«Zorba el griego», de Nikos Kazantzakis: recuperar el color de las cosas cotidianas

¿Cuándo se abrirán los oídos del mundo, patrón? ¿Cuándo se abrirán nuestros ojos para ver? ¿Cuándo se abrirán nuestros brazos? ¿Cuándo nos abrazaremos todos: piedras, flores, lluvia y seres humanos? ¿Qué dices tú, patrón? ¿Qué dicen los libros?

La manera más idónea de crear algo es permanecer en todo momento fiel a uno mismo, expresando con sinceridad lo que conmueve el corazón, pasando a habitar el alma, pues no conocemos sino a través del amor y del afecto. Sólo al reconocer algo como parte de nosotros mismos, comprehenderlo, podremos transformarlo en materia para la creación artística; sólo así será verdadera y podrá llegar a la sensibilidad de los demás.

Pero aquello ya no era escritura, era una guerra, una cacería despiadada, un asedio y un conjuro para hacer salir a la fiera de su guarida. Encantamiento mágico, de verdad, es el arte; en nuestras entrañas habitan oscuras fuerzas homicidas, abominables impulsos de matar, de destruir, de odiar, de deshonrar; y llega el arte con su dulce pífano, y nos libera.

Sin lugar a duda, el escritor cretense Nikos Kazantzakis cumplió con tal precepto, pues sus creaciones literarias le fijaron como una de las figuras fundamentales de la literatura griega moderna, así como un referente a escala universal. El excelente índice de sus obras cuenta con títulos tan destacados como Cristo de nuevo crucificado, Lirio y serpiente o El pobre de Asís; pero, desde luego, su novela más afamada es Zorba, el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba). Fue publicada en 1946 y no tardó en obtener un amplio reconocimiento: ya en el año 1964 se llevó a cabo una adaptación al cine al cargo del director Michael Cacoyannis, con la música de Mikis Theodorakis. En pocas décadas, el libro alcanzó un renombre sin precedentes, consolidándose como una manifestación literaria de gran interés y convirtiendo a su protagonista, Alexis Zorba, en un paradigma de la cultura griega.

La novela de Kazantzakis no pasó desapercibida en el panorama literario hispanoparlante, apareciendo las primeras traducciones a principios de los años setenta (en la película de culto El Desencanto, de 1976, Michi Panero hace una referencia al libro). Entre las ediciones más recientes destaca la magistral traducción de Selma Ancira, publicada en Acantilado como Zorba, el griego (Vida y andanzas de Alexis Zorba).

Tal y como apunta el título, la narración del libro se adentra en la historia de Alexis Zorba, un hombre experimentado y lleno de vida. A pesar de la intensidad de las peripecias vitales, su corazón ha permanecido abierto en todo momento, permitiéndole conservar una mirada pura y franca hacia el mundo.

Sentía, escuchando a Zorba, que el mundo recuperaba su virginidad. Todas las cosas cotidianas, que ya habían perdido su color, recobraban el esplendor de sus primeros días, cuando apenas habían salido de las manos de Dios. El agua, la mujer, la estrella, el pan volvían a la misteriosa fuente primigenia y la rueda divina volvía a adquirir impulso en el aire.

Zorba es una persona cercana a la tierra y al cielo, que forma parte del mundo natural y se integra en el equilibrio universal. «¿Qué le puede decir un ‘intelectual’ a un titán?», se pregunta el narrador al verse empequeñecido ante la magnitud de la figura de Zorba. Como una montaña que ha sido eterno testigo del transcurso del tiempo, Zorba posee un alma elemental que encierra dentro de sí la sabiduría del mundo, sabiendo dar respuestas llenas de verdad, candor y sencillez a las preguntas más enrevesadas que tiene el humano.

Miraba a Zorba a la luz de la luna y me maravillaba con cuánta gallardía y simplicidad se avenía al mundo, cómo el alma y el cuerpo eran una sola cosa, y todo, mujeres, pan, mente, sueño, armonizaban de inmediato con su carne y, felizmente, se transformaban en Zorba. Nunca había visto una concordia tan amistosa entre hombre y universo.

Se podría pensar que un personaje de tales características, de tanta entereza y coherencia no puede ser sino una fábula, una manera de desgranar la realidad por parte del autor para hacerla más comprensible. Sin embargo, Zorba no es un mero arquetipo ni fruto de la imaginación, pues la ficción de la novela se asienta sobre una vivencia real de Nikos Kazantzakis: la explotación de las minas de la península de Mani con un hombre llamado Georgios Zorbas, que sirvió de prototipo para el personaje al ejercer una gran influencia sobre el escritor.

