Lo íntimo y lo extraordinario: «La historia universal» de Ali Smith

En la provincia de las Tierras Altas escocesas, al extremo septentrional del Canal de Caledonia, un pueblo se acuesta bajo la luz de medianoche. Es verano y es el día más largo del año; sólo un tenue color azulado cubre el cielo:

No es que la luz se haya ido; entre las once de anoche y las dos de esta mañana la fina línea de azul, que a mediados de verano significa oscuridad, no se ha asentado en ninguno de los horizontes que rodean el pueblo, un paraíso turístico pese a la fiebre aftosa, el lugar que más tarde, este mismo año, los periódicos describirán como la mayor atracción turística de Reino Unido por su espléndido paisaje, su amable población local, su aire puro y su luz de medianoche, habitual e insólita a un tiempo, que impregna el entorno como solo sabe hacer la luz, una garra gigantesca que se cierne imparable sobre los campos, las carreteras de un solo carril y los bosques desinfectados y acordonados.

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Este lugar es Inverness, capital de las Tierras Altas escocesas, próximo al conocido Lago Ness. Aquí vino al mundo en 1964 la escritora Ali Smith. De madre irlandesa y padre inglés, nació y creció en la capital de la provincia, y se trasladó a Cambridge para estudiar el doctorado. La paz del lugar, sin embargo, parece resquebrajarse en este cuento –que lleva el nombre de «Paraíso»– por diversos acontecimientos; un joven duerme escondido en un cubículo de hormigón para evitar a unos matones que querían pegarle una paliza a la salida de la discoteca, la encargada de una hamburguesería en un centro comercial cualquiera sufre un atraco del que termina saliendo airosa, una empleada aguanta a los turistas de un crucero por el Lago Ness, y otra chica se emborracha frente a las estatuas decrépitas y solemnes de los ángeles que guardan el cementerio. Todo mientras los turistas duermen y las ondas del lago se oscurecen todavía más bajo la luz azulada del cielo. Este relato forma parte de los doce que componen La historia universal, una colección de cuentos publicada en 2003 y que ahora presenta la editorial Nórdica con traducción de Magdalena Palmer. A los veintiocho años, Smith sufrió el síndrome de fatiga crónica y tuvo que abandonar el ámbito académico, alejándose de cualquier actividad durante meses. Al desvanecerse el sueño académico, comenzó a escribir cuentos y relatos breves y, en ese momento, las puertas de la carrera literaria se le abrieron. En el primer relato de la colección, «La historia universal», la trama va formándose con la ilusión y torpeza características de cuando se empieza una conversación:

Érase una vez un hombre que moraba junto a un camposanto.
Pero no, no siempre fue un hombre, en este caso en concreto, se trataba de una mujer. Érase una vez una mujer que moraba junto a un camposanto.
Aunque, francamente, hoy en día nadie usa ese término. Ahora se le llama «cementerio». Y ya nadie dice «moraba». En otras palabras:
Había una vez una mujer que vivía junto a un cementerio. Todas las mañanas, al levantarse, miraba por la ventana trasera y veía…
La verdad es que no. Había una mujer que vivía junto… –no, en– una librería de segunda mano.

Una de las características más fascinantes de Ali Smith es su habilidad de dar forma, como si fueran gigantes de arcilla delicadamente medidos, a las historias. Los cuentos de este volumen tienen una especie de alegría, una alegría que los rodea y que viene de la dulce conjunción entre la libertad creativa de la mente y la barra planificadora de la escritura. La trama, a menudo en boca de uno de los personajes, va desarrollándose como un monólogo interior fascinante e interminable, que se corta de golpe por la intervención del otro. En «Mayo», la narración se abre con la voz de una mujer que se enamora de un árbol:

Os lo cuento. Me enamoré de un árbol. Era inevitable. Estaba en flor. […]
Recuerdo que llevaba un rato caminando […], cuando llegó un punto en que ya no vi el suelo. Había desaparecido. Bajo mis pies, la acera estaba cubierta de lo que parecía seda en movimiento. Eran pétalos. Pétalos de un blanco precioso. Levanté la mirada para ver de dónde procedían y lo vi.

Más avanzada la historia, la protagonista consigue escaparse en una noche de lluvia y dirigirse a la casa donde está el árbol, algo que le había prohibido expresamente la dueña:

Ahora yo tiritaba, no de frío, sino por la humedad. Era precioso. Me apoyé en el tronco, noté sus rugosidades en la espalda, en mi chaqueta, y contemplé las flores que se desmenuzaban, desprendidas por la lluvia.

Y en ese momento interviene el otro personaje, su pareja:

Te sientas frente a mí a la mesa de la cocina y me dices que te has enamorado. Cuando te pido que me digas de quién, me diriges una expresión de reproche.
No es alguien, dices.
Y entonces me cuentas que te has enamorado de un árbol.

