Hugo Ball: crítica de la inteligencia alemana

Hugo BallExisten épocas en las que la cultura establecida necesita un nuevo impulso a través del que poder regenerarse e incluso cuestionar sus propios métodos de creación. Como componente inexcusable de una sociedad, el sustento cultural del que ésta se nutre precisa de autores que se atrevan a arremeter contra las bases más consolidadas y despierten del letargo a aquellos autores que, por unas razones u otras, han caído en el defecto artístico más dañino: el adocenamiento que conduce a la mera repetición.

Uno de estos aguijones, que inspiran y no sofocan, lo encontramos en los albores del siglo XX, en un contexto deshumanizado y peligrosamente abstracto. Se trata del alemán Hugo Ball (1886-1927), quien en 1920, en una de las entradas de su diario Huida de la época, se autodenominó el «dandy de los pobres». Ball es sin duda uno de los protagonistas más interesantes de las vanguardias artísticas del pasado siglo: fue el fundador y propagador del controvertido y sugerente movimiento dadaísta, surgido como una manifestación abierta e inteligente de protesta contra la estética decorativa y las convenciones sociales que justificaban (e incluso llegaban a idealizar) la guerra. Un conflicto en el que, a juicio de los dadaístas, los hombres no son más que carne de cañón.

Como explica Germán Cano (profesor de Filosofía en la Universidad de Alcalá) en el completo prólogo de la Crítica de la inteligencia alemana (Capitán Swing), Ball consideraba que, paradójicamente, «un estadio de poder tecnológico sin precedentes conducía a una experiencia de importancia casi mítica: un sometimiento nuevo y a la vez viejo a poderes impersonales que desacreditaba el viejo concepto de cultura». El autor desea hacerse cargo de este mal de la época como si se tratara de una enfermedad a la que hay que tratar convenientemente. Una enfermedad que, a juicio de Walter Benjamin, ponía en juego «el control del nuevo cuerpo».

Un desesperanzado pero siempre vital Hugo Ball escribía en su diario que «La guerra se basa en un error evidente, los hombres se han confundido con las máquinas». Y es este deseo el que le empuja a luchar contra la hipocresía de los gobernantes -e incluso autores- contemporáneos. La imagen del frente de guerra es, de manera penosa, lo que mejor representa en su opinión el espíritu de su tiempo. Como indica Cano, «Frente a las reacciones que buscan el blindaje corporal a toda costa, la táctica de Ball pasa por aceptar los golpes y no disimularlos o anestesiarlos, como hace la sociedad burguesa con sus coartadas imaginarias. Era preciso mancharse las manos con la época, levantar acta de sus traumas».

Hugo Ball Crítica de la inteligencia alemanaNada menos que el amigo y colega de Ball Hermann Hesse introduce esta ácida e irrenunciable Crítica de la inteligencia alemana. En opinión del autor de El lobo estepario, esta obra «anticipa por lo menos dos de las intenciones de la dialéctica negativa de Adorno: una intención retrospectiva sobre la génesis occidental, considerada como una irracionalidad, y no como una razón, de modo que lo razonable liberador aparece como excepción oculta», como una suerte de historia secreta que ha de ser descifrada; «la otra intención -prosigue Hesse- es la de adoptar una posición en favor de lo olvidado, de lo degradado», una propuesta, en fin, que aboga por hacer memoria en un intento de sanar una sociedad inmersa en los horrores del conflicto armado.

Este libro cuestiona la preeminencia de la cultura alemana en el seno europeo, y representa todo un intento por llegar a ser conscientes de los siniestros y sinuosos senderos que condujeron a la degeneración del espíritu de la «nueva Alemania». Hugo Ball introduce a sus compatriotas en un estado de culpa interior respecto a la miseria global del mundo provocada por las guerras mundiales.

Hugo Ball no tiene reparos a la hora de arremeter contra los supuestos estandartes de la cultura alemana. Entre ellos, Martin Lutero, Bismarck o Hegel, aunque pensadores como Nietzsche, Kant o Marx también serán pasto de la cáustica ira del autor. Pero no todo es semblante destructivo, pues «lo interesante de la negatividad de Ball es que proviene de un sí -asegura Germán Cano-, de una afirmación de la realidad disimulada por la fantasmagoría idealista y humanista».

El dadaísta ama lo extraordinario, incluso lo absurdo. Sabe que en la contradicción se afirma la vida y que su época tiende, como ninguna antes, a la aniquilación del generoso. Todo tipo de máscara le resulta por eso deseable, cualquier juego del escondite en el que esté latente una fuerza embaucadora. Lo verdaderamente increíble para él, en medio de esta enorme artificiosidad, es lo directo y primitivo (Hugo Ball).

Un texto muy necesario en los tiempos que corren, inteligente, hilarante por momentos y plagado de una actitud crítica que nos empuja a examinar el espíritu de un país que, tradicionalmente, ha sido tachado de ideal en numerosos aspectos. Contagiémonos de su actitud y digamos, con Ball: «El conocimiento multiplica los problemas, mientras que el entusiasmo los soluciona y los simplifica».

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