Humberto Megget, el poeta amigo de Idea Vilariño

En abril de 1951, Idea Vilariño publicó en su revista Marcha esta nota:

Humberto Megget, joven poeta uruguayo, acaba de morir en un sanatorio montevideano a los veinticuatro años. Años los suyos de alas cortadas, sin salud, sin dinero, sin libros, con tos en invierno, fatiga en verano, con hablar ceceoso y reticente, con rostro oscuro y enfermizo, con simpatía, con impotencia, con orgullo, con rebeldía… Ahora, demasiado tarde, como siempre, sólo podemos declarar el valor de sus versos, mostrar un poema, dejar constancia del paso del joven poeta que desoímos.

Humberto Megget nació en Paysandú el primero de mayo de 1926, hijo natural de Carlos María Megget y Francisca Giménez González. El núcleo familiar era reducido: una tía, Victoria, maestra rural, fue la encargada de su crianza. Su padre, juez de paz en Paysandú, había muerto cuando él era sólo un niño. Según el poeta, era muy lector y una figura romántica —había, por ejemplo, raptado a la que fue su esposa—. Su madre nunca formó parte de su vida. Tuvo una hermana, Ivonne, con un temperamento similar al suyo, reservado y melancólico. En De la poesía y los poetas, Vilariño dice:

Los amigos, pocos —porque Megget, que era tímido y bueno, era también exigente y, tal vez, desdeñoso—, recuerdan su suavidad y su rigor, su cecear, sus ojos negros, la palidez de su piel mate, recuerdan anécdotas, lecturas, madrugadas, pero sólo vagamente esa historia anterior a que sin duda aluden muchos de sus versos. 

En 1932 ingresó en la Escuela N° 24, situada en Costas de Sacra, donde cursó sin terminar el primer año. Según se consigna en el libro de matrículas, faltó a clases 135 veces (quizá debido a la fragilidad de su salud). Dos años después vivía en la escuela con su tía Victoria. Como era asmático, cada verano viajaba junto con sus hermanos a Montevideo, para disfrutar de la playa. A partir de cierto momento, los niños no volvieron al interior. En Montevideo, Humberto se instaló en casa de su tía, en la calle Sierra (hoy Daniel Fernández Crespo) 2067, 4° piso, departamento número 8. Allí vivían, junto con Victoria, Eduardo Basílico —su marido—, Ivonne, hermana del poeta, y otra chica. 

A los catorce o quince años, Megget viajó a Paysandú en busca de sus orígenes. El pintor Manuel Aguiar, uno de sus amigos de aquella época, recordaba:

El viaje que hizo a Paysandú —escapado de la casa— se fue casi sin dinero y haciendo dedo (me contaba que caminó largo tiempo bajo la lluvia en las carreteras); creo que fue muy importante para él, en su búsqueda de autonomía y también para reencontrar a su ciudad natal. Estuvo varios meses allá —creo que en casa de un familiar, pues yo llamé a la casa [de Montevideo] y su tía me lo dijo.

Esta aventura agrega otra planta al edificio de su biografía mítica, quizás porque, como afirmaba Thomas Mann, «sólo cuando el propio yo se ha convertido en una tarea que debe encararse, llega a tener algún sentido escribir», o tal vez ese sentido justifica el hecho de vivir. Aguiar recordaba: «Cuando volvió de su aventura sanducera, lo primero que me habló fue de un viaje en camión, pues salió a pie de Montevideo, y luego de sus lecturas. Había encontrado en Paysandú una biblioteca que le prestaba libros y me habló de una Historia de la literatura inglesa en tres volúmenes, creo, que había leído. Como él era de origen inglés —según me decía, su abuelo había sido lord!— estoy seguro de que gozaba leyendo todo aquello, su raíz tan lejana por inspiración y por temperamento». ¿Buscaría acaso en su propia vida, intuitivamente, una narrativa ontológica; en su pasado familiar (para él desconocido, sin duda) cierta reconstrucción ideal?  

