Sobre desarraigo y extranjería: la itinerancia de Gabriela Mistral

En 1945 Gabriela Mistral, la escritora mestiza, hija de un diaguita y una madre de ascendencia española, obtuvo el primer Premio Nobel de Literatura concedido a un autor latinoamericano –según el veredicto de la Academia sueca– por «su obra lírica, que, inspirada en poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano». Seguramente, también ella sintió en muchos momentos de su vida que era una encarnación de ese espíritu plural, por ejemplo, cuando fue invitada a México por el presidente Álvaro Obregón para colaborar en la campaña de educación pública y pudo compartir con el entonces Secretario de Estado José Vasconcelos el entusiasmo por la unidad artística y cultural del continente. Mientras tanto, era aclamada por grupos de escolares a la puerta de su hotel, visitaba escuelas en campos y ciudades, se bautizaba un colegio con su pseudónimo literario y los periódicos la calificaban de «ciudadana de América». De hecho, al poco tiempo de llegar, escribió en la Revista de Cultura Nacional cómo había interpretado dicha invitación:

Te damos una escuela en un país que no es el tuyo para que aprendas que las distancias son mentira; que son apariencias las líneas rojas de un mapa que limitan a las patrias de América; para que te cures, si lo tuvieras, del demonio de la limitación, que te habrá asegurado muchas veces que sólo te debes a tu raza chilena y no a tu raza americana.

Sin embargo, Gabriela, que conocía Europa y había habitado en América desde la Patagonia hasta Nueva York, comprendió bien pronto que ese panamericanismo suyo, democrático y antimilitarista, era sólo una quimera que chocaba con la realidad, la cual «le enseñó –como afirma en Motivos de vida– la dura lección de que sí existen patrias”. Mujer errante, nómada desde muy joven por razones de trabajo y ausente mucho tiempo de su país de nacimiento debido a un exilio que se proclamó voluntario, confesaba al final en su Cuaderno de California, sin testigos delante, que no había sido así y que sólo deseaba morirse en paz en ese destierro. Es evidente que nadie opta gustoso y sin causa por el camino del desarraigo. No hay duda de que ella nunca encajó bien en su país, donde fue víctima de toda clase de injusticias, alimentadas por la incomprensión, la envidia y las habladurías de esas malas lenguas que, puestas al servicio del morbo popular, convirtieron su vida en un folletín, sin atender a lo más importante que dejó: su obra. Como consecuencia, fue ignorada de forma bochornosa tras su muerte, porque su figura chirriaba dentro del imaginario chileno, conservador y tradicionalmente patriarcal, debido a su indigenismo y a su ambigüedad erótica. Algo que ella quizás había previsto y, por eso, se afanó por construir su figura pública mientras rodeaba su vida privada de un secreto que hoy la hacen difícil de reconstruir:

Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuja su empellón de sangre.
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.

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Inasible y fugitiva, sustituyó el apellido paterno, ligado al orden edípico, para construir una imagen simbólica de lo femenino que rechazaba la reproducción sexual, pero generosa asumió la maternidad a solas, adoptando a su supuesto sobrino Yin Yin, quien la acompañó en su vida itinerante, de consulado en consulado, hasta que lamentablemente se suicidó siendo muy joven. Tal vez hoy podríamos considerar su poesía, «tierna y feroz» –según la definió Paul Valéry–, como una de las reflexiones más lúcidas, a la vez sutil y elegante, sobre el doloroso tema del desarraigo y la extranjería.

Lo foráneo es –como diría Sartre– un fenómeno asociado al ser-para-otro, a ese estar vuelto hacia fuera y expuesto a la mirada ajena, que deja en estado de plena indefensión ante el robo del significado de la propia vida, depositado en manos extrañas. Nadie puede ser el auténtico protagonista de su extranjería –aunque le pese a Julia Kristeva–, porque no se trata de una cualidad interna, esencial a la persona, sino de un atributo impuesto desde el exterior, debido a la presencia de alguien que objetiva, juzga y excluye. En este proceso, resulta obvio que la visión del otro se elabora por reflejo del propio ser y sólo en ese sentido especular se podría afirmar que todos somos extranjeros a nosotros mismos, ya que existen ciertos aspectos personales que no dominamos ni queremos reconocer y, justamente por eso, los atribuimos a los demás. Pero, en la práctica, sólo algunos lo somos, ya que la cualidad de extranjero se constituye desde quien compara, establece diferencias a partir de sí mismo y termina por marginar rechazando la pertenencia a su grupo social, sobre la base de unos supuestos códigos comunes no compartidos, sean la raza, la lengua, las tradiciones y costumbres o la historia colectiva. Frente a la interpretación de Kristeva, quien elabora una teoría de la extranjería desde la perspectiva de quien discrimina –sea en forma consciente o no– y, por tanto, construye  una crítica a la cultura europea, Gabriela Mistral lo hace desde la posición del discriminado, desde la visión de las culturas periféricas. Por esa razón, en el poema «La extranjera», asume la tercera persona, con una lejanía que revela que esas caracterizaciones son ajenas e, irónicamente, deja traslucir como auténtico trasfondo un territorio desconocido, sólo comparable al mapa de una estrella remota:

