El turista hipercultural antes del cansancio

Es tarea urgente de la filosofía de la cultura desarrollar un modelo conceptual que sea capaz de comprender la dinámica cultural de hoy.

A ello dedica Byung-Chul Han su pequeño y enjundioso opúsculo Hiperculturalidad, a describir su particular modelo cultural de este tiempo: la hipercultura. En España sale publicado por su habitual editorial, Herder, en 2018; en Alemania vio la luz en 2005. Es, por tanto, un ensayo anterior a la «Saga de la Sociedad Positiva» que comenzó con La sociedad del cansancio, en 2016. Por eso, en este libro no encontraremos expresiones, pensamientos y críticas que en la mencionada saga constituyen el núcleo central. No hay referencias al eros narcisista, ni al cansancio por la hiperactividad autoexplotadora, tampoco al dataísmo ni al panóptico digital. Un punto que le suma originalidad. La crítica que Han dirige a la globalización es aún tenue, y todavía le presupone ciertas posibilidades, esperanzado por la libertad que nos podría brindar. Una década después de este Hiperculturalidad veremos al Han más tecnofóbico y pesimista, del que ya me ocupé, por ejemplo, en las reseñas sobre El aroma del tiempo o La expulsión de lo distinto.

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Como dijera Hegel de la cultura griega, lo ajeno es necesario para construir lo propio. No hay culturas originales, todas tienen una constitución impura, híbrida –en palabras de Bhabha. El propio Han tiene mucho de esto: un señor coreano con formación académica en metalurgia que termina estudiando filosofía en Europa, escribiendo en perfecto alemán. La cultura va pegada siempre a un espacio. La cultura, siendo impura e híbrida, pertenece a un espacio concreto que está separado de otro lugar donde se absorbe otra cultura. Pero hete aquí que llega la globalización al mundo y las posibilidades y las relaciones se hipermultiplican. Esta saturación desborda el mundo convirtiéndolo en hiperespacio. El ser humano que habita en este mundo, así lo llama Han, es el «turista hipercultural». Las nuevas tecnologías de la globalización han eliminado las distancias en el espacio cultural. Los contenidos culturales se amontonan unos encima de otros. Son tiempos del «hiper», no del «trans» ni del «inter», o del «multi». La cultura actual se parece al rizoma de Deleuze, una multiplicidad descentrada sin orden general. La lógica de la hipercultura es la yuxtaposición de la conjunción: «y… y… y…».

Una de las características más destacables de la hipercultura es el «deseo de lo nuevo», esto es, la apropiación de manera intensiva de infinidad de elementos. La hipercultura es una mutación constante. No para de fagocitar –apropiarse nuevos elementos. Los elementos engullidos son novedad durante muy poco tiempo. En la hipercultura no existe lo extraño, tampoco lo propio. Ambas categorías desaparecen. No hay nada digno de protección, lo propio; ni nada que nos espante, lo extraño. Ni fobia ni orgullo, curiosidad. En la hipercultura lo que hay es lo nuevo y lo viejo. Cada cosa que se yuxtapone, lo nuevo, hace viejo a todo lo que se había unido un rato antes.

La cultura existe territorializada, ubicada en algún lugar. La globalización se ha encargado de eliminar los límites geográficos. Hoy en día no es raro que un escritor gaditano (David B. Gil) escriba una novela histórica sobre el Japón feudal con tanta brillantez que nos haga sentir que estamos cerca del Fuji. Lo característico de la actualidad, en la hipercultura, es que no hay mezclas resultantes del encuentro o el choque de elementos dispares. Se ha vuelto inútil dirimir a qué cultura pertenece este o aquel elemento. No importa si Rosalía bebe del flamenco o hace un pop rarito a la hora de hacer lo suyo, importa que llegue a todo el mundo. La hipercultura no es nacional ni internacional, su lugar es el hiperespacio del hipermercado y del hipertexto. El turista hipercultural de Nigel Barley es un apátrida. Es un consumidor abierto a todos los mercados de la cultura que colonizan la red. Como ya no hay ni fronteras ni límites no hay roces ni querellas. Las diferencias coexisten. El mundo se despolitiza porque las contradicciones no se pelean entre ellas, fluyen agolpadas. La hipercultura es amable, dice Han, y otorga a la Humanidad una cierta paz. Como diría Kant, el espíritu comercial es más efectivo que el choque cultural. El mayor problema, lo que de verdad nos preocuparía, sería quedarnos sin teléfono móvil para navegar por internet.

