Feminismo y lesbianismo en «Seis hermanas» (serie de televisión)

Comenzó en Televisión Española (TVE) una serie en abril de 2015, Seis Hermanas. Grata sorpresa. Este artículo nace del deseo de hablar de una pareja entrañable: Celia y Aurora, interpretadas por Candela Serrat y Luz Valdenebro. Es destacable que una se llame Candela y la otra Luz, como premonición del resplandor que van a derramar. La trama urdida en torno a estas dos mujeres sensibles y adelantadas a su tiempo es la de un amor lésbico en el Madrid de, al menos hasta que termina nuestra redacción, 1914. ¿Se comprende lo que significaba esto entonces? Queremos decir en aquellos años en que la mujer sólo podía aspirar a esposa y madre ejemplar, es decir, a sumisa ama de casa… en el menos enojoso de los casos.

No nos interesa el argumento sino como necesaria peana de lo que indica el título del trabajo. Celia, de familia burguesa, tras una experiencia desgraciada con un patán, se enamora en silencio de una obrera de la fábrica familiar. Un día decide besarla; Petra se ofende y reacciona con una dureza que lleva a Celia al borde del suicidio. Tras el susto, las hermanas deciden ponerla en las manos (en las garras) de un médico que la «cure». El doctor Uribe, lejos de «curarla», no la mata con sus bárbaros métodos por la providencial aparición en escena de una enfermera sui géneris: aquí entra Aurora.

Desde que asoma la recién citada la serie gana en interés, contemplamos escenas entre ambas de exquisita sensibilidad, ternura; en fin, de belleza. Como cuando la enfermera le dice: «Quiero hacerte un regalo que no compra el dinero, la libertad de hacerte sentir como eres». Declaración amorosa en clave, pues son momentos en que la enferma aún no conoce la fibra lésbica de su salvadora. Interés también por lo que significan de lucha en un mundo sordo y ciego a su condición sexual y, en el caso de Celia, sordo y ciego además a sus inquietudes intelectuales, preferentemente literarias, impropias de su sexo. En esto, no en la inclinación sexual, se observa un paralelismo con otro personaje, ahora de Acacias 38, Leonor, joven escritora en 1902 que debe sortear el desprecio y las risitas antes de ser aceptada.

Hay un capítulo cenital, de encanto inmarcesible. Las dos jóvenes se citan a hurtadilllas en una habitación de hotel, yendo, claro, a horas distintas. Aurora ya ha tenido experiencias; para Celia va a ser la primera vez. Los planos, memorables. Cómo se desviste Aurora, cómo besa a Celia, cómo le toma la mano, la delicadeza con que la desviste y la besa en la zona del cuello por delante y por detrás, cómo le mira el pecho al ponerse frente a ella, la actitud receptiva y expectante de la más joven, las miradas cruzadas, la música, hasta las palabras tranquilizadoras de Aurora a Celiac uando ésta se turba al oír un ruido en el pasillo.

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Hablamos de desvestirse y desvestir, pero ni medio pecho se les ve (habíamos dicho que Aurora observa el pecho de Celia; no hay contradicción: es ella quien lo ve, no los telespectadores). Con lo cual el momento sea, tal vez, más sugestivo, como aquellas célebres páginas de Madame Bovary, la Emma eterna de Flaubert, en el fiacre (coche de caballos), haciendo el amor con su amante, sin describirlo, a través de las calles de Rouen. Otro personaje arquetipo, la mujer insatisfecha con su triste matrimonio que vive aventuras escandalosas en aquel tiempo… para su género. La doble moral según el sexo, aún existente, era entonces epidemia.

