De la necesidad de la Ética en la enseñanza obligatoria

Más que nunca, en tiempos de redes sociales, tecnocracia, intromisión constante en nuestra privacidad y bombardeo incesante de noticias, resulta indispensable que alumnos y alumnas de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO) cuenten con una asignatura (enjundiosa en número de horas, es decir, un mínimo de dos semanales) que les invite a cuestionar su modo de vida y a pensar sobre aquellas convicciones que nos dan, a cada minuto, ya masticadas. El ejercicio de la Ética en la ESO no responde a adoctrinamiento o interés alguno; más bien los combate, y su flagrante falta puede facilitar que el alumnado caiga en facilones y perniciosos dogmatismos y que, precisamente, intereses ajenos al propio conocimiento (económicos, políticos, empresariales) se hagan escuchar antes que lo que debe primar en la enseñanza obligatoria: conocer –y, por parte del profesorado, alimentar la sed por ese conocimiento–.

La enseñanza de la Filosofía en la educación obligatoria nunca lo ha tenido fácil. Y ello, probablemente, porque se trata de una asignatura que no mira con ojos asépticos la realidad, sino que invita a ponerla entre paréntesis para que el alumnado cuente con estrategias y herramientas intelectuales con las que puedan analizar con juicio propio nuestro mundo, cada día más complejo y enrevesado. Al revés, la filosofía siempre se ha preocupado por la necesidad de una enseñanza interdisciplinar, en la que la clásica –y erróneamente asentada– distinción entre “ciencias” y “letras” acabe por desaparecer en beneficio de un recorrido educativo que apueste por la heterogeneidad y la pluralidad, en correspondencia con la diversidad del contexto mundial que vivimos: a nivel antropológico, social y económico-político. Nuevas formas de vivir implican nuevas formas de enseñar (y de aprender); pero no por ello lo fundamental, lo que sienta las bases de la educación, deja de serlo.

Debemos acostumbrarnos a desterrar el arraigado y estrecho concepto de enseñanza como exclusión de unas materias en beneficio de otras: más que penalizar, hay que incentivar, desde temprano, la vocación del alumnado cuando un joven o una joven se decantan por un itinerario eminentemente artístico o por otro tecnocientífico. Si logramos mostrar, tanto a alumnado como a progenitores, que las distintas vías no son excluyentes, sino convergentes y enriquecedoras, daremos un paso decisivo para alcanzar una educación de excelencia. Sin una ciencia que se piense a sí misma, tendremos una ciencia desacompasada, torpe y, quizá, peligrosa; pero, igualmente, unas humanidades que no cuenten con la tecnología y los avances científicos quedarán huérfanas ante los retos de nuestra contemporaneidad.

En este sentido, y por ejemplo, en otros países europeos (así como en algunas regiones americanas y asiáticas) no existen carreras universitarias, por muy científicas que sean, que no cuenten en su recorrido con asignaturas troncales de humanidades (historia de la filosofía, ética, literatura, historia o historia del arte). La interdisciplinariedad no es un freno, sino un aliciente. El alumnado universitario, por edad y creciente madurez, puede llegar a ser consciente de su carencia educativa en ciertos ámbitos y, por ello, puede intentar complementarla si así lo decide. Pero no ocurre lo mismo en la enseñanza obligatoria, donde tratamos con niños y adolescentes en plena y bulliciosa formación, tanto en lo personal como en lo académico.

La Ética pone a la juventud frente a un insorteable espejo: no es que enseñe a pensar, sino a tener que hacerlo imperativamente. Los estudios de Filosofía en la enseñanza obligatoria son imprescindibles –e insustituibles por otros– por una razón muy sencilla: sin una ciudadanía consciente de sus retos, de las dificultades que enfrenta, nos veremos abocados a generaciones futuras que, rodeadas de todas las comodidades posibles, no sabrán (ni querrán) cuestionar su entorno o conocer cuál fue el origen de esas comodidades que, precisamente, dan por sentadas. Una verdad de Perogrullo que, sin embargo, nos afecta a todos como miembros de una sociedad: el sistema público de pensiones, la sanidad pública o la educación gratuita y universal se sustentan en un modo crítico de haber pensado la realidad, que viene de lejos, y son logros conseguidos gracias a la sana disidencia que ejerce el pensamiento crítico.

