Tiberio, resentimiento y experiencia de Gregorio Marañón

Pero, si alguna vez alcanzan a ser fuertes, con la fortaleza advenediza que da el mando social, estalla tardíamente la venganza, disfrazada hasta entonces de resignación. Por eso son tan temibles los hombres débiles (y resentidos) cuando el azar les coloca en el poder, como tantas veces ocurre en las revoluciones. He aquí también la razón de que acudan a la confusión revolucionaria tantos resentidos y jueguen en su desarrollo importante papel (Gregorio Marañón, Tiberio. Historia de un resentimiento, OO CC, VII, 20).

Gregorio_Marañón_-_retrato.pngGregorio Marañón, fallecido el 27 de marzo de 1960, diferencia la envidia y el odio –pecados de proyección estrictamente individual– del resentimiento, que «es una pasión que tiene mucho de impersonal, de social». Su libro Tiberio lleva este subtítulo: Historia de un resentimiento. Y no es casual el momento de su redacción durante la Guerra Civil, en su exilio francés. El efecto que le producen las arbitrariedades de la masa, primero a partir de mayo de 1931, y después durante el desenfreno de los primeros meses de la guerra, asoma en su teoría del resentimiento. Marañón se siente violentado. A partir de esos momentos va a entrar en un proceso de interiorización ya descrito por Laín Entralgo, con palabras que no nos resistimos a transcribir: «Noblemente, gravemente, sinceramente, Marañón está revisando una parte de su vida. ¿Quién, como no sea un marmolillo, un logrero o un frívolo, no se ha sentido obligado a ello al llegar a la madurez?». Por cierto, el propio Laín hizo lo mismo cuando le tocó, y con honradez, a pesar de las punzadas irreverentes de un tal Umbral.

El tiempo de la revolución española le va a servir para alumbrar una teoría sobre el resentimiento, que tiene mucho de respuesta de su aristocrático liberalismo herido por la vorágine de los hechos. Marañón ve brotar por las abiertas llagas del fracaso social los turbios borbotones del resentimiento. En el silencio de su introspección, ha madurado que los procesos repentinos y acelerados no vigorizan el cuerpo social, como el agua que llega de improviso, no para fecundar la tierra y empapar las gargantas abrasadas, sino para arrastrar a la una y ahogar a las otras.

Que  el doctor concede una importancia de primer orden al resentimiento en la génesis y desarrollo del conflicto bélico español no ha de extrañar si no se obvia su idea aristocrática del liberalismo. Un aristocratismo, aclaro, del espíritu, no de título nobiliario. Y más, como  he dicho, si se repara en que es  la Guerra Civil, contemplada en sus seis primeros meses desde Madrid y en su exilio francés y viajes americanos después, el que le apremia a componer su obra sobre Tiberio. Es cierto que él mismo dice en la «Introducción» que sus meditaciones fueron iniciadas leyendo a Tácito, en la juventud. Pero no lo es menos que para el doctor historiador en la tragedia española, como en toda revolución –para él la guerra fue sobre todo una revolución–, encuentra lugar destacado el resentimiento. Y en el mismo lugar señala sus límites: «No pretendo, pues, hacer, una vez más, la historia de Tiberio, sino la historia de su resentimiento».

La historia de un resentimiento muy pretérito, pero con claras connotaciones coetáneas. También sus otras grandes biografías históricas son ricas en alusiones, tácitas o explícitas, al propio tiempo del doctor, especialmente El conde-duque de Olivares. La pasión de mandar y Antonio Pérez. El hombre, el drama, la época. Que esto es así lo demuestran sus propias palabras, inequívocas:

Todos los grandes libros de Historia están llenos de alusiones al presente y al futuro, y esto que para algunos críticos era un defecto, lo que se llamó hacer política a costa de la Historia, vemos ahora claramente […] que es el verdadero objeto de la Historia.

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Marañón junto a una calavera

Intentaremos demostrar que bajo el resentimiento de su Tiberio late la interpretación del doctor de los hechos históricos de su propio tiempo y que ese análisis puede ser tomado como exponente de la aristocracia del espíritu que quiso para España y su  posterior fracaso.

Sobre las palabras que disculpan la crueldad de Tiberio, de Ciaceri, historiador tiberiófilo («Para los antiguos la vendetta era casi sagrada») realiza Marañón una matización en la que entra su idea de la generosidad como virtud contrapuesta al resentimiento:

Para los antiguos como para los modernos, cuando no son capaces de generosidad. Para los resentidos que viven obsesionados por la venganza, no para el hombre generoso, especie, por fortuna, de todas las épocas. Entonces y siempre hubo seres humanos abiertos a la clemencia e inaccesibles al rencor y a la vendetta. Lo seguro es que Tiberio no fue uno de ellos.

Esto, dicho por un español en 1939, tiene un valor especial, aunque fuera desde el exilio. Porque es tiempo de vendetta fratricida desatada en España.

G MarañónRefiere el medicus Hispaniae una celada tendida a un tal Sabino por cuatro antiguos pretores que aspiraban al consulado y querían hacer méritos ante el César y su ministro todopoderoso Sejano. Uno de ellos llevó a su casa a Sabino, y allí, fingiéndose amigo, le animó a despacharse contra Tiberio y su favorito. No sabía que los otros tres pretores le estaban escuchando desde un desván contiguo. Al poco, el César era conocedor de los detalles de la conversación. Este ardid le hace decir al doctor: «Yo he conocido, en nuestros días, quien ha sido capaz de esta misma treta repugnante». Pero no añade más, así que nos quedamos sin saber el nombre del urdidor coetáneo de la canallada. Parece que Marañón –y se verá después– es incólume a la tentación de la soplonería.

