tarde la conducirían a la revolución. Voltaire, Rousseau, Hume, D’Alambert, Buffon o Diderot son algunas de las figuras de las que este egregio personaje estuvo rodeado a lo largo de su dilatada carrera propagandística y cultural, en la que nunca desfalleció a pesar de que sus escritos, firmados las más de las veces con seudónimo, sufrieron numerosas y contundentes persecuciones. Aunque no otra es la finalidad de Holbach que la de inocular en sus lectores el empleo de su razón. De este modo comienza El buen sentido:

Cuando se quieren examinar a sangre fría las ideas de los hombres, nos sorprende mucho encontrar que, hasta en aquellas que se consideran más esenciales, nada es más raro que hacer uso del buen sentido, es decir, de aquella parte del juicio que basta para conocer las verdades más simples, desechar los absurdos más llamativos y sorprenderse por las contradicciones más palpables.

Y es que, desde la Edad Media, la cultura occidental pasó a basar gran parte de su conocimiento, todas sus verdades, en la fe y la hermenéutica de los textos sagrados cristianos. Sin embargo, como sugiere Jonathan Israel en su monumental La Ilustración radical, libro fundamental para comprender el movimiento en el que Holbach se inscribe, «después de 1650 todo, sin importar cuán fundamental fuera o lo arraigado que estuviera, fue cuestionado a la luz de la razón filosófica, y con frecuencia fue desafiado o reemplazado por conceptos sorprendentemente diferentes generados por la Nueva Filosofía y lo que todavía podría denominarse provechosamente como la Revolución científica», de la que nuestro autor participó activa y fervientemente.

Holbach

«En todas partes las ideas siniestras de la divinidad, lejos de consolar a los hombres de las desgracias que conlleva la existencia, han introducido la desazón en los corazones y hecho nacer locuras destructivas para ellos»

Como escribe Holbach en las primeras líneas de El buen sentido, la teología es un buen ejemplo de cómo el ser humano ha venerado algunos asertos y creencias considerados como el contenido «más importante, útil e indispensable para la felicidad de las sociedades». Pero, de este modo, se pregunta el autor, «¿Cómo iba a hacer progresos el espíritu humano, infestado por fantasmas espantosos y guiado por hombres interesados en perpetuar su ignorancia y sus temores?». En el momento en que la religión, y de su mano, sus órganos impositivos (las iglesias, la Inquisicón, el Vaticano, etc.), derogaron la capacidad humana para investigar los fundamentos de lo divino y lo trascendente, se censuró, a su vez, nuestra capacidad para pensar por nosotros mismos. Sólo restó, así, un funesto ánimo que exclusivamente se podría dedicar a «sus zozobras y sus fantasías ininteligibles», «a merced de sus sacerdotes, que se reservaron el derecho a pensar por él y ordenar su conducta». Holbach se convence de esta forma de que…

La ignorancia y la servidumbre existen sólo para hacer a los hombres malos y desgraciados. Sólo la ciencia, la razón y la libertad pueden corregirlos y hacerlos más felices, pero todo parece ponerse de acuerdo para cegarlos y confirmarlos en sus extravíos: los sacerdotes los engañan y los tiranos los pervierten para esclavizarlos mejor; la tiranía ha sido y será siempre la auténtica fuente de depravación de las costumbres y las calamidades habituales de los pueblos.

De un modo muy similar a como Schopenhauer argumentará casi medio siglo más tarde, Holbach estima que debemos ser curados, mediante la segura guía de la luz de la razón, de nuestros más atávicos prejuicios. La única vía para formar hombres y mujeres seguros de sí mismos, capaces de pensar y razonar, es centrar su visión en la tierra, pues «los maestros de los pueblos han fijado demasiado tiempo sus ojos en el cielo». Como explicará Zaratustra por boca de Nietzsche un siglo después de la muerte de Holbach, nuestro ha de ser el reino de la tierra, olvidado a causa de las temibles proclamas de la religión y la teología. A juicio de Holbach,

Para comprender los verdaderos principios de la moral, los hombres no tienen necesidad ni de teología ni de revelación ni de dioses: sólo necesitan el buen sentido. Sólo necesitan entrar en sí mismos, reflexionar sobre su propia naturaleza, tener en cuenta sus intereses sensatos, considerar el objetivo de la sociedad y de cada uno de los miembros que la componen, y reconocerán fácilmente que la virtud es una ventaja y el vicio un perjuicio para los seres de su especie.