Una “crítica” que no debe entenderse como un gratuito juicio o un pueril reproche, sino, al contrario, como un aguijón intelectual esencial para no echar por la borda las conquistas sociales que hemos alcanzado a estas alturas de la historia. Pongamos un ejemplo para tiempos de pandemia, que suele pasarse por alto: cuánto estamos escuchando el análisis exclusivamente científico de la difícil situación que vivimos, y qué poco se practica (y cuánto se excluye) el análisis antropológico, ético y sociológico. El virus no afecta por igual a diferentes capas sociales; puede que consigamos en unos meses la ansiada inmunidad de grupo, pero debemos siempre preguntarnos a qué precio: número insultante de muertes en residencias de ancianos, contagios masivos en los barrios más humildes, colapso del transporte público en horas punta, exposición económica a la que quedan sujetas aquellas personas que han perdido su trabajo y horizonte económico, precarización del sector sanitario y educativo, investigación pobre y cortoplacista en ciencia básica y, por supuesto…, escasa importancia otorgada a las humanidades en un contexto que las pide a gritos.

Sin Ética en la enseñanza obligatoria estamos abocados al servilismo de las generaciones futuras: no porque sean menos inteligentes, sino porque no contarán con los instrumentos intelectuales necesarios para ejercer la crítica, para ejercitar el discernimiento. Y para hacerlo, además, en comunidad. No debemos tener miedo a decirlo: la filosofía, y la ética en particular, nos enfrenta con la noción de deber, con aquellas ficciones (tan reales, tan necesarias) que ya Platón erigiera con tanto esfuerzo durante toda una vida al servicio del conocimiento: Verdad, Belleza y Justicia.

Y no: por supuesto que no es cuestión de romantizar la educación en humanidades, ni mucho menos la de la Ética. Seamos claros: sin la Ética, el pensamiento de la juventud quedará expuesto a la intemperie y al hostigamiento constante de emporios económicos, partidos políticos e intereses muy plurales que pretenden hacerse con su favor (y su bolsillo), sin que –debido a la contundencia y reiteración de estos estímulos– sean capaces de poner en cuestión a qué se están prestando, y por qué.

No es que la Ética sea necesaria para el alumnado; es que, como sociedad, sin una asignatura como la Ética, estaremos constantemente desabrigados frente a la amenaza de perder cuanto de humanidad hemos ganado los humanos. Porque el valor de aquello que valoramos no es un don, sino una conquista. Y se ha alcanzado, justamente, a través del esfuerzo por pensar y pensarnos, como individuos y como sociedad. Sin Ética, el desamparo está garantizado; pero con ella, al menos nos aseguraremos de que, cuando debimos, hicimos todo lo posible.

18 comentarios en “De la necesidad de la Ética en la enseñanza obligatoria

  1. Completamente de acuerdo en destacar la importancia del pensamiento crítico para protegerse de la imposición del hiperconsumo. Esta advertencia en muchos casos llega cuando la enajenación ya se produjo hace por lo menos tres o cuatro décadas. Esto no invalida la pertinencia de la filosofía en la formación humanística de los estudiantes.
    Hay otra dificultad, la ideologización de la ética de izquierda y de derecha, la de los creyentes y los herejes. La idiología emergente que puede definirse como liberal debe suponer una orientación hacia un humanismo sin dogmatismos ni adoctrinamientos.
    Por lo expuesto es totalmente pertinente destacar la importancia del juicio crítico como un medio de protegernos de las imposiciones del mercado del hiperconsumo, donde la dignidad humana no cuenta en absoluto y la vida humana ha quedado redudida a una mercancía.