–Habla con dejo de sus mares bárbaros,
con no sé qué algas y no sé qué arenas;
reza oración a dios sin bulto y peso,
envejecida como si muriera.
En huerto nuestro que nos hizo extraño,
ha puesto cactus y zarpadas hierbas.
Alienta del resuello del desierto
y ha amado con pasión de que blanquea,
que nunca cuenta y que si nos contase
sería como el mapa de otra estrella.
Vivirá entre nosotros ochenta años,
pero siempre será como si llega,
hablando lengua que jadea y gime
y que le entienden sólo bestezuelas.
Y va a morirse en medio de nosotros,
en una noche en la que más padezca,
con sólo su destino por almohada,
de una muerte callada y extranjera.

Por si hubiese alguna duda, el poema aparece entrecomillado desde su primera edición en la antología Talay, según explica la autora en nota, eso significa que se encuadra dentro del «orden de la garganta prestada», es decir que en él se asume la voz de alguien que no se atrevió a hacer tales afirmaciones a cara descubierta. Aparte, lo dedica a su amigo Francis de Miomandre, escritor y traductor galardonado con el Premio Goncourt en 1908 por su novela Escrito sobre el agua…, un título que evidencia aún más la insustancialidad de tales determinaciones, el carácter anexo y meramente accidental que les atribuye la poetisa, quien hace parecer que ni siquiera las tiene en cuenta. Como resultado, el poema está exento de ese resentimiento que encona a la xenofobia y, no obstante, es capaz de mostrar la irracionalidad de semejante actitud con la fuerza de la levedad poética. Por dos veces se hace referencia al deje como elemento diferenciador en el uso de la misma lengua, esto es, a una peculiaridad que sólo afecta a la pronunciación y entonación. Para ello utiliza el término «bárbaro» en su doble registro: el lingüístico, aplicable únicamente a idiomas distintos (en origen, los diferentes al griego clásico), y el cultural, como sinónimo de falto de civilización y no instruido. La arbitrariedad consiste en que, tratándose de una y la misma lengua, a la forastera sólo parecen entenderla los animales. Además, considerando la carga política que la dicotomía civilización/barbarie adquirió en el cono Sur, sobre todo, gracias a Sarmiento, es claro que aquí también se está haciendo una reivindicación indigenista. Como era de esperar, al final se nos advierte que la extranjería constituye una condena indeleble y vitalicia, algo así como una condición ontológica independiente de la conducta adoptada, es decir que se trata de un prejuicio imposible de remontar para los ignorantes, sumidos en la soberbia injustificada del localismo, azuzada por el miedo a lo desconocido, frente a la amenaza de que pueda existir algo mejor que venga a desplazar lo propio. Y sin embargo, a pesar de esa toma de distancia, sabemos que estos versos fueron muy sentidos, porque, aunque se publicaron años más tarde, Gabriela los escribió ante una situación real de su vida, acaecida poco después de su llegada a México, cuando se diseminaron rumores y protestas de maestros, molestos porque una extranjera viniese a enseñarles algo que no supiesen ya, ganando un sueldo exorbitante sólo por escribir y pasearse, un resquemor que creció al saber que se esculpía una estatua suya. Evidentemente, el huerto donde la intrusa cultiva plantas extrañas es la escuela. La respuesta de Mistral no se hizo esperar y, poco después, puso el título de «Palabras de extranjera» a la introducción de Lecturas para mujeres, un libro que se le había encargado en el marco del proyecto educativo pero que, en realidad, estaba destinado a todas las americanas. En ese prólogo intentó disminuir la importancia de su intervención presentándose sólo como una recopiladora:

Mi trabajo no puede competir con los textos nacionales, por cierto, tiene los defectos lógicos de la labor hecha por el viajero.

Por último, su decepción se plasmó en una pronta retirada del país para retornar a él sólo de forma esporádica. Es cierto que, tras la obtención del Nobel, vivió dos años en Veracruz, pero, a pesar de que el gobierno le hizo una donación de tierras en Sonora, finalmente decidió pasar sus últimos días en Estados Unidos.

