Olga Rivero Jordán: realidad de lo imaginable. «Solar de manuscritos»

El agua es dulce y nadie se da cuenta.
Olga Rivero Jordán, «Dulce».

En la planta superior del Museo de Arte Abstracto de Cuenca llama la atención un cuadro casi vacío, salpicado por unas tenues manchas en su parte central.

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El título sitúa la abstracción en un lugar concreto: «Júcar X» (1971), uno de los tantos cuadros que dedicó Fernando Zóbel a los paisajes de la ciudad. Las manchas son la representación del paisaje en bruto e indómito, de las rocas labradas por la fuerza del agua y el paso del tiempo. Pero esta volatilidad salvaje se mueve en una fina cuadrícula a lápiz, huella de lo humano, que la comprime y ordena. Los trazos recorren todo el cuadro y, a la manera de líneas de pentagramas y compás, racionalizan el movimiento de la naturaleza y lo que no es humano. La pintura es uno de los tantísimos casos en que puede hacerse esto.

Otro es la poesía, y la voz de Olga Rivero Jordán (La Laguna, 1928) es capaz de hacerlo. De formación autodidacta, creó y formó parte de diversas tertulias y revistas literarias y participó activamente en la vida cultural de la ciudad tinerfeña. Se sentaba en los bares de jazz con boli y papel y comenzaba a escribir. Aunque constante, la publicación de su obra ha sido esporádica y sus poemas no siguen una evolución cronológica, más bien han sido recopilados por la propia autora según su adecuación temática a cada volumen.

El primero no ve la luz hasta 1982, momento en que su voz ya estaba más que consolidada. No es una poeta tardía, pues llevaba escribiendo mucho antes de ser reconocida por el público, y tampoco se adhiere a ninguna corriente literaria. El 5 de enero de 2005 declaraba en una entrevista a El día: «Llevo 32 años escribiendo y ningún estamento lo ha reconocido. Si quieren hacerlo, que lo hagan ahora, no cuando haya muerto». Rivero Jordán es una poeta vital, donde la obra y la vida confluyen y no se diferencian, una poeta que encuentra el sentido en la escritura y concibe a ésta como una pulsión necesaria. Ahora, la editorial Torremozas publica Solar de manuscritos, con introducción de Daniel María, la última recopilación de sus escritos hasta ahora por parte de la autora. Sus poemas se construyen en espejos. En «Narciso», que abre el volumen, destaca:

Los jazmines envidian
su aroma en un espejo.

El volumen se inaugura con un espejo que da comienzo a un viaje por un mundo lunar, inaprehensible, donde no existe el tiempo ni el espacio. El espejo tiene la capacidad de presentar el mundo onírico y vibrante de la poesía, pero a la vez es necesario que exista un objeto que produzca este mundo. Y aquí la poética de Rivero Jordán cobra toda su fuerza. Su voz conduce a lo nocturno, lugar donde todo es posible, a los impulsos y a la belleza, pero se construye en una realidad palpable. No hay poema sin mundo y Rivero Jordán lo advierte. Esta es la gran capacidad de lo abstracto: como en la pintura, la poeta es consciente de habitar un universo donde no dominan las leyes ordinarias, y que a la vez ha sido construido por y para ella. En una entrevista a La Laguna Mensual, en febrero de 2007, confiesa: «La creatividad me salva de la superficialidad, de lo banal, de la dureza de lo cotidiano y de ciertas adversidades de la vida».

Solar de manuscritos

Daniel María escribe de ella que es «la última bohemia». Y es que la vida y obra de Rivero Jordán palpitan en la noche urbana, en la vida musical de su ciudad. La música, en su racionalidad estructurada, sumerge la realidad y el verso se confunde en los sonidos. En «Jazz», las palabras retumban con aliteraciones:

Tromba de los pies afro
timbal de amanecidas
agua recorrida en ramas fehacientes
fiebre y convulsión
fronda de magnetismo
jungla y humo.
Y la partitura continúa abriéndose como la música en plena improvisación:
tuberosos saxos
abren órganos del grito
la espiral de escarabajos
aúna dedo y alma
agujerea la arena
del redondo escabel
de melodías.

En su mundo creado, la poeta camina decidida, consciente de su capacidad y de su viaje exploratorio:

Noche que acercas tus solares ojos
a esta diva que va hacia el páramo

La capacidad de la escritura se evidencia también en «Última»:

Cuando el mundo
se nubla en mis manos
caminando sobre lunas
rompo peces en mis ojos
con la última letra
de mi asiento cotidiano.