Si quisiera elegir entre las personas que han dejado las huellas más hondas en mi alma, tal vez destacaría a tres o cuatro: Homero, Bergson, Nietsche y Zorba. […] Zorba me enseñó a amar la vida y a no temer la muerte. […]
Él tenía lo que un escritorzuelo necesita para salvarse: la mirada primigenia que, de un flechazo, atrapa su presa en el vuelo; el instinto creativo, cada mañana renovado, de mirarlo siempre todo como si fuese por primera vez, devolviendo la virginidad a los elementos eternos —viento, mar, fuego, mujer, pan— de nuestra vida cotidiana. Poseía la firmeza en la mano, la frescura del corazón, la audacia de burlarse de su propia alma, como si dentro de sí tuviera una fuerza superior a ella.

Así, Zorba, el griego viene a ser una mezcla de ficción y de realidad autobiográfica de Kazantzakis, donde la figura de Zorba es vista a través del prisma del «patrón», un joven intelectual griego que no es otro que el propio autor. El personaje del patrón es un idealista intelectual lleno de interrogantes filosóficos. A pesar de su gran sensibilidad combinada con la sensatez, es incapaz de experimentar la vida de manera tan plena como lo hace Zorba. Tiende a recluirse en su propio mundo, dejando que su mente vague por sus profundidades hasta transformar las vivencias en pensamientos sin materia; incluso al estar sumergido en la alegría del mundo, tiene que hacer un esfuerzo para liberarse de su racionalidad y su propensión a pensarlo todo.

Mi contacto con los seres humanos había acabado en monólogo interior. Había caído tan bajo, que si hubiese podido elegir entre enamorarme de una mujer o leer un buen libro sobre el amor, habría elegido el libro.

Entiende y siente las cosas sólo a través del filtro del intelecto que traspone la realidad, que mide y teoriza ante cualquier tipo de experiencias; mientras Zorba se entrega a ellas sin reflexionar, abriéndose al aquí y ahora decididamente y con todo su ser.

[Zorba:] Los trabajos a medias, las palabras a medias, los pecados a medias, las bondades a medias son los que han llevado al mundo al desbarajuste en el que está. ¡Vamos, hombre, llega hasta el fondo, dale y no tengas miedo! ¡Más asco le da a Dios el mediodiablo que el archidiablo!
Sopesaba las palabras de Zorba, llenas de sustancia, de un cálido olor a tierra y de humana gravedad. Sus palabras ascendían desde sus riñones y desde sus vísceras y aún conservaban el calor humano. Las mías eran de papel, descendían desde la cabeza, salpicadas únicamente por una gota de sangre; y si algún valor tenían, ese valor se lo debían a esa gotita de sangre.

A pesar de ser un hombre cuya intelectualidad había resultado en la negligencia de lo corporal, lo pasional y lo animal, la erudición del personaje no supone una rehuida de la sensibilidad, sino que le hace adoptar una perspectiva de espectador. No es capaz de experimentar la plenitud de la vida en toda su insondable profundidad, pero esto no es un impedimento a la hora de poder aprehenderla —su experiencia posee una naturaleza más teórica y reflexiva—.

He desperdiciado mi vida, pensaba. ¡Si pudiera coger una esponja y borrar todo lo que he leído, todo lo que he visto y oído, si pudiera entrar en la escuela de Zorba y aprender el grande, el verdadero alfabeto! ¡Qué camino tan distinto habría tomado! Habría entrenado a la perfección mis cinco sentidos, y a mi piel toda, para que se alegrara y comprendiera. Habría aprendido a correr, a luchar, a nadar, a montar a caballo, a remar, a conducir un coche, a disparar un fusil. Habría rellenado mi alma de cuerpo; habría reconciliado dentro de mí, por fin, a estos dos antagonistas seculares…

Al entrar en contacto con la visión primigenia de Zorba, el personaje cae bajo su influencia, adaptándose y aprendiendo de ella. De este modo, su propia experiencia de las cosas se ve transformada por la nueva amistad. No obstante, no se trata de un cambio radical o inverosímil, sino más bien un enriquecimiento de la personalidad que suele producirse en uno al descubrir un nuevo saber, una forma de sabiduría distinta que permite adquirir, por un tiempo, una perspectiva distinta ante la vida.

