En las sociedades occidentales contemporáneas damos por hecho la existencia del poder, sea éste económico, social o político. Sin embargo, desde un punto de vista filosófico e histórico, es importante preguntarse cómo ha llegado un individuo, una institución, un Estado o una empresa a hacerse con la capacidad de domeñar la voluntad de los individuos, de manera que éstos acepten las imposiciones de un imperio muchas veces silencioso.
Como ya explicara Bertrand Russell, «de los infinitos deseos del hombre, los principales son los deseos de poder y gloria» y, en este sentido, resulta más que pertinente estimar las posibles consecuencias de tan grandilocuentes aspiraciones. En La anatomía del poder, un clásico del pensamiento político, John Kenneth Galbrath (quien fuera uno de los más sobresalientes e influyentes economistas del pasado siglo, profesor en California, Princeton, Cambridge, Bristol y Harvard), nos invita a reflexionar sobre las bases del poder: cómo se impone, cuáles son sus métodos y cuál es su funcionamiento una vez establecido.
Gran parte del ejercicio del poder depende de un condicionamiento social que trata de ocultarlo. Se enseña a los jóvenes que, en una democracia, todo el poder reside en el pueblo. Y que en un sistema de libre empresa toda la autoridad descansa en el consumidor soberano que opera a través del impersonal mecanismo del mercado. Se oculta así el poder público de la organización…, del Pentágono, las fábricas de armas y otras empresas y fuerzas de presión. Similarmente oculto bajo la mística del mercado y la soberanía del consumidor está el poder de las corporaciones para determinar o influir en los precios y los costes, para corromper o dominar a los políticos y para manipular la respuesta del consumidor.
Y es que, como asegura el autor, «el uso del poder depende, en parte, de que se mantenga oculto, de que su sumisión no sea evidente a los que la prestan». Distingue a su vez tres tipos de poder: condigno (en virtud del que se inflige un castigo a quien no cumple ciertas normas), compensatorio (tan de actualidad, obtenido a través del ofrecimiento de una recompensa positiva) y, por último y más importante, el poder condicionado, que se ejerce modificando las creencias sociales:
… la persuasión, la educación o el compromiso social con lo que parece natural, correcto o justo hacen que el individuo se someta a la voluntad de otro u otros. La sumisión refleja el comportamiento preferido; no se advierte el hecho de la sumisión.
El poder se adquiere mediante distintos instrumentos (la personalidad, la riqueza o la organización), pero es en su establecimiento, en su génesis, en lo que se centra el análisis de Kenneth Galbrath, mostrando un interés manifiesta y netamente filosófico en La anatomía del poder. Su investigación parte de una conclusión apabullante: «el ejercicio del poder, la sumisión de unos a la voluntad de otros, es inevitable en la sociedad moderna; sin él no se consigue absolutamente nada», de ahí la necesidad de escrutar sus tripas, pues como ya sentenció De Jouvenel: «el poder tiene dos aspectos: es una necesidad social, pero es también una amenaza social».
En palabras de William Hazlitt, «el amor al poder es el amor a nosotros mismos». De lo que se desprende que el poder es perseguido no sólo por el servicio que presta a intereses personales, valores o percepciones sociales, sino también por sí mismo, por las recompensas emocionales y materiales inherentes a su posesión y ejercicio.
La anatomía del poder es todo un clásico que no puede faltar en ninguna biblioteca. La por momentos cruda obra de Kenneth Galbraith, aunque siempre amena, rigurosa y sincera, de accesible lectura para cualquier público interesado en este aspecto humano, desenmascara sin tapujos los truculentos pasadizos que conducen al poder. El autor pone sobre la mesa los corolarios que se desprenden de las desmedidas ansias de poder que, en mayor o menor medida, cualquier humano lleva inscritas en su corazón.
«Gran parte del ejercicio del poder depende de un condicionamiento social que trata de ocultarlo», asegura Kenneth Galbraith, y quizás por ello sea tan urgente un replanteamiento de cómo llegamos a ser dominados y manejados por los distintos órganos de poder (sean estatales, religiosos, empresariales o sociales). Por ello nos invita a comprender mejor el importante papel que en nuestros días juega el poder condicionado, «ese poder que es principalmente eficaz porque solemos ser ignorantes de su ejercicio, porque creemos responder a una creencia aparentemente normal, a una virtud aparentemente natural y aceptada».
El poder es, hoy en día, un tema de gran actualidad e interés, no necesariamente porque sea ejercitado con más eficacia que antes, sino porque son infinitamente más las personas que ahora tienen acceso al poder o, lo que es más importante, a la ilusión de su ejercicio.
Falta el gran aporte de Foucault sobre el poder en la sociedad occidental y de control
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