Intelectuales y política en la Segunda República española: de las mieles a las hieles del divorcio inamistoso

Fragmentos del Manifiesto dirigido a los intelectuales, en el madrileño diario El Sol, 10 de febrero de 1931, firmado por sus alma mater: Ortega, Marañón y Pérez de Ayala:

Cuando la historia de un pueblo fluye dentro de su normalidad cotidiana, parece lícito que cada cual viva atento sólo a su oficio y entregado a su vocación. Pero cuando llegan tiempos de crisis profunda, […] es obligatorio para todos salir de su profesión y ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública. Es tan notorio, tan evidente, hallarse hoy España en una situación extrema de esta índole, que estorbaría encarecerlo con procedimientos de inoportuna grandilocuencia. […] Ahora son superlativas la urgencia y la gravedad de la circunstancia.

Si incluso Pitágoras y Platón, a quienes algunos atribuyeron cualidades divinas, fracasaron en su intento de llevar a la praxis sus ideas políticas, habrá que pensar que la omnipotencia divina no lo es tanto, pues tiene esta molesta y persistente china en el zapato al menos desde hace dos milenios y medio en Europa. Desde ellos hay una larga nómina de intelectuales, de pensadores, cuya entrada en el mundo de la política se saldó con un rotundo y, lo que es peor, a veces trágico fracaso. Como el registro es largo, nos ceñiremos a unos pocos ejemplos de la España de los días colmados de convulsiones, pero también preñados de grandes esperanzas, de la Segunda República (1931-36-39), que al final desembocaron en la tragedia de la guerra civil (1936-39).

Aquellos intelectuales pensaron que podían imprimir una tonalidad de liberalismo moderno (no el del turno entre liberales y conservadores de la Restauración, viciado desde el comienzo) para la pausada, lenta solución de seculares problemas españoles (analfabetismo, caciquismo, latifundismo, miseria, influencia omnipresente de la Iglesia, ejército con pretensiones de intromisión en la política, etc.). En realidad, todas esas tristes realidades formaban los eslabones de una misma cadena, y nunca mejor empleado el término «cadena». Existía entonces la España de la burguesía y nobleza, en enojoso claroscuro con la de quienes calzaban alpargatas y vestían descamisados, que eran la gran mayoría. En medio, una clase media muy escasa. No es sorprendente que los hambrientos de pan y justicia tuvieran prisa, una urgencia que muy pronto fue sinónima de tea incendiaria.

Así que lo que anhelaban los intelectuales se demostró utópico: una República liberal burguesa que fuera dando solución pasito a pasito a la situación calamitosa del país. Pronto se dieron cuenta de que sus ideas no habían sido entendidas o, si se prefiere, cayeron en la cuenta de que no se querían comprender. Pero ya era tarde. Para expresarlo, nada mejor que acudir al celebérrimo «no es eso, no es eso» orteguiano, filósofo del que pronto diremos algo. Y así amanecieron los días de congoja, de arrepentimiento, de indecible pesar.

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Esa palabra, «pesar», es clave al estudiar el estado de ánimo en que se hundieron gran parte de los intelectuales que creyeron en que una especie de República insuflada por sus ideas era transpasable de las musas a la práctica. Y, más que de pesadumbre, podríamos hablar de estado depresivo cuya intensidad, en algunos casos, fue severo (y sin pastillas). Pío Baroja fue más listo (o más egoísta) y no se implicó directamente, excepto una breve intervención antes de la República. Escribiremos de cuatro figuras de primer orden que sí lo hicieron: Unamuno y,  precisamente, el trío de ases de la Agrupación al Servicio de la República: Ortega y Gasset, Marañón y Pérez de Ayala. Cartas, en principio, buenas para disfrutar de una partida sosegada. Pero de sosiego, paz y ecuanimidad estuvo huérfano aquel tiempo. Seguramente porque la lastimosa situación de millones de españoles hizo imposible la templanza. Quienes padecen hambre no se contentan con mirar unas viandas que unos señores les dicen que podrán comer en el futuro. El hambre es perentoria.

«Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros». Verdad o leyenda, frase de gran expresividad del primer presidente de la también malograda Primera República Española, mucho más efímera aún que la iniciada en 1931. Esta anécdota puede servir asimismo para reflejar el cansancio de los intelectuales-políticos, según fueron constatando que el intento de imprimir su impronta pedagógica a la política española caía en saco roto. Cansancio y, seguidamente, pánico.

Un paréntesis sobre Baroja. No obstante su distanciamiento, su cualidad de cascarrabias (tan mal comprendida) estuvo a punto de mandarlo al otro lado de la laguna Estigia en los primeros compases de la guerra civil («incivil» prefería escribir y decir Unamuno). Cerca de Francia lo cazó un grupo de requetés (brazo armado del carlismo). Claro, don Pío había escrito cosas como «animales de cresta roja» (en referencia a la cualidad de txapelgorris, boinas rojas, de los requetés) y alguna que otra perla, como que en el diario El pensamiento navarro había algo que chirriaba, pues si era pensamiento no podía ser navarro, y viceversa. Hoy muchos afirman, y muy probablemente con razón, que estas palabras sobre el periódico derechista nunca salieron de su boca ni de su pluma, pero en tiempos de vendetta la veracidad o no de las acusaciones son cosillas a no tener en cuenta a la hora de decidir sobre la vida o muerte de un ser humano. Afortunadamente, no fue un precursor de Lorca en el camino hacia el fusiladero por la intervención de una persona del bando sublevado, de más significación y cultura, que lo salvó sobre la marcha de los cafres que pretendían llenarlo de plomo. Cafres con sus irrenunciables crucifijos colgados del cuello, sus «detentebala». El también vasco Ramiro de Maeztu no tuvo la suerte del metomentodo, y fue fusilado, pero por elementos republicanos.

Contemplados desde hoy, podría surgir la pregunta y hasta la extrañeza de que personajes de tan fina fibra intelectual como los arriba citados (Unamuno, Ortega, Marañón y Pérez de Ayala) quedaran rehenes de su propio calendario, de sí mismos, como si hubieran desempeñado el papel de unos inexpertos jóvenes lanzados a la tarea de moldear la sociedad con arreglo a su conocimiento de la sociología y la psicología de su pueblo, el pueblo español. Ninguno de los cuatro era joven el 14 de abril de 1931, fecha de la proclamación republicana tras las elecciones… ¡municipales! del día 12, que además las ganó la derecha; pero como en el ámbito rural y pequeñas ciudades agropecuarias seguía activo el caciquismo trampeador de los resultados electorales y las izquierdas triunfaron en la gran mayoría de las capitales de provincia, sobre todo en las de primer rango político, económico y demográfico (es decir, donde los caciques tenían poca o nula influencia), se consideró que España había votado por la República. Y el rey, Alfonso XIII, hubo de abandonar España vía Cartagena.

Enlazando con lo escrito sobre la edad de aquellos intelectuales, el abuelo, Unamuno, contaba 68 años, Pérez de Ayala, 50, Ortega, casi 48; Marañón, cerca de 44. El caso del abuelo es el más llamativo: foralista e incluso casi prebizkaitarra (el nacionalismo vasco fue en principio solamente vizcaíno) en su adolescencia y primera juventud, pasa después a ponderar las virtudes del socialismo, que en su periodo de incubación (1890-93) poco o nada tiene de marxista, sino que está marcado por un deje anarquizante y utópico. Luego navega hacia el liberalismo. Como los otros tres, cuando comprueba el giro incendiario que va tomando la Segunda República, recula y en 1936 empieza aceptando el Alzamiento Nacional (franquismo). En cuestión de semanas se da cuenta del carácter cavernícola, reaccionario a machamartillo de los alzados y termina en arresto domiciliario en su casa de Salamanca, donde muere precisamente el último día del año más trágico (1936).

Tenemos el permiso, desde otra ocasión, para tomar fragmentos de artículos del muy interesante blog de Antonio Priante. En su artículo «Unamuno o la agonía del existir, I», se lee:

Unamuno nunca fue proclive al fascismo (fajismo, escribía él en su afán filológico), si bien al principio, y por muy breve tiempo, creyó que el «Alzamiento Nacional» era lo que España necesitaba. Pero lo cierto es que, cuando vio de cerca el verdadero rostro de la bestia, el viejo filósofo ya no dudó, sino que le plantó cara con una valentía suicida. Murió casi a continuación.