Evocaba todos los días que había pasado con él, llenos de sustancia humana. El tiempo había adquirido, al lado de Zorba, un sabor distinto; ya no era una sucesión matemática de acontecimientos ni un problema filosófico irresoluto dentro de mí; era una arena tibia y bien cernida, y lo sentía derramarse delicadamente, haciéndome cosquillas entre los dedos.
Por primera vez la víspera había tenido la certeza tangible de que el alma también es carne, más rápida de movimientos quizá, más diáfana, más libre; pero carne. Y la carne es, ella también, alma, un poco soñolienta, extenuada por largas caminatas, sobrecargada por pesadas herencias; pero en los momentos cruciales se despierta también ella, se despereza, agitando sus cinco tentáculos, como si fueran alas.

Pero Zorba, el griego no es únicamente una historia de dos personas distintas que entran en contacto y sinergia; también es una novela que encierra una serie de reflexiones espléndidas, así como una frenética y desbordante acción que siempre llega en el momento oportuno y, en toda su impetuosa brutalidad, armoniza con el conjunto, mostrando el implacable equilibrio del destino que tan bien se refleja en el libro.

Existen obras literarias que saben revelarnos una verdad, y de este modo devolvernos una parte de nosotros mismos; lo mismo ocurre con las personas. Zorba, en este caso, tiene una influencia doble: a medida que uno se adentra en la novela, se crea una especie de paralelismo entre el Zorba-hombre y el Zorba-libro. A la vez que el personaje del patrón se ve transformado por Alexis Zorba, el lector percibe que la novela produce un cambio gradual en su interior: al acercarnos a la armonía que buscamos, el libro aporta sus notas y melodías al ritmo inmortal.

La vida con Zorba había ensanchado mi corazón y algunas de sus palabras habían serenado mi mente, dando una solución simplísima a las complejas preocupaciones que vivían en mí. Este hombre, con su instinto infalible, con primigenio ojo de águila, tomaba atajos rápidos y seguros y llegaba sencillamente, sin fatiga, a la cúspide del esfuerzo: el no esfuerzo.

Cualquier cosa dicha de la novela parecerá insuficiente, cualquier descripción quedará corta ante la esencia de Zorba, el griego. Como todo lo bello, alberga algo de inefable, un aire propio que se respira entre líneas. Quizás ésa sea la razón por la que la narración parece tener su propio espacio emocional de gran amplitud que envuelve al lector, apoderándose de sus sentidos e influyendo sobre su percepción.

Y mientras pensaba en la terrible melodía, mi pecho comenzó, poco a poco, a desbordarse; los oídos se despertaron, el silencio se volvió grito, el alma, también ella hecha de la misma melodía, se tensaba y se asomaba inquieta fuera del cuerpo, para escuchar.

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8 comentarios en “«Zorba el griego», de Nikos Kazantzakis: recuperar el color de las cosas cotidianas

  1. Es una hermosa historia, en la que nos hace reflexionar y estar abiertos a la vida, ver el mundo maravilloso disfrutando sus voces de la naturaleza, y de nuestra propia alma, gracias por compartir estos partes de tan grande obra.

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  2. Una mezcla de ficción y testimono biogr{afico, como ocurre en toda narrativa que elaboremos sobre la actividad de las personas, en todas la civilizaciones y épocas de la humanidad. Esta experiencia se repite en la vida diaria con mucha más frecuencia de lo que suponemos. Se encuentra inserta en cada uno de nosotros con los mismos componentes, no se puede separar la ficción con lo que suponemos la «realidad» pues esta realidad la representamos subjetivamente de un modo un tanto distinto en cada uno de nosotros.

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  3. no lo se, cuando lo lei por primera vez, me llevo a repetir la lectura, no por que no lo haya entendido, mas bien por que me embeleso todo, el paisaje, el olor, los hombres y mujeres, sus formas de vida , es decir, fue como revivir las lecturas de Homero, ademas de ello la musica, hermoso todo

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    • Intentar abrigar el «alma» arrojada a la intemperie, por sus semejantes, sin cuerpo ni alma. Es que mi cuerpo, no tuvo cuerpo como dirá K. Marx. En uno desus pocos aciertos filosóficos, pues la mayor parte de lo que produjo fue una apología demagógica al populismo utópico. Y pensar que sigue contando con adeptos y no son pocos…

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  4. Un texto profundo y un mensaje para no dejar pasar. El personaje, Zorba, el escritor Kazantzakis, y ésta joven escritora Nadia Smirnova, que nos trae el vuelo de la lechuza

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