Más: la escena del hotel habría merecido acabar de modo similar a la memorable de La reina Cristina de Suecia, cuando la protagonista (Greta Garbo), tras su experiencia con el embajador español Pimentel (Gilbert) en una posada sueca, repasa con la mirada y también con las manos los objetos de la alcoba donde ha conocido el amor, para llevarlos por siempre en su memoria. Si alguien pensara que esta asociación incurre en sacrilegio cinematográfico, se nos daría, con perdón, dos bledos, que diría Larra («El café»). Una reina, por cierto, no ajena al feminismo ni, en palabras de algunos críticos, a la llamada de Safo. Este aspecto no se refleja en la versión citada, de 1933, y no sólo por ser época nada propicia para aventar amores lésbicos, sino también porque Hollywood e Historia son agua y aceite. Pero sí que aparece en una cinta muy posterior, de 2015, que aúna las facetas de librepensadora, amante del arte, pacifista, feminista y lesbiana de Cristina. El director aclara que «era una mujer que se negaba a someterse a un hombre y a tener un hijo».

Habíamos orillado otro surtidor seductor: la voz. ¡Sólo un marmolillo podría permanecer insensible ante esas dos voces que nos inundan como armonías descendidas del éter! El mismo día que añadimos estas líneas leemos en Internet que Luz Valdenebro (Aurora) la modula mal: desconocemos si técnicamente es así, pero no quitamos una coma. Sin ser fans, palabra que nos recuerda a «fanáticos».

Después de este capítulo se produce un volantazo. No tenemos idea del porqué, sólo barruntamos que alguna instancia pacata «de arriba» ha dado un toque de atención para que no se repitan escenas similares. La belleza, ¿hay que penalizarla por emitirla en horario infantil? O, si esto no convenciera, ¿hay algo en las noches de TVE 1 que impida hacer hueco a Seis Hermanas?

Lo visto en aquella habitación dista sideralmente de la obscenidad y violencia, las que de verdad dañan a niños y no niños. Está lejos incluso de películas que muestran un sexo blando; sí, pero tan blando como mediocre. Además, no entendemos quién haya podido quejarse, de ser así, por algo que ni siquiera tiene contenido sexual en sentido estricto, sino erotismo de alta nota. Lo que de estricto sexo haya podido haber ha de imaginárselo el telespectador, porque no lo ve. Y no creemos que un niño lo haga. En fin, a partir de aquellos momentos inolvidables se imprime un giro copernicano a la serie: no vuelve a contemplarse una escena de similar intensidad íntima entre ambas.

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Sigamos con el volantazo: durante un sinfín de capítulos Aurora desaparece de escena. Después, la recuperan. Aunque ya desde antes se había operado un cambio lamentable. Hasta la casan con un rico señor del pueblo de su familia. Celia, desolada, le escribe cartas sin respuesta. Un día Aurora se presenta en su casa y le exige que no le envíe ni una más y que la olvide. Tras esto, sigue la desaparición de Luz (Aurora), que es como decir que se opaca buena parte de la luz de Seis Hermanas. Vemos evidente que bajo sus palabras late el sufrimiento, no el desamor, la desesperación por una relación que no puede mantener sin riesgo, presa de su matrimonio forzado, caída en la mazmorra ambiente de un tiempo nada propicio.

Entre tanto, surge un estrambótico personaje, Víctor Dumas, venido de París, con quien la Celia intelectual adelantada a su tiempo había mantenido correspondencia. Ambos pasan buenos momentos, él es un poeta de vanguardia que aterriza con ideas rompedoras en aquel Madrid palurdo y aún de corralas. Ya nos tememos que los guionistas, por «órdenes de arriba», como si fueran un alter ego del doctor Uribe, se disponen a «salvar» a Celia de su lesbianismo emparejándonosla con el simpático, alocado y vital parisino. «Salvarla» de sí misma. Pero no cometen ese desatino, y a Celia le gusta el muchacho, sí, como podrían gustarle unos zapatos o un perrito. En fin, cuando él se lanza y ella acaba confesándole que le gustan las mujeres, tiene una pésima reacción. Aunque después, otro día, se disculpa. Y se va.

Volviendo a «la otra enferma», tras muchos capítulos ausente, regresa. La reentré de Aurora es sorprendente: aparece súbitamente ante Celia para espetarle que la odia y que la olvide, tras lo cual sale del cuarto dejándola compungida. Pero ¡al instante retorna diciéndole que la quiere y que no puede vivir sin ella! Besazo (efímera concesión de «los de arriba» tras el volantazo). Escapada de su marido, se reanuda la relación oculta entre las dos beldades lésbicas, como dijimos, ya sin alardes de intimidad pasional.

