La felicidad y su enemigo el calderón según Ortega y Gasset

Cuando pedimos a la existencia cuentas claras de su sentido no hacemos sino exigirle que nos presente alguna cosa capaz de absorber nuestra actividad […].¿Quién que se halle totalmente absorbido por una ocupación se siente infeliz?

                                                                            José Ortega y Gasset

¿Existe tema más sugestivo que éste de cómo alcanzar la felicidad, aun habiendo personas para quienes es empeño quimérico? Ortega y Gasset sí cree que es hacedera en compañía de la actividad. El calderón es una interrupción de ella (llámese también a la actividad «ocupación»), pausa equivalente a infelicidad. Aclaremos que esa actividad u ocupación puede ser tanto manual como intelectual, pero siempre vocacional. Tomaremos su prólogo a Veinte años de caza mayor, de 1942, del conde de Yebes, para escribir esta sola frase:

Felicidad es la vida dedicada a ocupaciones para las cuales el hombre tiene singular vocación.

No diremos más sobre este prólogo, por no desviarnos. Seguimos, pues, tras el paréntesis: piensa Ortega que «somos un haz de actividades, de las cuales unas se ejecutan y otras aspiran a ejercerse». Precisa que la felicidad no descansa en las riquezas materiales, realidad demostrada por tantos bendecidos por la fortuna económica que han sido hondamente infelices.

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Además, véase el calado de esta idea, las riquezas «no como poseídas u obtenidas contribuyen a hacernos felices, sino como motivos de nuestra actividad […]». De ello entendemos que alcanzar la Arcadia feliz que acaso soñamos sería tanto como jubilar nuestra experiencia vital y, presos de una somnolencia invencible, tradúzcase cautivos de un calderón definitivo, daríamos un largo bostezo y nos diluiríamos. Porque la vida es lucha, actividad.

Así, el quid está en que la infelicidad surgiría «cuando una parte de nuestro espíritu está desocupada, inactiva, cesante». Desde el momento en que no hay un asidero, cuando no se siente interés hacia nada, cuando se carece de en theos (entusiasmo) surge el panorama del desamparo, del vacío: 

Entonces advertimos el desequilibrio entre nuestro ser potencial y nuestro ser actual. Y eso, eso es la infelicidad.

Dicho de otra manera: si «nuestra vida proyectada» y «nuestra vida efectiva» difieren seremos infelices.

Pero, la ocupación a toda costa, ¿no es una forma errada de rehuir el vacío, una coraza inservible en momentos de crisis? ¿No sería válido decir que deberíamos estar preparados para afrontar el calderón, la pausa, y que salir airosos de él (o de ella) podría fortalecernos?

Cuando algo nos absorbe, piensa el filósofo, sólo somos conscientes de ello a toro pasado, y de ahí que «en cierto modo, vivir y sentirse vivir son dos cosas incompatibles». Para él, a medida que se reduce la actividad aflora el  helado espectáculo de nosotros mismos, y el panorama «es nuestro yo convertido en puro anhelo, en propósitos irrealizados, en tendencias paralíticas y conatos reprimidos».

Así que la actividad vocacional es el antídoto para mantener en penumbra toda esa pesadumbre. Más:

Cuanto menor sea la expansión de nuestras actividades, en mayor grado seremos espectadores de nosotros mismos. Y el espectáculo que se nos ofrece es nuestro yo atado como un Prometeo que pugna por moverse y no lo logra.

Ortega está sugiriéndonos que escapemos de nosotros mismos, como si fuéramos nuestro propio enemigo. Pero cuando la ocupación salvadora es de tonalidad espiritual, ¿no es inherente a los pensadores y otros intelectuales ser espectadores al alimón del mundo y de sí mismos desde dentro? Entendemos que para él no. Embeberse haciendo cosas o engendrando pensamientos, queda patente, ahuyenta el fantasma del calderóny de la infelicidad que conlleva, calderóncuya presencia basta, escrito con este crudo nervio expresivo:

… para que asciendan del espíritu quieto –como los vahos maléficos de una agua muerta– las emociones de desazón, de desamparo y vacío infinito.