En definitiva, ni la anécdota ni la reacción de la poetisa constituyen algo excepcional en su trayectoria de vida, signada por el desamparo, la agresión, el duelo y la maledicencia, que arrancan de cuajo la raíz o incitan al desapego de las situaciones violentas para evitar más sufrimiento. Su padre abandonó el humilde hogar familiar cuando ella tenía tres años, fue violada a los siete y expulsada de la escuela a los once, supuestamente por haber robado material escolar a otra niña. Como consecuencia, no pudo acceder a ningún centro educativo y recibió su título de maestra por convalidación. Y a esto se aunaron otros hechos: suicidio de un amor de juventud –tras lo cual escribió Sonetos de muerte, con los que ganó los Juegos Florales que dieron inicio a su carrera de escritora–, menosprecio de parte de sus colegas por no haber estudiado en el Instituto Pedagógico de Chile, acusaciones de atea, de lesbiana y de ser la verdadera madre de Yin Yin. Ridiculizada por su fealdad, sus modales masculinos y hasta por su indumentaria, dijo de ella Pío Baroja: «Es un loro de su país, vestida con mucha profusión de telas coloradas, verdes, rosadas. Es una poetisa cacatúa». Ante esto, resulta normal buscar el desarraigo, de ahí que la añoranza de Gabriela Mistral por su país sea un mito interesado para tranquilizar a las malas conciencias. Ni siquiera en su obra póstuma Poema de Chile, su recuerdo se dirige a una colectividad y, por tanto, a una nación, sino a una geografía, a una naturaleza que no admite límites políticos y conforma una unidad con toda América. Es el paisaje de una región que «contiene a la patria entera y no es su muñón, su cola ni su cintura», y le permitió desde la infancia «que no se amueble la mente de nombres sino de cosas: cerro, vizcacha, guanaco, mirlo, tempestad, siesta…». Por lo demás, las palabras de su diario íntimo son bien explícitas: “De Chile, ni decir”.

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En contra de lo que opina Julia Kristeva –y de lo que suele pensarse en general–, la enfermedad de la extranjería no cursa necesariamente con el síntoma de la nostalgia. Como se aprecia en «País de la ausencia», el territorio ansiado al que Mistral pertenece de verdad es su mundo poético, un reino utópico puramente espiritual, hecho de muchos lugares distintos, donde todo lo que se abandonó o se perdió se encuentra a salvo del paso devastador del tiempo:

País de la ausencia
extraño país,
más ligero que ángel
y seña sutil,
color de alga muerta,
color de neblí,
con edad de siempre,
sin edad feliz.
No echa granada,
no cría jazmín,
y no tiene cielos
ni mares de añil.
Nombre suyo, nombre,
nunca se lo oí,
y en país sin nombre
me voy a morir.
Ni puente ni barca
me trajo hasta aquí,
no me lo contaron
por isla o país.
Yo no lo buscaba
ni lo descubrí.
Parece una fábula
que yo me aprendí,
sueño de tomar
y de desasir.
Y es mi patria donde
vivir y morir.
Me nació de cosas
que no son país;
de patrias y patrias
que tuve y perdí;
de las criaturas
que yo vi morir;
de lo que era mío
y se fue de mí.
Perdí cordilleras
en donde dormí;
perdí huertos de oro
dulces de vivir;
perdí yo las islas
de caña y añil
y las sombras de ellos
me las vi ceñir
y juntas y amantes
hacerse país.
Guedejas de nieblas
sin dorso y cerviz,
alientos dormidos
me los vi seguir,
y en años errantes
volverse país,
y en país sin nombre
me voy a morir.

El refugio en un interior que siempre acompaña y permite llenar el vacío de las ausencias externas purifica, libera del dolor de la pérdida y prepara para crear ese «sueño de tomar y desasir», al margen de los dualismos, que a la poetisa le parecían una auténtica herejía. Sin ataduras sociales ni apegos al pasado, su figura revela una identidad múltiple y cosmopolita donde conviven muchas procedencias, un espacio flexible donde se manifiesta el quehacer de un sujeto dinámico en fuga, capaz de reformularse a cada paso y –como el viajero (der Wanderer) para Nietszche– de asombrarse y adaptarse a las nuevas situaciones, porque es la representación misma de la creatividad. Anacrónica y adelantada en su ejercicio de la femineidad, Gabriela Mistral señala con su vida y su poesía que el destino del extranjero puede ser el lugar del triunfo y no el del fracaso.

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9 comentarios en “Sobre desarraigo y extranjería: la itinerancia de Gabriela Mistral

    • Por supuesto. Ésa es la extranjería en un sentido existencial y subjetivo, pero además está la real y ésa es la construyen los demás. Gracias por comentar!

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  1. Una Gran Mujer y Poetisa, desdeñada hasta por sus pares en su país.Donde muy pocos saben de su poesía.La creen mi light,pero Gabriela era mucho más profunda: Indigenista,Luchadora Social, Antiimperialista.Una gran Luchadora Social.

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  2. Pingback: Sobre desarraigo y extranjería: la itinerancia de Gabriela Mistral | Quisqueya sera libre

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