El sueño del Círculo de Viena: oasis de reflexión en tiempos convulsos

El sueño del círculo de Vienalibro del matemático austríaco Karl Sigmund, es una de las últimas publicaciones de la editorial Shackleton BooksSe trata de una obra escrita con gracejo, en un estilo ligero, que en ningún momento se aparta del lema wittgensteiniano tan caro a sus protagonistas: «todo aquello que puede ser dicho, puede decirse con claridad». Tanto es así que, a excepción de unas pocas páginas en las que asoma alguna que otra fórmula algebraica, puede leerse como una novela de aventuras. La tarea no debe de haberle resultado sencilla a su autor, toda vez que se adentra en la historia de un mundo sobremanera complicado, enzarzado en disputas técnicas, políticas y filosóficas nacidas de las más violentas razones y cuyas causas, más de cien años después, son todavía objeto de intensos debates.

La Viena de principios del siglo XX es probablemente una de las mayores fuentes de regocijo para quienes se sienten atraídos por los ambientes extremos, escenarios de lo mejor y lo peor, en los que a un tiempo se concitan las gestas más elevadas del intelecto y las bajezas morales más deplorables. Sea esto, quizá, por lo que, a diferencia de otros movimientos concomitantes ya olvidados, siga acaparando la atención del público, que parece no perder jamás la esperanza de encajar todas las piezas del rompecabezas vienés.

Gran parte del interés del libro reside en que sabe despertar nuestras simpatías poniéndonos delante a hombres y mujeres de carne y hueso que, aunque geniales, se convirtieron a menudo en víctimas de una encarnizada batalla interior entre cerebro y corazón, quedándose enredados en una maraña de escarceos, polémicas y desórdenes mentales; lejos, pues, de la santidad que con frecuencia se les presupone. La lista, como tendremos ocasión de comprobar a lo largo de la lectura, es larga. Pongamos ejemplos. Ludwig Boltzmann, uno de los físicos más reputados de su tiempo, cuyas teorías anticipaban algunas de las ideas fundamentales de la física cuántica, se suicidó en 1906 tras un largo período depresivo derivado de la poca acogida que tuvieron sus descubrimientos en el círculo oficial de científicos. Kurt Gödel, el que fuera, según críticos de su época, el lógico más importante desde Aristóteles, luchó diariamente contra una manía persecutoria que le hacía creer que alguien envenenaba su comida y que le llevó a frecuentes internamientos psiquiátricos. Moritz Schlick, el fundador del Círculo de Viena y amigo íntimo de Albert Einstein, fue asesinado en el apogeo de la gloria por un alumno suyo, convencido de su participación directa en un complot para frenar en seco su carrera académica.

Aunque los capítulos siguen un orden escrupulosamente cronológico (comienza a principios de 1900, con Boltzmann y Mach, y acaba tras la Segunda Guerra Mundial, con Viktor Kraft), no faltarán ocasiones en que de pronto volvamos atrás en el tiempo o nos situemos provisionalmente en el futuro, sobre todo cuando entre en escena una nueva figura, cuya aparición quedará por lo general bien contextualizada, especialmente por el lado de sus aportaciones al Círculo.

Asimismo, puesto que Sigmund no duda en echar mano de la anécdota (se nos cuenta, por ejemplo, que Wittgenstein, pese a su labor filantrópica durante la Primera Guerra Mundial, en un arresto de ira dejó inconsciente a uno de sus alumnos de un solo y recio sopapo, o que Schlick alternó la severidad de la relatividad general con insulsos libros de un epicureísmo barato, buscando, cual yogui, una ética edulcorada, sin valores éticos absolutos), la lectura se mantiene siempre amena, al margen de lo adusto que puedan parecer al principio los temas escogidos.

Fuera del mundo anglosajón, aunque ciertamente cada vez menos, la mera alusión al positivismo o a la filosofía de la ciencia provoca bostezos. Sin embargo, lo que encontramos en el libro, que en ningún caso renuncia a sus orígenes analíticos, demuestra una vez más que la búsqueda del rigor lógico no está reñida con el entusiasmo, y que este diluye los prejuicios casi sin que nos demos cuenta. Así, no tardaremos en percatarnos de que esta busca de verdades racionales, de teoremas, de axiomas e incompletitudes dará lugar a momentos encantadores y cautivadores en los que no faltará el asombro.

Sin entrar en el resultado de sus investigaciones, la historia del Círculo de Viena resulta admirable desde muchos puntos de vista, habida cuenta de la cantidad de obstáculos que sus miembros sortearon por el camino. Por un lado, los estrictamente filosóficos. A la sazón, sobre las facultades de Filosofía se extendía la alargada sombra del idealismo alemán, con Kant y Schopenhauer a la cabeza. La oposición frontal de los profesores idealistas, que veían en el empirismo lógico una amenaza a sus puestos de trabajo, con frecuencia impidió el ascenso de los miembros del Círculo o los mantuvo, exasperados, en cargos menores, escasamente remunerados. Aun así, los del Círculo, contumaces y decididos, no cejaron en su empeño ni aflojaron nunca el ritmo. Al revés, se crecían ante la adversidad todo el tiempo que hiciera falta, hasta que, en fin, muchas de sus ideas lograban hacerse hueco entre sus incrédulos colegas. Cuando nos encontramos con alguno de estos esforzados triunfos, se echa de ver fácilmente que Sigmund sabe transmitir el alivio y la dicha que debieron de sentir sus malogrados campeones.