Dijimos que la actividad puede ser manual o intelectual, aunque en algunos párrafos parece referirse más a la primera; no obstante, la palabra pasión puede tomarse como ocupación espiritual: 

Si en los momentos de infelicidad, cuando el mundo nos parece vacío y todo sin sugestiones, nos preguntan [preguntaran] qué es lo que más ambicionamos, creo yo que contestaríamos: salir de nosotros mismos, huir de este espectáculo del yo agarrotado y paralítico. Y envidiamos los seres ingenuos, cuya conciencia nos parece verterse íntegra en lo que están haciendo, en el trabajo de su oficio, en el goce de su juego o de su pasión. La felicidad es estar fuera de sí –pensamos.

Sorprende leer a un filósofo que salirnos de nosotros aleja la infelicidad. ¿Son dichosos quienes disponen sus vidas como un partido cuya meta es regatearse, vivir el día a día sin complicaciones, escapar a todo trapo de una confrontación íntima?

Como antes con los «vahos maléficos», la crudeza expresiva de la siguiente cita denota la fijación de Ortega al particular:

en ese estar fuera de sí consiste precisamente el vivir espontáneo, el ser, y […] al entrar dentro de sí, el hombre deja de vivir y de ser y se encuentra frente a frente con el lívido espectro de sí mismo.

el-espectador-i-y-ii.jpgQuizá vivamos en perpetua pirueta para intentar eludir el reflejo de nuestra imagen en el espejo. Pretensión vana. La vida nos pondrá, al menos una vez, frente al reflector no deformatorio de nosotros mismos. Y entonces tendremos que entrarnos muy dentro, con aprieto y dificultades, mayores cuanto más tarde, para recapitular.

¿No podría ser el empeño por estarse fuera de sí un trampolín para hacerle un caño a la vida? Porque la vida timorata de enfrentarse a sí misma que, pensamos, llevamos muchos, no puede desembocar en un estuario llamado felicidad. Sería, quizá, un sucedáneo de felicidad, aderezado de quehaceres vocacionales, familia, amistades, vacaciones y todo ese repertorio.

Al contrario de Ortega, ¿no es correcto señalar que vivir y sentirse vivir no son incompatibles, sino dos fachadas de una misma morada? ¿Qué surtidor vivificante ve el filósofo en estarse fuera de sí, en ir desgranando la jornada con su ritmo de actos reflejos, en embeberse (o engolfarse) en el ritual de actos cotidianos que no nos confrontan?

¿Sería aventurado afirmar que el ser (la vida), y no sabemos si con ella la felicidad, debería encontrarse en estarse dentro de sí? El Ortega espectador de la vida en torno, ¿no es siamés del espectador de sí mismo? En otras palabras: el Ortega «fuera de sí» y el Ortega «dentro de sí» ¿no actúan, no viven al unísono?

Resumiendo: hemos leído expresiones implacables, severas, sobre las consecuencias de estar(se) dentro de sí: Prometeo atado (yo atado y paralítico), vahos maléficos que suben de una agua muerta, contemplación de nuestro lívido espectro. No cabe duda: salirse de sí significa en Ortega asir un salvavidas para eludir la náusea del vacío.

11 comentarios en “La felicidad y su enemigo el calderón según Ortega y Gasset

  1. Una maravilla de post…/ cuanta grandeza en tus palabras/sutil y sin complejos
    para desenmascarar/desenmarañar a dos pájaros de un tiro… . -exquisito, amigo Julio-

    Y volviendo al texto…
    Creo que la felicidad es breve/ y se alcanza en pequeñas dosis…
    -grados de satisfacción/consecución del objetivo-
    Es un camino por recorrer/un hacer de lo pendiente -que se añora/o desea-
    Es el rastro que deja el filo de la navaja/esperanza por la pupila de los ojos del corazón
    y de la mente…
    Una bobada más… pero al menos estamos distraídos/ y ciegos…
    -alejados de la cruda realidad-
    Un abrazo/saludos!!
    Lucio