Megget cursó la primaria en el colegio Sagrada Familia, de la calle Agraciada (actual Avenida del Libertador). De allí provenía, según Vilariño, esa inclinación religiosa que en la adolescencia lo acercó a los franciscanos, y que lo llevó a considerar hacerse misionero. Sin embargo, una actitud poco cristiana que presenció casualmente echó por tierra aquellas intenciones, y al parecer también su fe. Poco después se desilusionó igualmente con el Partido Comunista, poco después de solicitar su ingreso a raíz de una reveladora lectura de Lenin

Cuando comenzó a entusiasmarse por la poesía y el arte de vanguardia, por 1945, Megget comenzó a frecuentar el Café Sorocabana, donde entabló amistad con Carlos Brandy, José Parrilla, su hermana Lucy, Peloduro, y Cabrerita, entre otros. Fuertemente influenciados por el surrealismo, leían Los cantos de Maldoror, de Ducasse, e Ismos, de Gómez de la Serna, al tiempo que se integraban a la bohemia local. Por esa época tomó contacto con el taller del pintor y teórico del arte Joaquín Torres García, donde conoció a Juan José Fló, más tarde filósofo y profesor. «Nunca estuvo integrado al Taller —aclara Aguiar—. Iba, sí, a las exposiciones, a veces iba a vernos trabajar. El Beto admiraba y leía a Torres y pienso que el interés por la prehistoria indoamericana de Torres contribuyó mucho en las búsquedas poéticas de Megget. Intercambiábamos mucho en esa época, sobre el papel del arte en una sociedad ‘primitiva’ o extraoccidental y sobre la expresión cultivada o intelectualizada del artista individualista occidental». Y agrega: «Había una biblioteca de arte muy buena en el Subte, allí leímos sobre pintura y literatura cubista y surrealista». 

Carlos Brandy lo recordaba de la siguiente forma:

Alto, delgado, como de uno ochenta, de tez muy pálida, de grandes ojos oscuros y cabello renegrido. Hablar ceceoso, de lo cual él mismo se burlaba. Una especie de alegría melancólica lo envolvía como un aura. Un tanto tímido, pero seguro de sus convicciones, de las que no se apeaba fácilmente. Bueno, generoso, tierno… Ha sido un amigo difícil de olvidar y un poeta que… resulta tal vez el más original, y más aún, un caso único en nuestra literatura… El extraño aire que corría entre los primeros poemas de Megget, se fue luego aligerando, a medida que el poeta maduraba. No sólo por entrar en el reino de la canción, o por el tema, tierno y aparentemente infantil, sino por una rara sabiduría, por una síntesis musical y profunda. Así, los medios expresivos de Megget se iban afinando, y cuando se lo llevó la muerte, ya era un creador verdadero y original, con una voz que reflejaba el hondo sentido de la poesía.

En 1944 publicó, junto con Romeo Gabren (pseudónimo de Aguiar), Eustaquio Arrieta, Darwin Aitcin Candau y Fló, el único número de Letras, una experiencia adolescente. Identificándose como «Grupo No», se presentaron en el Ateneo en un acto-conferencia, del que participaron Megget, Gabino Medero y Fló. «La exposición de Megget fue la más reflexiva de todas», recordaba el filósofo. «En su discurso era muy poco enfático, suave, tenía una entonación muy dulce, una voz débil o tal vez algo opaca. Eso sí, siempre estaba muy seguro de lo que decía. Tenía una gran convicción con respecto a lo que hacía». Posteriormente, Megget y sus amigos proyectaron la revista Sin Zona (1947-48), llamada así para distinguirla de las demás corrientes; esta publicación, como Letras, representó otra aventura típica de los primeros tiempos. 

La influencia vanguardista, tanto en la plástica como en la literatura, se manifiesta en todo el contenido. Es evidente no sólo en los ensayos, sino también en las composiciones poéticas, que emplean recursos como la intensidad metafórica, la asociación libre de imágenes, estructuras narrativas en la mayoría de los poemas (especialmente los de Megget), el verso libre, y referencias o tributos a figuras del momento como Picasso, Braque, Dalí y Cabrerita. Además, destacan elementos como la cadencia y la exploración de temas infantiles o paródicos. Por aquel entonces, con la ayuda de su novia Raquel Genis, quien al decir de Vilariño siempre «atendió con rara comprensión y fino sentido crítico la tarea creadora de su compañero», Megget montó una exposición de poemas en paneles en El Ateneo, siendo ésta la primera experiencia de acercamiento entre sus textos y un público más extenso y heterogéneo, una experiencia original en el Montevideo de entonces. En 1948, Megget y Raquel se casaron. 

A fines de la década del cuarenta, Megget ingresó como empleado administrativo en los Ferrocarriles del Estado. Su amigo Brandy dice: «Megget era un poeta auténtico, de esos a toda prueba, y recuerdo que le resultaba imposible concebir la vida de otro modo que no fuera ligada a su creación. Todos, inclusive él mismo, respiramos cuando logró ingresar en los Ferrocarriles del Estado, puesto que así obtenía un medio de vida que de otro modo le hubiera resultado difícil alcanzar».

