Freud: el porvenir del psicoanálisis

En una conferencia pronunciada en el Segundo Congreso Psicoanalítico Privado, en Nuremberg, celebrado en 1910, Sigmund Freud comenzaba reconociendo que a la por entonces incipiente disciplina del psicoanálisis le quedaba mucho por recorrer: «Estamos aún muy lejos de saber todo lo necesario para llegar a la inteligencia del psiquismo inconsciente de nuestros enfermos». Aunque no se resignaba: «Naturalmente, todo progreso de nuestros conocimientos ha de suponer un incremento de poder para nuestra terapia». Los comienzos, confesaba, fueron ingratos e incluso agotadores: «El paciente tenía que revelarlo todo por sí mismo, y la actuación del médico consistía en apremiarle de continuo. Hoy se hace más amable», y apuntillaba que el proceso se compone de dos pasos bien diferenciados: por un lado, aquello que el médico «adivina» o intuye y su posterior comunicación al paciente y, por otro y en segundo lugar, la elaboración psicoanalítica de lo que el enfermo propiamente había relatado. De ello, «procuramos al enfermo aquella representación consciente provisional que le permite hallar en sí, por analogía, la representación reprimida inconsciente», es decir, el terapeuta proporciona una ayuda intelectual que le permite a aquel vencer «las resistencias entre lo consciente y lo inconsciente». He aquí, pues, el meollo nada desdeñable que Freud se proponía en fecha tan temprana. Se publica en Alianza Editorial, en su histórica colección de Bolsillo, un fundamental volumen para acercarse, a hombros del propio Freud, a las vicisitudes a las que él y su séquito intelectual hubieron de enfrentarse para poder continuar el complejo camino sembrado e iniciado en la medicina por el psicoanálisis: Psicoanálisis aplicado y técnica psicoanalítica. Dos fueron también las guías de este conjunto de textos y conferencias freudianos: ahorrar trabajo al médico y facilitar, a la vez, al enfermo un amplio acceso a su psiquismo inconsciente.

Hoy en día encaminamos directamente nuestra labor hacia el descubrimiento y el vencimiento de las «resistencias» y confiamos justificadamente en que los complejos emergerán por sí mismos una vez reconocidas y vencidas las resistencias.

Apuntaba Freud un elemento muy interesante en aquella misma conferencia: «El extraordinario incremento de las neurosis desde que las religiones han perdido su fuerza puede darnos una medida de la inestabilidad interior de los hombres y de su necesidad de un apoyo», lo que Arthur Schopenhauer había llamado, siglo y medio antes, «necesidad metafísica» del ser humano (capítulo 17 del segundo volumen de El mundo como voluntad y representación), al distinguir entre una «metafísica seria», la propiamente filosófica, y una «metafísica popular», que se correspondería con la religión y que, al fin, ayudaría al ser humano a confortarse en los momentos difíciles de su existencia. Y concluía Freud con una sentencia del todo actual: «El empobrecimiento del yo a consecuencia del enorme esfuerzo de represión que la civilización exige a cada individuo puede ser una de las causas principales de este estado» de neurosis (casi) colectiva, de esta carencia de sentido último o absoluto que desorienta al ser humano.

Siempre dejó claro Freud que no pretendía presentarse frente a la sociedad o la comunidad científica como un «fanático higienista» o ni siquiera como «terapeuta». A lo que sumaba, con modestia: «Hemos de confesarnos que esta profilaxis ideal de las enfermedades neuróticas no puede ser beneficiosa para todos». En 1918 asumía: «Nunca hemos pretendido haber alcanzado la cima de nuestro saber ni de nuestro poder, y ahora, como antes, estamos dispuestos a reconocer las imperfecciones de nuestro conocimiento, añadir a él nuevos elementos e introducir en nuestros métodos todas aquellas modificaciones que puedan significar un progreso». 

La enfermedad neurótica es un mal en el que el paciente se refugia, de modo inconsciente, para defenderse de lo que considera un ataque o agresión, y Freud argumentaba que acaso no todos los enfermos podrían recuperarse de esa situación mediante la intervención psicoanalítica, o que, incluso más, podría causar problemas más graves y hondos. El estudio caso por caso, en este punto, resultaba fundamental, siempre guiada por un médico. Y es que, defendía Freud, las neurosis contienen una función biológica, «como dispositivos protectores». Aunque nunca se rindió, como muestra en este contundente texto:

¿Debemos cesar en nuestra labor de descubrir el sentido secreto de las neurosis, considerándola peligrosa para el individuo y nociva para el funcionamiento de la sociedad, y renunciar a deducir de un descubrimiento científico sus consecuencias prácticas? Desde luego, no. Nuestro deber se orienta en la dirección opuesta. La ventaja de las neurosis es, a fin de cuentas, un daño, tanto para el individuo como para la sociedad, y el perjuicio que puede resultar de nuestras aclaraciones no ha de recaer sino en el individuo. El retorno de la sociedad a un estado más digno y más conforme con la verdad no se pagará muy caro en estos sacrificios.