Además, esta capacidad es seña y reivindicación. La poeta crea y modela su mundo, y de esa manera es capaz de reafirmarse a sí misma, como artista y mujer. Su poesía es la muestra preciosa del intento constante por evitar un enclaustramiento. Oscila y escapa a una definición, camina entre sueños, rodeada de un silencio que palpita, una inquietud asidua por romperlo, y a la vez un esfuerzo por la calma.

En esta línea, otra de las claves de su poesía es el movimiento: el movimiento del agua, del azul del cielo y de sí misma: «Luces se bañan en las manos» –dice en «Dulce»–, «ando para saber si existo». El movimiento es fundamental del plano onírico que construye y forma parte del trinomio Agua-Vida-Azul, de las palpitaciones de lo abstracto y sus impulsos, del deseo de la poeta, que es sólo suyo y la define. En «Manos» proclama:

No sigas diciendo que el amor es todo tuyo
lo amamanté yo un día
a una hora en que todos me creían muerta.

Su voz declama independencia. Nos guía en este viaje onírico, una voz independiente, que no solitaria. Rivero Jordán canta desde su propia agencia y reivindicación de sí misma. En «El silencio» confiesa la complicidad voluntaria con este:

Ardes silencio
por eso estás solo
y nadie escucha tu plegaria […]
Mas cuando descorras
la cortina de tu voz
tumbada boca abajo
besaré tus blancas noches.

El viaje onírico y nocturno continúa, en una reivindicación constante de creatividad. El universo de Rivero Jordán, en su aparente mosaico de versos inconexos, va construyéndose y remodelándose continuamente. Pero nada escapa a su control excepto el tiempo. En «Hondura» acepta:

Tus caminos crecen
a pesar del goteo de añadas
denso paréntesis
viejas trampas
piras que aún retienen labios
tiritado escozor
y barbas del poniente
hondo pozo
frío estaño
caracol de rojas carnes.

Durante la dictadura franquista, su padre, Luis Rivero, fue encarcelado y condenado a trabajos forzados, se le incautaron varias posesiones. Las autoridades obligaron a la autora a cambiar su segundo apellido, Jordán, por González, debido a sus reminiscencias judías, y no pudo hacer los trámites necesarios para recuperarlo hasta el final de la dictadura.

El tiempo, indiferente a los humanos, avanzaba sobre ella y su familia. Quizá sea esta la grandeza de Olga Rivero Jordán. En el mundo, sobre el que tiene el control absoluto, en su mundo creado para evadirse de una vida injusta, acepta su única incapacidad. El tiempo crea encabalgamientos que deshilan y destrozan la sintaxis de los poemas a modo de balbuceo. El viaje onírico concluye en realidad, y la autora es capaz de admitirlo, la cuadrícula humana que cubría las formas volátiles se desmiembra y tambalea ante la acción del tiempo. La colección de poemas, inconexos sólo en apariencia, se cierra con uno bellísimo, que temáticamente contrapone y cierra todo el ciclo onírico, titulado «Niñez»:

Apenas sí he podido
con la inercia
de estos años.
Esperé
en la estrechez enamorada
de un regreso
con la pena de un adiós
en mi garganta
abrazaba sedienta
el frío del invierno
temblando de miedo y respeto
en la penumbra.
Y sigo esperando
en esta noche
un canto que recuerde mi niñez
el arrorró que mi abuela
cantara
y
mi muñeca de cartón asesinada.

En 2008, tas el largo tratamiento por una fibrosis pulmonar, la autora pierde casi todas sus capacidades cognitivas. Esta, su recopilación más reciente, es el testimonio de una labor poética y vital admirable. El testimonio de una independencia y una capacidad creadora enorme, de un lenguaje a través de la memoria y la subjetividad, ajeno a modas y corrientes, sólo propio, que merece ser conocido fuera de su insularidad. Una voz azul por la que hay que dejarse imbuir por completo y sin miedo.

7 comentarios en “Olga Rivero Jordán: realidad de lo imaginable. «Solar de manuscritos»

  1. Disfrutar de la creatividad para huir de la trivialidad y de la necedad humana, es otra forma de existencia mucho más decorosa y reservada para quienes tienen el privilegio de intentarlo o perecer en el intento.

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