El 12 de junio de 1949, durante un recital realizado por la Asociación Cristiana de Jóvenes, Lucy Parrilla (hermana de José), y Megget, presentaron textos de sus primeros poemarios: La flor sin término y Nuevo sol partido, respectivamente. Atónita, la audiencia escuchó a los declamadores, que recitaron de espaldas al público. Años después, Lucy explicó: «El recital lo hicimos de espaldas. Él ceceaba, por eso abrí yo y cerré el acto… Lo de hacerlo de espaldas se me ocurrió a mí y me creyó. Sin caras, sin gestos, los poemas llegarían puros, sin interferencias. No nos presentó nadie. Estaba contento, muy contento, fue muy divertido para los dos». Y recordaba al poeta: «No puedo decir mucho… Cosas simples, por ejemplo: nos conocimos adolescentes, él se quedó así para siempre. Tenía ojos negros, muy grandes. Era pálido, delgado, inocente. Solía en las tardes aparecer por casa; una casa sin puertas, ya que siempre había alguien entrando y saliendo y él era como un hermano más. A veces sacaba un poema del bolsillo y lo leía».

Ese año Megget edita su único libro, Nuevo sol partido, que contenía sólo siete poemas y contó con escasa difusión y tiraje. Megget recoge allí algunos de los poemas que ya había publicado en la revista, con múltiples correcciones y adiciones. 

De inmediato se advierte la poderosa imaginación visual del poeta. Entre los jóvenes que incursionaron en el superrealismo, Megget fue el único que no se dejó arrastrar por completo por la escritura automática. Con una maestría sorprendente para su edad (Nuevo sol partido fue escrito a los 23 años), acumula imágenes, intuiciones y palabras alucinadas, volcándolas en el papel en una enumeración frenética, pero cuidadosamente regida por el ritmo, que responde a un orden profundo y secreto. Sobre Nuevo sol partido, Vilariño dice:

Se trata de una poesía cadenciosa, narrativa por excelencia, y por eso y por su estilo, sus repeticiones, su mitología, sus categorías familiares, su vocabulario, prestigiada por un aire antiguo, de texto religioso… Ese aire habría de perderse más adelante. Lo que escribe durante su enfermedad tiene otro carácter menos torturado, corrobora las dichas habituales, reconoce las pequeñas dulzuras cotidianas o canta, simplemente, siempre con tránsitos de lo real concreto a una especial irrealidad. 

Megget consigue extraer del caos de intuiciones y de la fiebre poética una composición de rigor impecable. Lo hace sin enfriar su esencia ni sacrificar el ímpetu que lo impulsa, preservando intacto ese deslumbramiento inicial, que sigue brillando incluso hoy. En la fuerza expresiva del poema que empieza: «Cuando descalzo recién salí…», una pieza indudable de antología, se puede apreciar esta maestría:

Cuando descalzo recién salí
era época de música bailable
era día para ver los vestidos volando en la cintura de las niñas
era época de ver las nubes al costado de la tierra
cuando me puse las sandalias y vi a mi amada
dicen que un niño me dijo —¿juegas?—
dicen que mi amada me dijo —¿es cierto?—
dicen que mi madre le dijo —nunca juega—
dicen que entonces yo sonreí y le dije al niño
a mi amada
a mi madre
juego sí
no contigo
gracias a ti
y dicen que el cielo gustó de ver a aquellos tres niños que sonreían
y dicen que salí corriendo
y perdí una sandalia por el camino.
Cuando vestido salí
cuentan que aún no estaba el sol partido
cuentan que las niñas se apuraban por vestirse rápido
cuentan que mi padre no sabía nada
y que mi madre se lo iba a decir
cuentan que tenía un hermano
y una hermana
que querían dejar sus tareas por acompañarme
cuentan que me gustaban las carreras de caballos
y que me los fabricaba con ramas de paraíso
cuentan que corría con los perros
y apedreaba los nidos
y cuentan que a las niñas abrazaba
y bebía su sangre cuando las hería
cuando me puse el sombrero
oí decir que los zorrillos disparaban y no querían verme
oí decir que nadie se quitaba su sombrero delante de mi sombrero
oí decir que mi madre lloraba sobre sus tareas cuando me veía entrar
oí decir que mi hermano se había peleado cinco veces
y que mi hermana ya no tenía amigas
oí decir que mi padre ya no salía más en compañía de vecinos
oí decir que siempre se me veía solo
y que mis amigos eran perseguidos por la justicia
cuando usé por primera vez el bastón
supe que mi padre era rodeado
y que mi madre era besada
supe que el pueblo recogía de la calle hojas de árboles
supe que había fiesta
supe que los niños adornaban las vidrieras
supe que los poetas dedicaban a alguien sus sonetos
supe que nuestro pueblo iba a recibir la visita de altas autoridades
supe que se iba a descubrir una placa
supe que todo era en mi honor

