El acecho de lo desconocido, la perturbación de lo Invisible, la desestabilización, en definitiva, de aquello que nos asedia desde su ausencia, desde su eterna retirada, ha configurado el punto fundamental sobre el que oscila buena parte del recorrido intelectual de Dino Buzzati. La imposible presencia de lo que nos atormenta se halla trazado de una manera magistral en su célebre El desierto de los tártaros. Ahora bien, esta cuestión no se desarrolla únicamente en ella sino que también aparece en otros títulos más modestos, pero no por ello de menor calidad y profundidad. En uno de estos textos, El Giro de Italia, que editó en español maravillosamente Gallo Nero en 2014, y que reeditó en 2016, puede vislumbrarse esta cuestión diáfanamente. En particular, la obra responde a las crónicas que realizó Buzzati del Giro de 1949 para el Corriere della Sera (diario con el que, por cierto, colaboró durante toda su vida como cronista, escritor, articulista, reportero…).
Una idea recorre todo el libro, de una manera explícita en ocasiones, e implícita en otras: la lucha contra lo desconocido que nos acosa en todo momento. Esta situación se encarna en varias confrontaciones. Una de ellas, en la rivalidad entre los dos grandes campeones del momento: Gino Bartali, campeón de dos Tours de Francia (uno de ellos, el de 1948, muy reciente por entonces), asimismo vencedor de tres Giros (el último en 1946), y Fausto Coppi, que había ganado dos (el de 1940 y 1947) de sus cinco Giros, así como se disponía a alzarse con su primer Tour, de los dos que ganaría en su carrera, ese mismo año, 1949. Duelo entre el pasado y el presente-porvenir, entre la tradición y la ruptura, Bartali-Coppi escenifican una contienda que se escapa de la lógica tradicional del choque de egos. Todo parecería indicar que es una rivalidad egocéntrica, una fricción narcisista de destruir al otro, pero, paradójicamente, cuando se analiza minuciosamente la situación, se observa que la confrontación, en realidad, es por algo que les excede a ambos, que sobrepasa la eventual rivalidad deportiva, que les mueve en todo momento a querer superarse y que, finalmente, jamás pueden tipificarse.
Quieren ganar, seguramente, ser los mejores, tal vez, derrotar a su rival, es posible, pero no se conocen muy bien las razones de esos anhelos, se ignoran las raíces de ese deseo. Los dos son movidos por hilos invisibles, por motores desconocidos que les conducen irremediablemente hacia la oscuridad de su voluntad.
Fijémonos en el cuadro de Bartali que dibuja Buzzati. Taciturno, adusto, incluso soberbio, Bartali es alguien que parece desear la victoria, y, con ello, seguir en lo más alto del escalafón ciclista, pero, cuando vemos la decadencia de sus piernas, el ocaso de sus fuerzas, se nos hace presente que la lucha, verdaderamente, se encuadra en otro lugar, mucho más difuso, oscuro y bizarro. Encima de la bicicleta intenta ir más allá de sus limitaciones, sin saber el porqué, buscando una quimera, una verdad que, al modo griego de la aletheia, se oculta cuando parece desvelarse.
Asimismo, las montañas de las Dolomitas, los puertos de los Alpes, la cartografía de la Italia devastada por la guerra, pero también de aquella donde la ilusión recorre cada poro de su topografía, constituyen realidades fantasmagóricas, que en su deslumbrante realidad sugieren transgresiones y suscitan lo épico, pero, cuando parecen materializarse, su entidad se difumina, conduciendo al ciclista a la desorientación absoluta de su deseo.
Pero este fantasma no sólo se reduce a los participantes de la carrera. También recorre, como se ha dicho, una Italia destrozada por la guerra, pero sedienta de quimera. Anhelando utopías, los ciclistas son vistos como la esperanza en un porvenir que dejará atrás, definitivamente, las cicatrices más o menos visibles de la Segunda Guerra Mundial.
En todo momento, como es obvio por lo precedente, la fantasía juega un papel crucial. La de todos los implicados en la trama y, principalmente, la de su autor. El duelo contra lo invisible se dibuja, perfila, modula y engrandece gracias a la fantasía de los corredores, de Bartali y Coppi, pero, sobre todo, de su cronista, Buzzati, para quien la fantasía contamina de tal manera la realidad que ésta parece desvanecerse a lo largo del relato. En Buzzati, en suma, los acontecimientos no son relatados, sino fantaseados. Y, en esa fantasía, la metáfora bélica se manifiesta en más de una ocasión:
Hay entre vosotros guerreros formidables. Cuando se marcha a una nueva guerra, hasta el corazón más humilde puede albergar inmensas esperanzas. Nunca se sabe. Quien se cubrió de gloria en el pasado puede caer en la primera batalla. Y quien permaneció en la oscuridad de la retaguardia volará a la cabeza como un águila. Además están los nuevos reclutas, muchachos desconocidos a los que quizá el destino ya haya señalado. Todo vuelve a empezar, las cartas todavía están tapadas y una ilusión igual de intensa fluctúa sin parcialidad sobre los participantes (pp. 44-45).
Ahora bien, todo fantasma puede ser exorcizado, toda fantasía puede ser desbancada por otra que se ajuste mejor a aquello que queremos explicar o tapar. Por ello, Buzzati apela siempre a la corrosión del olvido, a la fugacidad de los acontecimientos, como el nudo que estructura nuestras vivencias. La violencia de la batalla pasará, tarde o temprano, a ser carne de una memoria más o menos desdentada y, finalmente, se convertirá en un vago recuerdo, como otros muchos. Lo que tal vez no tiene en consideración Buzzati, paradójicamente, es aquello que define más radicalmente su propuesta: nada asedia más que lo olvidado, nada acosa más que lo invisible.