El barón de Holbach desea que ciencia y filosofía abandonen su condición de esbirros, de subordinados de la religión, explotando la fuerza independiente de la razón, por completo ajena a la teología, los sacerdotes y las iglesias. La llamada «Ilustración radical» de la que aquél se hace entero partícipe quiere así terminar con la creencia en el relato de la creación (contrario del todo a los dictados científicos), negando el poder a la Divina Providencia en los asuntos humanos. Como él mismo escribe, «los hombres son desgraciados sólo porque son ignorantes, son ignorantes porque todo lleva a impedirles que se ilustren, y son tan malos porque su razón no está suficientemente desarrollada».

Pero, sobre todo, reivindica el papel de una educación laica no contaminada desde sus inicios por los relatos de la religión, que pueden ser aprendidos y examinados cuando la mente se haya formado convenientemente. Nada tan perjudicial para el ser humano como apartarla de sí mismo, como hacer que se olvide de su capacidad de razonar, de pensar y estimar las razones por las que algo es (o puede ser) verdadero o falso: «El espíritu humano, confundido por sus ideas teológicas, se olvidó de sí mismo, dudó de sus propias fuerzas, desconfió de la experiencia, temió la verdad, desdeñó su razón y la abandonó para seguir ciegamente a la autoridad».

En todos los tiempos la religión no ha hecho más que llenar el espíritu de los hombres de tinieblas y mantenerlos en la ignorancia de sus verdaderas relaciones, sus verdaderos deberes y sus verdaderos intereses. Sólo alejando sus sombras y fantasmas descubriremos los principios de la verdad, la razón y la moral y los motivos reales que deben obligarnos a la virtud. Esta religión nos engaña tantos sobre las causas de nuestros males como sobre los remedios naturales que nos podemos aplicar; lejos de curarlos, sólo puede agravarlos, multiplicarlos y hacerlos más duraderos.

Una obra fundamental, tan amena como enjundiosa, para entender la crisis de la conciencia europea en los albores del siglo XVIII y el denominado libertinisme érudit a hombros de uno de sus actores principales. Una delicia en lo literario y lo científico, en lo filosófico y lo crítico, que demandará la continua participación del lector. Un libro que, como su autor asegura, resultará tan curativo como ofensivo, pero, por eso mismo, del todo necesario y ocurrente. Un tesoro que abre la caja de Pandora de nuestro sí mismo, del único tribunal ante el que debemos dar cuenta de nuestras acciones y  nuestros pensamientos.

Anuncio publicitario

8 comentarios en “Holbach: «El ser humano es desgraciado porque es ignorante. Es necesaria una nueva ilustración»

    • ¿Cuál exactamente?
      Todo lo presentado en bando y resaltado son citas de Holbach. En el cuerpo del texto todo lo citado va, naturalmente, entrecomillado.
      Saludos cordiales.

      Me gusta

  1. Ya, había copiado y pegado la cita. No se que pasó que no apareció. Pero poco después busque el libro, busqué el párrafo en el libro y me apareció. Gracias.

    Me gusta

  2. Tal cual sucede actualmente en mi amada Bolivia, pero no por el obscurantismo de la Edad Media, sino por el denominado socialismo del siglo XXI, que es peor aún, buscan el sometimiento del hombre tergiversando la realidad e imponiendo su única verdad. Sí, la ignorancia es atrevida y más peligrosa que monos con navajas.

    Me gusta

  3. Dentro del límite propio del pensamiento, es muy importante el uso de la razón, del sentido común, etc.
    Sin embargo no puede «curarse» la desgracia del ser humano siguiendo únicamente las pautas que dicta el pensamiento. Porque el pensamiento en sí mísmo es limitado.
    Esto significa, que la ciencia, la filosofía, etc. No van a terminar con el problema del sufrimiento humano.
    Se pueden instalar una innumerable cantidad de sistemas politicos y al final sera lo mismo, porque son producto del pensamiento, el cual ya tiene intrinseco el conflicto.
    El pensamiento es una poderosa herramienta en su justo sitio.
    Pero ha tomado el pensamiento el lugar del Maestro, del rey, del soberano en nosotro/as.

    Me gusta

Responder a Héctor Fabio García Libreros Cancelar la respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s