Los cortes bruscos y el cambio de perspectiva le dan una maravillosa sensación cinematográfica al relato. Las pequeñas piezas se unen y se desligan, se agolpan y corren paralelas para formar una historia coherente y equilibrada a su propia manera; todo juega su parte y nada es superfluo en la conjunción magnífica de las cosas. Una historia se hilvana con otras y con las distintas partes, nunca insignificantes, de otras historias.

Es esta, quizá, una de las principales maravillas de La historia universal: como la vida real, estos cuentos se componen de trocitos diferentes, pequeños momentos de tristeza, de dolor, pero también momentos y destellos de una belleza abrumadora, relatados con la tranquilidad de haber encontrado un rincón hermoso en un mundo desagradable. Esta maravilla reluce, también, en la manera que tiene Smith de elevar las situaciones ordinarias al nivel de lo extraordinario. «Rápido», el tercer relato de la colección, se abre con un curioso encuentro en una de las estaciones más concurridas de Londres: «Cruzaba el vestíbulo de la estación de King’s Cross, esquivando a las multitudes y hablando contigo por teléfono, cuando casi tropiezo con la Muerte«. Más adelante, la megafonía del vagón anuncia que el tren ha de detenerse durante un tiempo indefinido porque ha tenido lugar un accidente mortal en las vías:

Observé la tela cutre y gastada del asiento. ¿Y si no había nadie cuando llegase a casa?, pensé. ¿Y si entraba a casa y tú no estabas? Abría nuestra puerta hipotecada, entraba, me quitaba el abrigo, me sentaba con la bolsa de comida para llevar y tú no estabas […]: te habías evaporado en el aire como en los cuentos, te habías esfumado, como desaparece la gente en la falsa magia, como algo que en teoría les ocurre a otros, a otras vidas ajenas a la nuestra.

Y continúa:

Tú habías desaparecido y el tejado de nuestra casa estaba arrancado y las vigas colgaban por encima de unos muebles volcados. El suelo se había abierto y se había tragado la casa entera […]. Así que un desconocido había muerto. No me importaba, ¿por qué iba a importarme? En lugar de eso, para sentir algo me puse a prueba, me asusté imaginando qué pasaría si todo lo que era mío dejaba de serlo, y de ahí llegó la certeza, tan franca e irrebatible como el cristal de aquella ventanilla, de que nada había sido mío jamás.

Desde que sufrió el síndrome de fatiga crónica, Ali Smith ha publicado cinco colecciones de relato breve y casi una decena de trabajos de ficción. Sus libros han sido nominados, entre otros, al Man Booker Prize en varias ocasiones, al Orange Prize y al Costa Book Awards, y es una colaboradora habitual en The Guardian, The Scotsman y el Times Literary Supplement.

Alentada por Sarah, su pareja desde hace más de dos décadas, Smith continúa escribiendo con una habilidad cautivadora. La mayoría de estos relatos están protagonizados por mujeres jóvenes, ambientados en escenarios reales como Inverness, Londres, o un pequeño pueblecito en los alrededores de un aeropuerto, y están, a la vez, recorridos por un hilo temporal: el primero de los doce comienza en febrero y el último tiene lugar en enero. De esta manera, las pequeñas historias forman un conjunto heterogéneo, pero coherente y precioso en su variedad. Muchos de estos cuentos tienen giran en torno a los libros: el primer relato, el que da título a la colección, se forma gracias al esfuerzo de un hombre por conseguir ejemplares de El Gran Gatsby para su hermana, que, con una beca artística, está llevando a cabo la construcción de barcos hechos con ejemplares del libro y flotándolos a distintos canales donde la prensa y el público contemplan entusiasmados cómo se va hundiendo con graciosa torpeza la embarcación de papel arrastrada por la corriente.

Estas pequeñas historias, presentadas en español gracias a la maravillosa traducción de Magdalena Palmer, son pequeñas ventanas a lo extraordinario dentro de un mundo moderno, sobrio y muchas veces hostil. Los personajes femeninos que protagonizan las historias sufren situaciones y problemas, por desgracia, demasiado reales. La desidia que provoca un pueblecito en la costa nororiental de las islas británicas, desconocida a la turba de turistas que recorren el Lago Ness y las Tierras Altas, el desamor y el dolor, la conciencia de la insignificancia humana; todo ello se trasluce perfectamente en estos cuentos, escritos con una delicadeza admirable, por la voz de alguien que es capaz de conmoverse ante la misteriosa y compleja variedad del Mundo.

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Un comentario en “Lo íntimo y lo extraordinario: «La historia universal» de Ali Smith

  1. Es curioso cómo nuestra insoportable levedad del ser, construye fabulaciones que se colisionan con las miserias humanas ocasionadas por la estupidez, la angurria y la fatiga crónica de vivir un surrealismo que le de algún sentido a lo que no tiene sentido…

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