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  2. Total y absolutamente de acuerdo, más en la nueva era digital donde la educación debe evolucionar de transmisión de información a enseñar a pensar. La filosofía, ética incluida, es fundamental en las ciencias, desde los presocrátios a Karl Popper. La distorsión se introduce cuan los norteamericanos impulsan la educación masiva de su gran población de jóvenes rurales para integrarlos a la creciente industria. Allí se enfoca a las ciencia abandonando la filosofía, historia y geografía. Nace la educación lineal. Europa conservó y algunos países todavía conservan, la educación circular, donde el pensar y «filosofar» es la base.

    Pero, como desde el medioevo, a las élites educadas nunca ha interesado que el «pueblo» piense, solo que adquiera conocimiento para llevar a cabo sus tareas.

    La educación pública con mínimo 2 horas semanales de filosofía, incluyendo ética por supuesto, debe ser obligatoria y accesible a todos los jóvenes. Gracias por vuestro trabajo. Salud y buenas fiestas de solsticio de invierno.

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  3. La filosofía práctica no puede reducirse a 2 horas semanales, debe atravesar todas las prácticas. Es decir, dejemos de ver a esto como una «asignatura» más o como parte de un currículum agregado, porque seguiremos cayendo en los mismo errores como sucedió en Argentina con la famosa
    » construcción ciudadana» donde los alumnos estudian sólo contenidos que no sirven para nada porque no se traduce en la competencia de actuar como un verdadero ciudadano.
    Filosofía sí, pero como asignatura no. Como dicen Kohan, la filosofía debe ser práctica, reflexiva y crítica

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    • Este es el riesgo de las asignaturas que en el mejor de los casos es retórica, en otros casos la práctica de los maestros es distinta a la retórica, con lo que se reduce a una caricatura. Hay iniciativas individuales que sin necesidad de ninguna asignatura generan liderazgos que ejercen una mayor influencia en los estudiantes
      desde la aproximación empática y comprensiva con ellos.

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  4. Claro que si, felicidades a la gente pensante de buen juicio, imprescindible, saber filosofía y letras y ética, es un mundo abandonado, especialmente desconocido por las generaciones nuevas, si se debe enseñar, este conocimiento tan esencial en la vida de todo ser humano, para no perder la verdadera esencia de lo que somos, yo tube el privilegio de llevar mi asignatura de filosofía y ética disfrutababa, y tenía y a la fecha esa función de ser un ser humano de buen juicio, reflexivo, pausado, respetuoso y satisfecho contigo mismo, porque de alguna manera no te dejas llevar por la vida superflua, vacía, hueca y amas lo que verdaderamente vale la pena gracias y felicidades me gustaría aprender de ética y filosofía, es fantástico cuando dialogas con personas con esta fina preparación Chao a sus ordenes

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  5. La filosofía se practica como Sócrates, hay filósofos que se ponen al servicio de quienes ocasionan marginalidades culturales, económicas y sociales a la población.

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  6. Agradecimirnto a Jorge Lavado por compsrtir TREMENDO articulo: realista, valiente, enriquecedor, interpelante…….ytambién gracias a los acertados comentaristas.

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    • El artículo es pues desde todo punto de vista un aporte inmenso, más ahora que la enajenación del consumoa ha reducido a muchas personas a la condición de mercencías fungibles.

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  7. La ética es un valor sin precio. A no ser que la estima cotice en bolsa. Que fué del saber estar ? ¿ Que hacer para que el ser no sea una nausea eterna. Al final, ¿ Nos salvará la estética.?

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  8. De acuerdo con la reflexión, pero añado un interrogante: ¿Qué maestro -y uso la palabra apropósito- enseña analizar los problemas, desde la ética, de forma sencilla? Hasta que no formé parte de una Comisión de Ética que tenía que resolver problemas complejos no aprendí que el déficit estaba en el método.

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