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Porque su lectura resulta conmovedora visto lo que pasó después, leamos una brevísima carta que le envía el impenitente optimista Marañón (reverso del impenitente pesimista Schopenhauer), en año nuevo del 36:

“Mi querido Don Miguel. Le deseo un año 36 muy feliz. ¡Lo será! Todos los chicos le saludan con el mismo cariño de su devoto Gregorio Marañón”.

No fue feliz, ni para Unamuno, ni para Marañón, ni para tantísimos otros españoles. Tenemos, por lo tanto, que el bilbaíno quedó sobrecogido ante la naturaleza reaccionaria del franquismo. Los otros tres quedaron horrorizados ante los desmanes de los milicianos, sindicalistas, etc. republicanos. Pasaron de «padres espirituales de la república» a sentirse violentados en lo más íntimo de su ser. Es significativo que los hijos de los tres volvieran desde Francia a España para alistarse en el llamado Ejército Nacional (el franquista). Estas cosas no suceden por casualidad. A Marañón se lo llamó incluso «partero de la república», a lo que respondió que siempre había sentido escaso interés, o incluso cierta repugnancia por la ginecología.

Como esta revista, aunque de altura, no entra dentro de las denominadas «académicas», hemos renunciado en este (y en todos nuestros artículos aquí asomados) a cargarlos de aparato erudito, asumiendo que algunos lectores puedan, en el libre ejercicio de su derecho a opinar, endosarnos cierta falta de rigor. De hecho, así ha sucedido en algunos casos, pero comunicado en privado. En el mismo sentido, también hemos considerado innecesario, al objeto de la finalidad del presente trabajo, detallar los cargos públicos que desempeñaron esos cuatro pensadores: el abuelo, componente de la Generación del 98, y los demás, de la menos conocida del 14. Sólo decir que desempeñaron un papel irrelevante y no por mucho tiempo. Recibieron una lección que jamás olvidaron. Acabaron recibiendo zambomba desde ambos lados del tajo sangriento, de la trinchera irreconciliable de la guerra. Y nos duele su padecimiento, lo que no nos impide terminar con esta observación: también ellos tuvieron responsabilidad, porque tontos se supone que no eran.

14 comentarios en “Intelectuales y política en la Segunda República española: de las mieles a las hieles del divorcio inamistoso

  1. Esto puede explicarse por la madurez cognitiva y conativa que unos pocos logran: comprender, explicar y aplicar los conocimientos rigurosamente aprobados en cada contexto que les toca vivir a los intelectuales, desde los presocráticos hasta nuestros días…

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    • Buenos días a todos,
      Sí, al escribir «I» doy a entender a los lectores lechuceros que tiene al menos otra parte, y no lo especifico por no emplear más palabras, por economía de espacio, como en todos mis artículos aparecidos aquí.
      Por cierto, igual que en el anterior, compruebo que he vuelto a incurrir en pequeños fallos, como repetir palabras iguales o casi iguales muy cerca unas de otras. En fin, quienes me conocen ya saben que esto es debido a que estoy adormecido durante el día por permanecer en vela por las noches.
      Sigo con Priante, tras este paréntesis: animo a cualquier habitual de «El vuelo de la lechuza» a leer, pero no sólo el doble artículo sobre Unamuno, sino todos los que puedan, con permiso del tiempo disponible de cada cual. De cuantos yo he leído no hay ni uno solo del que se pueda decir que carece de interés. Además, aparte de su selección de autores masculinos, está desarrollando otra serie, en este caso sobre autoras, y a esta revista le rezuma sensibilidad hacia las mujeres.
      Termino aclarando que una cosa es tener esa sensibilidad hacia la mitad de la humanidad, y otra distinta ver feminismos por doquier en el estudio de escritoras y de personajes femeninos, sistemáticamente, sobre todo en los pretéritos. Creo que algunas personas lo hacen porque está de moda. Esta actitud, lejos de favorecer el plausible Movimiento Feminista, lo perjudica. Sí, será involuntariamente, pero el daño es el mismo.
      Les deseo una espléndida jornada dominical.