Sin embargo, pronto «los trucos literarios y juegos surrealistas tienden a desaparecer», como escribiera el propio Megget, abandonando el «casi juego intelectual» para alcanzar un «casi naturalismo, para entrar libremente sin trabas y sin esfuerzo a la canción, la canción límpida y clara, la canción casi primitiva, la canción hecha con espíritu y amor«. Allí «donde la metáfora no es rebuscada sino espontánea, donde la canción es la fotografía de un acto generoso, donde no hay nada enfermizo». El resto de las piezas conocidas corresponden a los años de enfermedad (1950-51). Puede hablarse así de «dos» Megget, uno previo y otro posterior a Nuevo sol partido, siendo el momento de la publicación del libro uno bisagra en su breve producción poética.

Mario Benedetti dice en El malabarismo lírico de Humberto Megget (1961):

Aun en su inevitable envase juvenil, la obra de Megget es lo suficientemente original y valiosa como para ser incorporada a lo mejor de nuestra poesía. Poemas como el que comienza: «Cuando descalzo recién salí…», de su primera época, o «Tengo ganas de risas Raquel» y «Dile a las nueces que se partan solas», entre los últimos, sintetizan las mejores virtudes de Megget y garantizan que su poesía ha de ser dentro de cincuenta años tan actual como ahora. Lo que más sorprende y atrae en Megget es la rara mezcla, la constante oposición que se da casi siempre entre sus temas y su estilo, entre su intención y su lenguaje. Es difícil encontrar otro ejemplo tan palpable de poesía pesimista en versos optimistas. El verso de Megget es casi siempre alegre, juguetón, ágil de ritmo, auto satisfecho de las novedades formales que descubre. Sin embargo, lo que dice, o más bien lo que sugiere, toca a veces un punto clave de desolación… Los mejores momentos de la poesía de Megget son demostraciones cabales de eso que él llama metáfora espontánea, fotografía de acto generoso… Están lejos de la frialdad intelectual que tenía Megget, pero son, eso sí, metáforas espontáneas de la naturaleza, simplemente reconocidas por el intelecto. En su peculiar modo de metaforizar, la imagen es siempre separable del ritmo; el ritmo es en sí misma parte alícuota de la metáfora, que sin él no viviría o perdería su originalidad. Casi todos son poemas in crescendo, ganan en efecto si se los dice en voz alta. Megget no es un poeta de las cosas, pero sí un malabarista que usa a las cosas, que las lanza por el aire y las recoge ya cambiadas, dispuestas a servirle como expresiones poéticas de su estado de alma. En una lectura superficial parecería que las cosas andan en la poesía de Megget ‘como por su casa’, pero en una segunda lectura, más atenta, es posible comprender que es el poeta el que se mueve entre ellas con admirable libertad, extrayéndoles significados, inventándoles afinidades que son como etiquetas de originalidad… Megget nunca deja de ser un poeta serio, un preocupado de sí mismo y de su mundo, pero usa en cambio el buen humor como una inédita manera de cantar, de cambiar, de decir simplemente su tristeza.

Pezzino, otro pintor amigo del poeta, recuerda:

Nos veíamos a menudo, especialmente en el taller de Aguiar en el cual vivía yo por ese entonces. Allí llegaba Humberto con su calidez, con su sonrisa y su sentido del humor, y con sus poemas; éramos, junto a muy pocos por ese entonces, los privilegiados en leerlos por primera vez. Y así, hasta pocos días antes de su muerte en que le visitamos Manolo y yo en el Saint Bois. Hasta el final no perdió su sentido del humor. 

Según su esposa, poco antes de su muerte, el poeta repetía: «Sólo pido que se me conceda vida hasta los treinta años para madurar mi obra». Lamentablemente, Megget murió en Montevideo el 5 de abril de 1951, a los 24 años.   

Entre los poemas inéditos que envió a Vilariño desde el sanatorio, terminados y aprobados por él mismo, figuran algunos de innegable valor que revelan esa voz talentosa y original que aseguraría a Megget un lugar en la poesía nacional y regional. Algunos son: «Soy portero fotógrafo ceceoso en teatro sin director», «Tengo ganas de risas raquel», «Dile a las nueces que se partan solas», «Va a dormirse una luz sobre mi frente», «Yo mi sobretodo verde», «Cuando la muerte nos llame a sus botellas», «Si soy del mundo», «Salir por este ojo», «Toma la fruta», «Yo tenía una voz», «Yo encontré un poeta colgado de un manzano», entre otros. 