Un volumen imprescindible, repleto de conferencias y textos fundamentales, para adentrarse en los años centrales de la difusión del psicoanálisis por parte de Freud y sus acólitos a lo largo y ancho del mundo, cuya práctica nunca dejó de despertar importantes resquemores, sospechas y acusaciones, y para observar las dificultades que el propio Freud tuvo que asumir aun a sabiendas de las ampollas que su «nuevo» método estaba levantando. Nunca desconfió, sin embargo, de su tarea, y así lo certifica en 1918, cuando pensaba sinceramente que en el futuro se les presentarían nuevas y constantes dificultades en su labor; lejos de desistir, creyó en su cometido hasta el último momento:

No dudo que el acierto de nuestras hipótesis psicológicas impresionará también los espíritus populares, pero, de todos modos, habremos de buscar la expresión más sencilla y comprensible de nuestras teorías. Seguramente comprobaremos que los pobres están aún menos dispuestos que los ricos a renunciar a su neurosis, pues la dura vida que los espera no les ofrece atractivo alguno y la enfermedad les confiere un derecho más a la asistencia social.

7 comentarios en “Freud: el porvenir del psicoanálisis

  1. Las neurociencias han resuelto en gran medida muchas de estas paradojas, si la patología subsiste es porque da rédito, reconocimiento y atención. Hay aún falta de madurez cognitiva para interpretar adecuadamente los hallazgos en estas ciencias. Solo queda una nostalgia de ellas. Y una resistencia al cambio de paradigmas.

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  2. ¿Todavía Freud, Carlos? … Parece que sí. A pesar de aquellos que le lanzan misiles desde lejos y desde sus mismas puertas. Así ocurre con Michel Onfray en su «Freud. Crepúsculo de un ídolo» (Taurus, 2010). Seguramente, algún afectado, sea o no psicoanalista freudiano, se habrá defendido. Ese libro que citas se publicó en 1972 en El libro de bolsillo, de Alianza Editorial. Época en que adquiría yo uno cada quince días, creyendo que estaba ahí su obra completa. Pero no. La portada era una imagen de Freud en espejo, en la que una era el negativo (fotográfico) de la otra. Y ahora tú pones otra imagen muy parecida pero genialmente diseñada, apareciendo dos imágenes semisuperpuestas de «Frerud» también, sólo que una es la de Schopenhauer. Y es que ya sabemos de dónde viene gran parte de las ideas del psiquiatra. Incluso la idea de la religión como castradora del rebaño. Esta idea, relatada en «El porvenir de una ilusión», la retomó Wilhelm Reich – el mejor cerebro del psicoanálisis, según el propio Freud- en su «Análisis del carácter», sobre todo en el capítulo «La plaga emocional». Iba a añadir una imagen del libro citado del año 72, pero no se puede colgar aquí (o yo no sé hacerlo). ¡Un saludo! – Federico

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  3. Muy buena entrada, Carlos. Me recuerda al año setenta y dos, cuando se publicó (y adquirí) ese libro de Freud que citas. Es genial el paralelismo que haces con las imágenes de Freud y Schopenhauer superpuestas; en el 72, el libro tenía una portada con dos imágenes de Freud en espejo: una foto normal y la otra en negativo. Estas cosas ya no se ven en la vida cotidiana. Realmente, es Schopenhauer el antecesor del inconsciente y de los actos fallidos, asociaciones libres y también de la religión como tabla de salvación ante la angustia del malestar en la cultura; o sea, en la Civilización. Y ese sentimiento de culpa encarnado en el pecado ¡con el que nacemos!. Manda cigotos.

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  4. Ah! Se me olvidó citar a Wilhelm Reich -la mejor cabeza del Psicoanálisis, según Freud-. Y es que él fue quien quiso llevar esas represiones brutales a lugares en donde se permitieran y hasta se enseñara a practicar desde la primera adolescencia. Esa era una idea buena… Lástima que empezase a desbarrar con el asunto del orgón y las cámaras orgónicas, especie de ducha portátil para meterse en ellas y dejar que viniera la ducha de orgones…..

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  5. Se me olvidó decir que hace bastante tiempo que el Psicoanálisis está en entredicho. Sin embargo, en mi opinión, aún tiene cosas que se pueden salvar. Hace unos diez años se publicó el libro «Freud. El crepúsculo de un ídolo», de Michel Onfray (Ed. Taurus). Con una minuciosidad que raya en la «mala leche», Onfray va desvelando y desgranando los entresijos del Psicoanálisis y, sobre todo, los del propio Freud. Con lógica casi irrefutable (digo «casi» porque lo leí hace más de cinco meses y no puedo acordarme de todos los detalles), el libro hace un análisis detectivesco de cada parcela de la obra feudiana usando el método de las autopsias, o, mejor dicho, de las necropsias. Finalmente me hago preguntas como ¿Está ya finiquitado el Psicoanálisis? ¿Está «amortizado»?

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