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    • Querida Carolina,
      Veo que acabo de entrar en el lunes 29 (son las 0:04 en la península, para ti aún es domingo en Las Afortunadas). En la jornada que recién ha entonado su adiós para los españoles peninsulares, ceutíes, melillenses y baleares, he recibido estimulantes palabras tuyas, tanto aquí como en el Portal de Filosofía Práctica. Por lo tanto, mi agradecimiento es doble. No suelo poner Me Gusta cuando me elogian, por no causar la impresión de darme autobombo. Pero como considero que la modestia impostada es la más refinada de las soberbias, lo voy a hacer. Lástima que los colaboradores no podamos mejorar algunos detalles una vez que los artículos están editados, porque si fuera hacedero los purgaríamos de algunos defectillos sin cargar de trabajo a nadie.

      Pero, lo más importante: aprovecho, aunque sé que no es el objeto de esta tribuna, para indicar a quien esto lea que mañana 30 de julio es el Día mundial contra la trata de seres humanos. Por estas páginas desfilan mujeres destacadas que conocieron el sufrimiento, pero no creo que ninguna de ellas, ni siquiera las que se suicidaron, llegaran al paroxismo doloroso de las niñas y mujeres sometidas a esclavitud sexual casi delante de nuestras narices. Por eso, y lejos de cualquier intento de hacerme autopropaganda, animo a la parroquia lechucera a que entre en mi blog o simplemente teclee en Google «Trata y galeras: ¡fuera la venda!» A todos nos gusta el esplendor del arte, de la literatura, de la filosofía, de la historia, en una palabra, de las llamadas «Humanidades». Pero resulta que la vida tiene su contraparte pringosa, obscura, desagradable, negrísima. Y no deberíamos ponernos una venda para no verla. La mayor humanidad estriba en echar un capote a las criaturas más desgraciadas entre las desgraciadas: ya he indicado quiénes son: las niñas y mujeres esclavas sexuales.
      Con mis deseos de que tú y todos los demás tengáis un sueño reparador (¡qué envidia!), os dejo hasta mañana, si es que este ordenador no me la juega.

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      • Sí Julio, curiosamente he leído su artículo en su blog. Me ha sorprendido primero porque desconocía que hubiese retomado su actividad. En segundo lugar me ha causado un dolor espeluznante porque precisamente acostumbro a infiltrarme en esos mundos que.nos parecen ajenos por falta de humanidad probablemente. Soy de las que creen que la Filosofia debe ocuparse, a parte de otras cuestiones menos urgentes, de la vida sobre todo de la que no lo es en absoluto. Así que vuelvo a mostrarle mi reconocimiento por su labor como escritor. Hacen falta personas con su saber que aticen al mundo y lo espoleen. Gracias.

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      • Muy amable, Ana, muchas gracias. Sí, no debemos olvidar a esas criaturas. En mi opinión, también estos asuntos, siquiera fuera solamente de vez en cuando, deberían tener cabida en una revista de Humanidades. Pero, en fin, esto es algo que no depende de mí. Se habla de crímenes de lesa humanidad. Pues bien, a nadie he oído decir que que ése del que hablo es el mayor de todos.
        A estas horas del día 29, (son las 19:14), es Vd. la única que ha respondido a este requerimiento. Espero que entre lo que queda de hoy y mañana sean más.
        Saludos cordiales y, de nuevo, gracias.

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  2. Bien, recuperada Ana,
    Muchas gracias por sus palabras.
    Por lo demás, ahora son las 0:57 para nosotros y las 23:57 para Carolina, así que me retiro no sin antes sugerirle que lea el Comentario que le he escrito a ella, pues en gran medida es también para Vd. y para cualquier otra persona que lo lea, a poder ser no más tarde del significativo día 30 de este mes de mi nombre.

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    • Buenas ya madrugadas en España, a punto de irme a la cama: y más que habría podido conocer si esa revista digital, «El vuelo de la lechuza», diera ocasión a desarrollar los temas en profundidad. No es una crítica a quienes la llevan: ellos han optado, salvo algunas excepciones, por artículos breves, concisos, sin aparato erudito. Y están en su derecho, pues son quienes la han creado.
      Saludos cordiales

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