La impopularidad de Tiberio le sugiere la inconsciencia de las masas ante todo cambio en las alturas del poder. La expresión «democracia absoluta»,  contradictio  in terminis, pero no tanto para quien haya leído sin prisas la vasta obra del doctor –toda,  no solamente el Tiberio–, refleja la reflexión del Marañón de 1939 sobre lo acaecido en España desde 1931, aunque sea al calor de su comentario acerca de la triunfal acogida a Calígula tras la desaparición de Tiberio. El sentimiento popular de liberación ante el nuevo César lo cree errado el ilustre madrileño, y ello porque:

Las masas se mueven por la emoción, por el gesto; es decir, por la simpatía o antipatía, y jamás por la reflexión. Éste es el pecado original, irremediable, de la democracia absoluta, no dirigida, que cuando acierta es por la misma razón que hace salir premiado en la lotería el número que elegimos en un momento de corazonada.

Sigue analizando las expectativas que todo cambio político produce en la multitud. La esperanza de las masas españolas ante el nacimiento de la Segunda República palpita en su diagnóstico; esperanza, por cierto, a la que no fue ajeno él mismo:

Los pueblos aterrados y descontentos lo esperan todo de esa palabra  peligrosa que se llama cambiar. La muchedumbre no piensa nunca que pueda perder en el cambio.

La salida de España de Alfonso XIII está presente también en esta evocación de la alegría del populacho ante la muerte de Tiberio:

El pueblo no pensaba ya […] si gobernó con rectitud o con malicia, sino sólo en el inmenso poder negativo de su antipatía. Por eso enronquecía por las calles lanzando aquel grito que llega hasta nosotros con un trágico sonsonete de populacho ebrio, que hemos oído también con letra diferente, pero con la misma música, y que por eso estamos seguros de que es cierto: «¡Tiberio al Tíber! ¡Tiberio al Tíber!».

Repetimos que es libro publicado en 1939. Quizá el desagrado que deja translucir esta rememoración nació con la misma muerte de la monarquía alfonsina, o acaso su juicio adolece de un defecto impropio de un historiador: el adelanto cronológico de algo que se ha pensado después. Prefiero dejarlo en discreta penumbra, porque no puedo dar una respuesta tajante: de un lado, es cierto su entusiasmo inicial por la República, y ello nos llevaría a «reprocharle» sus palabras a toro pasado. Pero, de otro lado, asoma la repugnancia innata de Marañón por la alegría popular convertida en indisciplina, tan incómoda para quienes, como él, han sido deudores de la idea de la aristocracia espiritual.

La delación, la plaga de la soplonería –así la define él, dejando claro su desagrado ante esta ruindad– y el consiguiente estado de inquietud y zozobra que se apoderó de Roma en tiempos de Tiberio, le hace recordar al doctor su propia experiencia y dar crédito a Tácito:

Quien haya vivido épocas parecidas no encontrará exageradas estas palabras de Tácito: «Jamás como entonces reinó la consternación y el sobresalto en Roma. Se temblaba aun estando entre los parientes más próximos. […] Conocido o desconocido, todo oído era sospechoso».

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El emperador Tiberio

El interés del doctor por el resentimiento ha estimulado su pluma en diversas obras, pero es sobre todo en su biografía de Tiberio cuando se constituye en tema central. Su publicación en 1939, época en la que pasa revista con pesar a su actuación pública anterior a la guerra, es un dato significativo. Marañón se vio incómodo e injustamente tratado durante los meses que permaneció en el Madrid republicano en guerra, hasta su huida de finales de 1936. Cuando redacta el Tiberio, en su exilio francés, tiene muy fresca su experiencia madrileña. Coincidimos con Carlos Castilla del Pino, para quien el resentimiento que el doctor analiza en su libro es, al menos en parte, el resentimiento que creyó ver hacia su persona. A través del viejo encorvado de la isla de Capri, realiza su  estudio como pasión humana de todos los tiempos, pero especialmente dirigido a su presencia en los sucesos de España. Las alusiones a la circunstancia española no son pocas. Aquí solamente se han tomado algunas. El papel que atribuye a los resentidos en las revoluciones indica que muchas de sus reflexiones vienen servidas en la copa de su propia experiencia.

Piensa que en las revoluciones aflora lo peor del género humano, que son un  banderín de enganche para la legión de tímidos, fracasados sexuales y sociales que, en su opinión, ven en los momentos de convulsión y fractura social la ocasión esperada para saldar cuentas, o imaginarias cuentas, bajo el fetiche protector de la revolución. En diversos escritos las ha llamado «cáncer». La metáfora médica es pródiga en su vasta obra.

No obstante, el personaje escogido para auscultar el resentimiento no es uno de esos desconocidos sin fortuna en la vida, sino alguien que llegó a la cúspide del poder en la Roma imperial. Pero también en esas alturas existe, y no lo cura el éxito alcanzado. Al contrario, cuando éste llega, piensa el Marañón, se desata con toda su virulencia la pasión contenida, no satisfecha hasta entonces.

La ausencia de generosidad de los resentidos los pone en el extremo opuesto al que ocupan los aristócratas del espíritu, poseedores de la virtud de la generosidad. La falta de ésta, tan recalcada por el doctor, es huella dactilar de la plebeyez de los resentidos, por mucho que alguno haya llegado a emperador.

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2 comentarios en “Tiberio, resentimiento y experiencia de Gregorio Marañón

  1. Buenas tardes,
    Disculpe, pero no puedo escribir más, ya que me encuentro extenuado por la conjunción de varias circunstancias. Sabrá que se dice «Dios aprieta, pero no ahoga.» En fin, a mí me está apretando de lo lindo. Sólo espero que no llegue a ahogarme.
    Espléndido resto de jornada dominical para Vd. y los suyos, si los tuviere.

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