Dos cartas de Beethoven

Beethoven

Beethoven (1770-1827)

Publicamos dos cartas de Ludwig van Beethoven, con motivo del 245º aniversario del nacimiento del genio alemán, traducidas por Augusto Barrado en revisión de Carlos Javier González Serrano

[Al Elector de Colonia, Maximiliano Federico. 1783]

Alteza,
Desde mis cuatro años ha sido la música la actividad preferente de mi vida. Me familiaricé desde muy temprano con la dulce musa, que prendaba mi alma de puras armonías, y que llegó así a ser mi inspiradora; a su vez, comprobé con frecuencia que ella también me amaba. Acabo de cumplir once años, y no resulta infrecuente que en los momentos de inspiración mi musa me susurre al oído: «¡Intenta hacer descender, por medio de la escritura, las armonías que impregnan tu alma!». ¡Once años! -pensaba yo-, ¿cómo podría convertirme en autor?, ¿qué dirían de mí los artistas? Me sentí cohibido, pero mi musa lo ordenaba. Y así, la obedecí y escribí.

¿Podría permitírseme ahora el atrevimiento, Alteza, de depositar en las gradas de tu trono las primicias de mis obras de infancia? ¿Podría alentar la esperanza de que les otorgues una gratificante acogida y las examines con paternal mirada? ¡Sí, sin duda alguna! Tanto las ciencias como las artes siempre encontraron en ti un entusiasta paladín y un generoso protector; por eso el talento florece y prospera a tu abrigo. Con tal certeza, que engendra maravillosas esperanzas, me decido a acercarme a ti y ofrecerte estas tentativas juveniles. Dígnate aceptarlos como un modesto homenaje que, con el mayor respeto, te rinde este niño, y no dejes de tender tu mirada sobre su joven autor.

Ludwig van Beethoven

Bettina-von-arnim-grimm

Bettina von Arnim, uno de los amores frustrados de Beethoven

[A Bettina von Arnim. Viena, 11 de agosto de 1810]

Mi queridísima amiga,

Pocas primaveras tan hermosas como la de este año. Así parece y así lo digo. Porque fue esta primavera cuando la conocí a usted. Habrá podido advertir desde muy pronto que, siempre que me encuentro en sociedad, me asemejo a un pez en seco: el infeliz no hace más que dar volteretas y saltos hasta que una Galatea lo devuelve al embravecido océano. Así es, amiga mía: aquel día me hallaba en completa sequedad, y usted me sorprendió en el momento en el que que el desaliento se apoderó de mí. Pero todo aquello fue algo milagroso. Bastó su sola presencia para que una nueva vida me fuera infundada. Usted no pertenece a este mundo, un mundo absurdo al que, ni siquiera con la mejor de las voluntades, puede darse crédito. Pero, en cualquier caso, ¿podría una mala persona como yo censurar al resto? ¡Ah! Sé muy bien que usted, tan compasiva, me lo perdonará. Todo lo hermoso de su corazón puede leerse en sus ojos. Así, usted me lo habrá de perdonar debido a su inteligencia, a esa clara inteligencia que se refleja en sus oídos. Porque he podido advertir que lisonjean sus oídos cuando escuchan. Mis orejas, en cambio y por desgracia, son un tabique a través del que no me es dado establecer relación amistosa alguna con nadie. Si fuera de otro modo, puede que me hubiera permitido decirle algo más expresivo. Sólo me fue dado comprender la tímida mirada que sus ojos me dirigieron y que me impresionó de tal manera que ya jamás podré olvidarla.

¡Querida amiga! ¡Amada niña! ¡El arte! ¿Quién puede comprenderlo hasta el fondo? ¿Con quién pudiera uno departir sobre tan excelsa divinidad? ¡Qué gratos me son los días en que podamos discurrir o escribirnos sobre este asunto! Sepa bien que conservo cada una de sus espirituales y atentas cartas. ¡Bendita sea mi sordera, a la que le debo que la mayor parte de nuestras charlas se lleven a efecto por escrito!

Desde que usted partió he pasado días muy tristes, muy negros: esos días en los que no está uno para nada. Durante tres horas he vagado errante por las alamedas de Schoenbrunn, sin que ningún ángel haya venido a mi encuentro ni me haya confortado como «tú, ángel mío». Disculpe, querida amiga, estas salidas de tono, pero en ocasiones necesito tales recursos para dar fuerza a mi corazón, que desfallece.

Asumo que habrá usted escrito a Goethe hablándole de mí. ¡Y con qué gusto ocultaré mi cabeza en un saco para no oír ni ver nada de lo que pasa en el mundo, si tú, ángel mío, no vienes pronto a mi encuentro! Aunque, ya que esto no es posible, al menos escríbame. Guardo esta esperanza. Y es que de esperanzas viven la mitad, por lo menos, de los humanos. La esperanza ha sido compañera durante toda mi vida. De otra forma, ¿qué hubiera sido de mí?

Le remito con la presente misiva, escrito de mi puño y letra, «Conoces el país», como feliz recuerdo del momento en que hube de verla a usted por vez primera. También le envío otra canción que compuse cuando nos despedimos, querido, amantísimo corazón mío, y que empieza así: «¡Corazón, corazón mío! ¿Qué es lo que te angustia? ¡Qué extraña y nueva vida! ¡La verdad, no te reconozco!».

Sí, mi cara amiga. ¡Contésteme! ¡Dígame qué ha de ser de mí desde que mi corazón se me ha rebelado! Escriba a su muy fiel amigo,

Beethoven

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Un comentario en “Dos cartas de Beethoven

  1. Estimado, quisiera que usted me pudiese corroborar lo siguiente: hace algún tiempo atrás se publicó la carta de Beethoven a Bettina von Arnim en cierto diario. Inquieto por el tono del texto, investigué al respecto, y me parece que hay ciertas cuestiones dudosas en torno a la autenticidad del escrito. ¿Hay en la actualidad consenso en cuanto la autoría del músico de aquella carta de 1810?

    De todas maneras, y disculpando mi intromisión, le dejo un enlace donde entablo alguna información que podría ilustrar lo anterior, al menos someramente: http://espectrosarmonicos.blogspot.cl/2016/02/una-carta-de-amor-de-beethoven.html

    Saludos cordiales desde Chile.

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