El camino y la peregrinación son figuras típicas de la premodernidad. Llegaron los primeros turistas, con la Modernidad, y todavía tenían el andar del peregrino. Buscaban lugares originarios, vírgenes quizás. Querían escapar de su aquí, en pos de un nuevo allí, distinto, diferente. La hiperculturalidad produce otra cosa. El turista hipertecnológico es un explorador, por eso a los navegadores de internet los llaman Explorer. El explorador detesta la asimetría, quiere que el allí sea «otro aquí». El turista romántico, de un Zygmunt Bauman por ejemplo, «postula un mundo alternativo». El anhelo de un aquí mejor es lo que lo mueve. Y lo hace con temor a lo desconocido, pero también a estar demasiado atado a su lugar. El explorador hipercultural no siente ni anhelo ni miedo.

El turista hipercultural recorre el hiperespacio de sucesos que se abre a las atracciones turísticas culturales. De este modo, experimenta la cultura como Cult-tour.

La realidad es hipertextual, cada vez más. Esto significa que «todo se encuentra anudado y conectado con todo». El hipertexto es la maquinación casi perfecta de nuestro tiempo. Es el ofrecimiento de la «emancipación general», la promesa de dejar de estar sometido al «orden preestablecido». A casi todo el mundo le seduce la idea de romper con la estructura de sentido tradicional. El hipertexto tiene la victoria asegurada en nuestro futuro. La pregunta clave es: ¿cómo acceder al mundo hipertextual, cómo llegar a esa especie de nuevo paraíso? A través de la ventanas, las llamadas windows. En el mundo real la humanidad experimenta. En el mundo hipertextual abre ventanas, una detrás de otra, sin parar. El habitante de este mundo es «una especie de ser-ventana». El tiempo de las ventanas es el fin del orden cósmico, esto es, el fin del «tiempo colmado» que se estructuraba como pasado, presente y futuro.

El tiempo se desnuda y se cae el horizonte de sentido. Todo lo que puede dar sentido desaparece en la hipercultura. Navegamos en un mundo convertido en un colorido mosaico de pachtwork. La identidad cultural era algo que heredábamos y podía tenerse un cierto orgullo por eso. En tiempos de la hipercultura hacemos bricolaje o manualidades con ella, la construimos cosiendo parches de distintos colores, tamaños y texturas. En el hipermercado de culturas, uno no camina, uno explora buscando nuevos parches para añadir a su identidad patchwork. El caminante y el viajero romántico eran hermeneutas. El explorador hipercultural que abre ventanas no lo es. La cultura en tiempos «trans», «multi» o «inter» requería de una cierta sensibilidad para leer las diferencias, para acercarlas, integrarlas o hibridarlas. La tolerancia es fundamental para comprender.

El windowing hipercultural no es un diálogo. En él está ausente la interioridad dialógica.

Con el tiempo el turista hipercultural, con la mirada puesta en la pantalla de su móvil, abriendo y cerrando ventanas, explorando y surfeando por la hiperrealidad, terminará exhausto, explotado por sus propias miserias, preso del panóptico digital, con su vida entregada al Big Data. Más de uno se acordará y echará de menos, con nostalgia, aquel día en el que Enrique Morente y Lagartija Nick decidieron unir sus fuerzas alrededor de Lorca y Cohen.

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6 comentarios en “El turista hipercultural antes del cansancio

  1. Esto explica mejor a las sociedades, relaciones e instituciones líquidas propuestas por Bauman, explica también la retropía que acumula frustraciones constantes en las que vivimos, la incertidumbre que ocasiona y que es el fértil caldo de cultivo donde el hiperconsumismo compulsivo se impone como una reciente forma de enajenación humana.

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  2. el riesgo que produce esta hiperculturalidad es el desapego con respecto al origen y la comunidad , además de aumentar el sentimiento de orfandad que significa sentirse mas un ciudadano global que perteneciente a una comunidad local , cada integración a una instancia superior implica inevitablemente la perdida de raíces e identidad.Además de que necesariamente existe un imperialismo cultural que difunde
    en forma mayoritaria determinadas visiones de mundo que pretende establecer como las únicas viables y posibles.

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  3. El artículo me parece de calidad….pero aunque sé que voy contracorriente sigo insistiendo que Han es un escritor sobrevalorado que ha bebido de fuentes que nunca cita para eludir que nada opoconuevo hay enel horizonte de lo que plantea,….Bien, me acostumbra a pasar….

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  4. Existir, sufrir, alegrarse no es lo único que nos da la vida me complace haber dado lectura a pensamientos, expresiones de ésta naturaleza, espero poder encontrar más… saludos

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