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En el capítulo del día que abrimos estas líneas, 15 de febrero de 2016, hay una frase de Celia a Aurora que deseamos cincelar en letras áureas, antes de que las brumas del olvido nos la arrebaten: aquélla en que le señala que no se cargue con las cadenas  que ella le enseñó a romper. Y es porque la dulcísima Celia ve que su adorable Aurora lleva tiempo atemorizada, unas veces pensando que las van a descubrir (no se olvide lo que ello suponía entonces); otras, como ahora, por una pesadilla con su marido (es lo mismo). El personaje Aurora va siendo despojado de su vitalidad, jovialidad, entusiasmo; de su, en dos palabras, deslumbrante encanto, hasta quedar convertido en un ser asustadizo, quebradizo y vulnerable. En cambio, Celia, con su carga de sufrimiento pasado, mantiene la frescura, sus ganas de vivir, su optimismo; su, en dos palabras, deslumbrante encanto. Digamos que ahora Celia es la enfermera y Aurora la paciente.

A las jóvenes poco puestas en Historia y quizá presas de justa ira al contemplar la situación de sumisión de las mujeres de hace un siglo (no sólo de Celia y Aurora, de todas), las advertimos: la realidad era mucho más cruda que la reflejada en la pantalla. Es serie de sobremesa tardía y la trama esquiva la sordidez.

Terminamos: ambas representan con exquisitez y talento su papel de mujeres adelantadas a su tiempo. Sustentamos nuestra opinión, pues no conocemos más, en esta única y memorable interpretación de reivindicación de las vicisitudes de dos mujeres españolas víctimas. A la manera suavizada que dijimos, esta serie irradia un feminismo pionero que a nuestro espíritu de época, con sus grandes y a la vez insuficientes conquistas en el ámbito de la igualdad de género, le es  enternecedor contemplar. Y no sólo por su tratamiento del lesbianismo, sino también y sobre todo por interposición de la fina sensibilidad cultural de Celia, insumisa a tirar por la borda sus inquietudes y convertirse en rehén del rol que como mujer le correspondía.

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4 comentarios en “Feminismo y lesbianismo en «Seis hermanas» (serie de televisión)

  1. Vaya, no conocía esta serie del 2015, espero encontrarlo por la red, solo me acuerdo de la película Carol (2014) sobre una relación lesbiana durante los 50s. También recordé las películas del director RW Fassbinder y Gus van Sant que valoran de distinta manera las relaciones homosexuales. Saludos

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    • Buenas tardes-noches, amigo,
      Tecleando en Google «seis hermanas celia y aurora hacen el amor», o simplemente «celia y aurora hacen el amor» podrá contemplar un cortito vídeo de 2´y 16″ que resume la cita amorosa en el hotel. Hay muchos vídeos e información sobre la serie, que ya acabó no sé cuándo (yo no pude verla hasta el final). El capítulo corresponde, creo, al 7 de octubre de 2005. En cualquier caso, tuvo muchos episodios, y lo interesante, en mi opinión, es ver ese vídeo citado y algunos otros.
      Que tenga un espléndido resto de jornada.

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  2. Buenas tardes,
    Soy al autor del artículo. Más vale tarde que nunca para aclarar algunos aspectos, ya que veo que se sigue visitando:
    1.- Al principio no son las hermanas, sino solamente una de ellas, Diana (la «empresaria», que también tiene que abrirse paso en un campo reservado a los hombres) quien descubre la relación íntima entre Celia y Aurora, como se ve en uno de los fotogramas.
    2.- Puede resultar ditirámbica la comparación con el film de 1933 «La reina Cristina de Suecia». Un blog colectivo tiene sus normas, una de las cuales es no sobrepasar cierto número de palabras, cosa que me parece bien. Quiero decir que la redacción original de este trabajo casi duplica en extensión la versión que envié. Por lo tanto, mucho quedó fuera y no aclaré que, aunque no me apeo de mi afirmación, la relativizo, pues una película de, pongamos, hora y media, es obra de concentración, en tanto que una serie de cientos de capítulos lo es de dilución.

    Saludos

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