    P.D.
    La felicidad absoluta no existe/

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    • Buenas tardes, Lucio,
      ¡Menudo señor Comentario! No lo digo tanto por lo que tiene de alabanza hacia el artículo (me daría vergüenza, por timidez) sino porque precisamente mi posición personal, aunque no se pueda leer directamente en el texto, es similar a la que expresas tú cuando dices que la felicidad sólo puede alcanzarse en pequeñas dosis. Yo suelo decir a quienes me preguntan que no creo en la posibilidad de la existencia de tal estado, pero sí en que a lo largo de nuestras vidas disfrutamos de algunos momentos felices, más unos que otros según nuestras circunstancias y carácter. Pero son eso, momentos.
      Ya ves que Ortega, y me extraña, sí creía en ella, a condición de no dejar la mente o las manos en calderón (interrupción) porque por ahí se nos cuela, pensaba el filósofo, esa sensación gris del vacío, ese vernos ante el espejo como el espectro lívido de nosotros mismos.
      Bueno, como a ti te veo muy ocupado en asuntos vocacionales-devocionales no creo que te acometa un súbito calderón que te deje fuera de combate.
      Un abrazo

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  2. Sera que Ortega quiere que nadie mas filosofe?.Pues obviamente al estar embebido por alguna ocupacion
    no podemos estar en nosotros y ,por lo tanto , no podemos reflexionar sobre nuestra calidad de ser, casi no he leido a Ortega ,pero me parece excesivo ese divorcio entre felicidad (estar ocupado) y absoluta desgracia (hallarse solo frente a si mismo)

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  3. Los niños, absorbidos por un juguete, parecen en paz mientras están ocupados, entretenidos con él. El científico, el artista, el hombre de negocios puede sentirse absorbido así por su pasión. Pero los calderones son inevitables, por mucho que nos absorbamos o refugiemos. Además, están las épocas de desierta inactividad por falta de inspiración, por accidente o enfermedad. Si la felicidad fuera este estar absorbido y ocupado, también alguien a quien le interesen mucho los culebrones o los «realities» lo sería sin gran esfuerzo.
    Quizá el enemigo de eso que llamamos felicidad no sea ese estar desocupado calderón. Quizá el calderón nos enseñe también otras cosas sobre nosotros pero quizá nos estamos dispuestos a aprenderlas. ¿Tenemos quizá miedo de cómo nos sentiríamos sin estar ocupados?
    Saludos.

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    • Buenas tardes,
      Están claras dos cosas en Ortega: una, que creía en la posibilidad de alcanzar la felicidad (yo, sin embargo, no la creo posible, aunque no lo digo en el texto por diversas razones); otra, que el calderón la deshacía.
      Él, original como siempre, escoge esa palabra tan desconocida en el sentido que le da de interrupción en una actividad vocacional.
      Estoy de acuerdo con su Comentario, creo que es lo que se deduce de una buena lectura del artículo. Aunque lo que expresa el filósofo le sucede a muchísima gente, esa proposición de salirnos de nosotros mismos por pánico al vacío, que es comprensible por nuestra fragilidad humana, está condenada en mi opinión al fracaso, es una actitud timorata ante la vida. Las últimas cuatro o cinco líneas de su Comentario, desde «Quizá el calderón nos enseñe…» hasta el el interrogante final me resultan muy convenientes. Es evidente que ese miedo existe.
      Termino: conozco gente jubilada de un trabajo vocacional que se encuentra muy mal durante los primeros meses o incluso años de su jubilación: personas que experimentan esa sensación grisácea de no saber de repente qué hacer con sus vidas.
      Saludos cordiales

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  4. Al margen de si comparto o no lo que se dice, lo que valoro enormemente es la calidad literaria yfilosófica de un escrito,por su escasez actualmente. Así que le muestro toda mi admiración por el excelente artículo que obviamente releeré porque es de los que merecen varias lecturas para intentar no perderte casi nada…

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    • Buenas tardes, Ana,
      En este tipo de comentarios elogiosos no pongo los Me Gusta por darme autobombo, cosa que me daría vergüenza, sino por cortesía, agradecimiento y desde luego también porque todos los que escribimos recibimos como un estímulo palabras tan generosas.
      Lo dicho esta mañana: fructífero cuatrimestre (vea que no escribo «feliz» porque yo, al contrario de Ortega, y aunque no lo explicito en el texto, no creo que es posible alcanzarla). Quizá me repita, he dicho a varias personas, tal vez a Vd. entre ellas, que a lo máximo que pienso que podemos aspirar es a disfrutar de MOMENTOS FELICES a lo largo de la vida, más o menos extensos y más o menos intensos según nuestra circunstancia y carácter, sin más.

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