Narciso y la búsqueda de la unidad en Lezama Lima

Jan_Cossiers_-_NarcisoLa de Narciso es quizá una de las historias más conocidas del acervo cultural occidental y sobre la que han se han vertido más interpretaciones. El joven, rechazando a todos sus pretendientes, se dirige a una fuente, rodeada de vegetación, que lo contempla con asombro. Al pasar cerca de la fuente no puede evitar mirar con sorpresa su reflejo. Y en su interior crece un fuego: «mientras busca saciar una sed, nace otra» (Met. III, 415 –las traducciones son propias–). Narciso se contempla, admira su boca, su cuello, su pelo, sus manos; el agua límpida y diáfana le devuelve la imagen que él mismo solicita y ansía. Intenta alcanzar el precioso cuello con las manos. Desconoce el incontrolable fuego que lo abrasa y sus motivos, tan sólo es consciente de su efecto, que aumenta cada vez más. Lo único que lo separa de su objetivo es una frágil barrera de agua: «… ni nos separa el vasto mar / ni la distancia ni los montes ni murallas con puertas cerradas. / Tan sólo nos separa el agua» (Met. III, 448-450). Consumido por su propio ardor, «… tal y como suele fundirse / la rubia vela con fuego ligero o la escarcha de la mañana / con el sol naciente» (Met. III, 487-489), Narciso se deshace en la hierba tendido cada vez más cerca de su anhelo, hasta que la propia muerte cierra los ansiosos ojos, ávidos más que de observarse, de encontrar algo.

Caravaggio (1571-1610) es considerado uno de los más importantes precursores del Barroco. Frente al estático y equilibrado Renacimiento, se alza casi ostentoso, altivo, el Barroco, repleto de contraposiciones, dinámico, exuberante. Es la época del esbozo, del claroscuro, de la rapidez y lo cambiante. La belleza alojada en la proporción que había retomado el Renacimiento se desvanece ante la intensidad de la luz y la sombra que luchan enfrentando sus fuerzas contrarias en una batalla eterna y sin embargo mudable y fugaz. De los opuestos nace un equilibrio sobre el que aparentemente todo se sustenta: el tiempo, la luz y la sombra, la vida y también la muerte. En 1599, el pintor italiano termina uno de sus escasos trabajos de tema mitológico: Narciso. En éste aparece un joven, solo, inclinado. Sus brazos apoyados en la tierra trazan una curva descendente que dirige la mirada del que observa hacia el agua que refleja su cara. Está rodeado por una oscuridad casi total, una oscuridad que contrasta con su piel de nieve y su vestido blanco. Su rostro, inclinado, no demuestra un deseo hacia sí mismo, más bien describe una intención. Narciso aparece expectante, curioso.

1200px-Narcissus-Caravaggio_(1594-96)

La muerte de Narciso se ha interpretado casi siempre de la misma manera: el excesivo amor propio es nocivo y tiene claras y devastadoras consecuencias. Sin embargo, existe también otra interpretación más profunda, mística, por la que han optado algunos, desde sor Juana Inés de la Cruz hasta el francés Paul Valéry o el cubano Lezama Lima; según esta interpretación, Narciso es una parte del Universo, y ese Universo es todo lo contrario a algo ajeno. El Universo es la unidad, algo continuo, de lo que forma parte todo lo que contiene y a su vez está contenido en todo: el mismo Universo forma y está formado. Para cualquier cosa contenida dentro de él, contemplarse a sí mismo desde dentro supondría también contemplar el Universo de fuera, es decir, comprenderse a sí mismo y a su mundo. Narciso, entonces, al inclinarse deseoso sobre el agua, no sólo se maravilla de su propio cuerpo, de sus manos, de sus ojos, sino del propio mundo que lo contiene, de aquello que él es capaz de cambiar y que lo cambia. Narciso sería entonces más como el joven sorprendido y curioso que pinta Caravaggio que como el joven soberbio colmado de un excesivo amor propio que describe la tradición.

Esta interpretación mística se engarza perfectamente con la poética del cubano José Lezama Lima (1910-1976), uno de los principales representantes literarios del llamado Neobarroco. A la muerte de su padre, cuando Lezama tenía nueve años, su vida se vio truncada. Desde entonces, en una familia fragmentada, en una vida y un país deshechos, era más necesario que nunca buscar una unidad, algo fijo, un fluir continuo que consiguiera ligar todos aquellos fragmentos cambiantes que revoloteaban a su alrededor.

A aquella función hiladora de los acontecimientos Lezama la llamó por el precioso nombre de Sistema poético del Mundo. Dentro de este sistema, la poesía sería el motor que permite acercarse a una fuerza estática, invariable. En definitiva, la poesía sería la forma de contemplar aquello que forma el Universo. Pero ese motor necesita algo que lo impulse y, puesto que la poesía está formada por palabras, son aquéllas en las que recae toda la fuerza y responsabilidad: las palabras, por tanto, necesitan superar el fin comunicativo que se les ha dado y trascender a una imagen, más potente y cargada de un significado mucho más amplio. Las palabras, por tanto –y toda la obra de Lezama– tienen ecos que remiten a asociaciones profundas y así a otras palabras de nuevo.

lezama limaEn 1937 Lezama publica uno de sus primeros poemas, su largo y complejísimo Muerte de Narciso. Es un poema roto, compuesto de fragmentos: los versos y las estrofas son variables y parecen no seguir un esquema fijo. Narciso aparece también en pedazos sueltos, sólo se mencionan partes de su cuerpo, como sus labios, su mano… Los fragmentos del poema y de la propia figura de Narciso parecen seguir el mismo ritmo que la vida del poeta. En el año de publicación del poema, en Cuba se vivía un episodio de aparente estabilidad política, pero durante los siete años anteriores la inestabilidad y la inseguridad habían pasado a formar parte del día a día en la isla: el Gobierno de Gerardo Machado provocaba revueltas sangrientas y, tras su destitución, ningún gobernante consiguió ostentar el poder durante más de seis meses. La influencia y el control de Estados Unidos era cada vez mayor sobre la isla y de ello sólo se beneficiaba una minoría privilegiada. La situación política se caía a pedazos y Lezama tan sólo podía contemplarlo.

Para Lezama Lima, Narciso está rodeado de muerte, rodeado de nieve y blanco: «un círculo en nieve que se abría», «la mano o el labio o el pájaro nevaban». Entre toda aquella muerte Narciso se contempla en un río, un río que cumple las funciones de un viaje, un río que desemboca en círculos de agua hirviendo: «El río en la suma de sus ojos anunciaba / lo que pesa la Luna en sus espaldas y el aliento que en halo convertía».

Esa agua que consumió a Narciso, con su presencia continua en el poema, con su fuerza y dinamismo, es el motor para el descubrimiento de aquella fijeza, aquella contemplación estable unificadora que tanto anhelaba. El río anuncia a Narciso el peso de la Luna sobre el cuerpo, el peso del tiempo cíclico, que toma y retoma los acontecimientos como las piedrecitas que se quedan atrapadas en su corriente. Narciso, inclinado y con las manos apoyadas en la tierra, en realidad estaba contemplando sorprendido el eterno fluir del Mundo. Había conseguido observar el Mundo y observarse a sí mismo. En el agua, continuo motor, pudo entender el hilo que une todos los pedazos desprendidos de aquella bola universal. La verdadera esencia del Universo se arremolinaba, unida y completa, ante sus ojos incrédulos en un revoltijo perfectamente amasado y silencioso. El Universo se amontonaba en un umbral por el que Narciso, al fin, «… en pleamar fugó sin alas».

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