Por otro lado, el pujante antisemitismo de la década de 1920 en adelante. El Imperio austrohúngaro se había disuelto y en Austria gobernaba en su lugar una formación socialdemócrata de mano débil y temblorosa, el Frente Patriótico, que si bien advirtió pronto los peligros que representaba el nazismo, por lo general se preocupó más de mantenerse en el poder (ilegalizando a los austromarxistas e imponiendo una censura indiscriminada) que de impedir que se dieran las condiciones necesarias para el avance nacionalsocialista. Este partido político hizo la vista gorda antes casos como el del novelista de folletines Hugo Bettauer, tiroteado por un protésico dental, que tras un juicio rápido fue internado en un psiquiátrico del que muy pronto, con la aquiescencia de las autoridades, saldría para ir a caer casualmente en el Partido Nacionalsocialista Obrero. O como el del mismo canciller de Austria, Engelbert Dollfuss, asesinado por el nazi Otto Planetta durante el Golpe de Estado de julio de 1934. Los intelectuales judíos, y todo aquel que mantuviera relaciones con ellos, fueron víctimas de constantes señalamientos, despidos e intentos de asesinato. Poco después del Anschluss, ningún estudiante perteneciente a esta colectividad podía consultar la biblioteca. Un poco más adelante, la Universidad de Viena se preció de estar Judenrein, esto es, libre de judíos.

El estoico aplomo con que los miembros del Círculo (entre los cuales había varios judíos), obligados a la clandestinidad, soportaron toda clase de vejaciones y asumieron que en su patria, donde hacía pocos años la especulación filosófica y científica alcanzaba las capas más altas del pensamiento, anidara ahora la locura y el absurdo, no puede dejar de admirarnos. Fascina que, pese todo este desastre, el enlace casi químico (o en términos goethianos: las afinidades electivas) de los componentes del Círculo se mantuviera incólume. Pocas fueron las bajas por desavenencias intelectuales. Las discusiones, sí, estaban a la orden del día, pero incluso cuando Otto Neurath pareció sufrir una conversión casi sectaria al estalinismo, sus compañeros no lo abandonaron, corriendo así no pocos riesgos frente a la opinión de las autoridades. Por su parte, el platonismo declarado de Gödel no le supuso mayores problemas, incluso entre quienes hicieron de la repulsa de la metafísica la piedra angular de sus reflexiones, como Hans Hahn o Carl Menger. Con Wittgenstein, tres cuartos de lo mismo. Aunque Friedrich Waismann y Schlick tomaron partido por él, defendiéndole continuamente de las críticas de Rudolf Carnap y Neurath («¿Son las palabras del Ungido como las del SEÑOR?», dirá con sarcasmo este último), dicha polémica dentro del Círculo no haría mella en su cohesión, más allá, como decimos, de algún comentario sarcástico aislado. En este sentido, los integrantes del Círculo nos recuerdan a los nombres que desfilan en El honor de los filósofosel libro de Victor Gómez Pin donde se narran biografías de filósofos que pagaron con su vida (entera o parte de ella) el precio de la fidelidad a sus ideas.

El sueño del círculo de Viena agradará tanto a quienes quieran iniciarse en los misterios vieneses como a quienes, partiendo ya de una base consolidada, busquen establecer relaciones con asuntos ajenos a la filosofía que otras obras, como la célebre El Círculo de Viena de Kraft, descuidan deliberadamente. Los desvíos hacia la idea de arquitectura que Adolf Loos, Josef Frank y Margarete Schütte-Lihotzky exhibieron en la Viena Roja ayudan a captar el sentido del espíritu de estos tiempos convulsos. Del mismo modo que las menciones a literatos como Robert Musil, que vieron en las matemáticas, al igual que algunos positivistas, una forma de expresión que, desbordando su propio campo, se acercaba silenciosamente a lo místico.

La traducción, a cargo de David León Gómez, se nos antoja más que correcta, notándose el esfuerzo por dar con el término adecuado en español para los abundantes conceptos alemanes e ingleses que salpican el texto original.

2 comentarios en “El sueño del Círculo de Viena: oasis de reflexión en tiempos convulsos

  1. Gracias por un interesante e ilustrado comentario. Quedó un poco confundido por la contraposición entre positivismo e idealismo alemán, ya que para mí el positivismo es una escuela idealista al conferir un papel central a las ideas y la razón para producir explicación o comprensión… Puedo estar equivocado.

    Me gusta

¿Algo que decir?