Dile a las nueces que se partan solas
no me quedan fuerzas
llama al médico
dile a las nueces que se pongan tristes
no me quedan risas
llama al médico
dile a las nueces que no tengo verbos
ya no tengo verbos
llama al médico
dile a las nueces que me quieran siempre
dile a las nueces
llama al médico
dile a las nueces que ahora tengo versos
dile a las nueces que ahora tengo versos
dile a las nueces que ahora tengo versos
no llames al médico.

──═══──

Va a dormirse una luz sobre mi frente
una luz en el cuarto este que toco
en el cuarto este de aguas que no bebo
de hojas mal impresas
y de estufas calientes.
Va a dormirse una luz
una luz que se estira en varias líneas
que no tiene
ni boca
ni estornudos
ni dedos para pies
ni pies sin dedos
sobre mis dientes mordiendo una manzana.
Va a dormirse una luz
hasta mañana.

──═══──

tengo ganas de risas raquel
ganas de ir al cine a ver aquella película
ganas de ver las rosas y no ver las rosas
tengo ganás de tomar el café con leche
y beber
beber
beber
beber aquello y esto
y lo que tú das
y lo que yo ofrezco
ganas de ir y no ver aquella película
tengo ganas de ti y de aquél
pero más que de ti y de aquél
tengo ganas de coca y de raquel

──═══──

Cuando la muerte nos llame a sus botellas 
entraremos por su culo sin cortedades 
y pisaremos cada letra de nuestros nombres 
como quien pisa sus años 
no habrá tiempo 
ni soles
ni playas
ni gigantes
no habrá la monumental estructura de los edificios altos 
ni la rosada sonrisa dirigiendo el aletear de un abrazo 
no habrá más aquellos lechos repletos de jornadas 
y se silenciarán las máquinas que alumbraron 
por las noches nuestros rostros resfriados 
las religiones serán ostras 
y la esperanza nada
y cuando se debilite este vino que nos guía 
y cuando se tienda por las calles este potro de petróleo pálido y rosado
y sólo queden musgos y algas para hacer respetar nuestras cosas 
será porque habrá saltado el tapón de nuestro envase 
será porque hemos quedado negros flotando en el espacio.


──═══──

Si soy del mundo
y de estas cosas
y de lo moderno
y lo viejo
si soy del pedal
y del motor
y del caballo a sangre
y pies calientes
si yo soy de estas cosas
y las que vienen
de las que llegan en recortadas fichas
en tintas muy distintas a las que usamos
si yo soy de esas cosas de colores
de esos discos que giran con perfumes
de esos sonidos que terminan en un avión pequeño
si yo soy de esas cosas que ahora son
yo soy pues de este mundo
y de estas cosas que son y que me llevan.

Para Brandy, si no hubiera muerto tan joven, Megget podría haber sido tan grande como Rubén Darío, Neruda o Paz. En el mismo sentido, para Benedetti prometía ser uno de los más grandes poetas de Latinoamérica. Y Vilariño afirmó: «No sabemos qué hubiera escrito Megget si estuviera vivo hoy, en sus treinta y nueve, cuarenta años; sabemos, sí, que sería uno de nuestros primeros poetas, si no el primero. La excelencia de sus últimos poemas escritos a los veinticinco años alimenta esta certeza».

En 1991 se edita un volumen con su obra completa, fruto de una investigación y revisión a cargo del profesor Pablo Rocca. Esta obra tiene el mérito de recuperar al poeta para los lectores y la institucionalidad cultural. La vigencia de Megget puede deberse en parte al gesto primitivo y fermental de su poesía; como señala Rocca, era un desconocido, «un marginal de los marginales de la cultura oficial que, en rigor, ya entonces se constituía como hegemónica en la plástica y en la literatura».

Un comentario en “Humberto Megget, el poeta amigo de Idea Vilariño

  1. Estimado! agradezco el Vuelo silencioso y en estruendo de la Lechuza…agradece mi curiosidad voraz por todo aquello que arrima a mis orillas todo aquello que producido en lo insondable del alma humana se transforma en hondo tema de reflexión para un diario vivir que entusiasme , sentido en su más profundo sentido . Saludos de alta estima . Que un 2025 nos encuentre !

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