Dolor y progreso humano en Gregorio Marañón

Quiero comenzar diciendo que los especialistas distinguen entre dolor (inevitable) y sufrimiento (evitable, quizá). Pero yo no voy a hacer esa distinción en estas líneas, pues así ha sido concebido el artículo.

La idea del dolor en la obra de Gregorio Marañón trasciende su significado meramente médico, para infiltrarse en la totalidad del individuo. Es un compañero de viaje inevitable en la vida, al que no hay que rehuir, piensa el doctor, porque entre sus alas sombrías aporta también un mensaje de esperanza. Claro que la condición de médico de Marañón le da un valor añadido a sus reflexiones sobre el tema. Conocedor del humano padecimiento, el físico, a través de una profesión que le pone en contacto de primera línea con el sufrimiento de la humanidad doliente, encuentra un inmejorable punto de arranque para internarse en el campo del dolor vital, el que a todo ser humano acomete en virtud de su misma condición. Nos centramos en su idea de la necesidad del dolor como motor del progreso humano, que abarca en realidad a todas las demás potencialidades del sufrimiento: el dolor como fuente de creación, como supremo, incómodo pedagogo de la vida, como moldeador de la jerarquía humana.

El dolor, aunque sea un punto mínimo de dolor, lo juzga indispensable para el progreso individual y social. Y cree que, por lo general, las personas no comprenden «que están recibiendo la lección provechosa del dolor común, fuente de todo progreso». No obstante, esto, dicho por un médico, sorprendería, por lo que se siente obligado a añadir un matiz, porque su idea no es la de resignarse:

El dolor provechoso no es, pues, el dolor aceptado como resignación, sino el dolor combatido y utilizado, como se utiliza la fuerza de los saltos de agua.

Marañón calavera

Acopla el doctor dolor y jerarquía humana, es decir, dolor y aristocracia del espíritu. Esa extraña «noble y alta voluntad de sufrir» de la que habla a continuación sólo es posible en el ámbito de la aristocracia del espíritu, que es lo mismo que la «jerarquía humana»de sus palabras:

El hombre actual ha perdido, no la capacidad de sufrir, que ésta es inseparable a su condición animal, sino la noble y la alta voluntad de sufrir, que es típica de la jerarquía humana.

La actitud ante el dolor es la prueba definitiva en la consideración de la persona. Sólo frente a él se descubre lo que hay de postizo o de genuino en la imagen con que aparecemos ante los demás. Entonces brillan los quilates de unos y se pone en evidencia el oropel de otros. «En los seres de categoría excelsa, la grandeza se amasa con el dolor; éste es indispensable para que aparezca la gran creación del genio o de la santidad». Lo chocante es que la figura que le da pie a decir esto es san Ignacio de Loyola.

Esos «seres de categoría excelsa» de quienes destaca su postura de ecuanimidad ante el dolor, son la legítima aristocracia del espíritu. Y va un paso más allá aún Marañón al señalar no solamente el «temple superior en la hora del sufrimiento» de esos seres, sino también «quizá, la ambición de sufrir», expresión, esta última, verdaderamente inquietante. Al fin y al cabo, «al genio le aniquila la comodidad», piensa el doctor. Y el propio Cristo hubo de prender su mensaje con el hierro del dolor: «La misma perfección ingénita de Cristo hubo de revestirse de dolor para alcanzar la plenitud ejemplar ante los hombres. De San Ignacio, que era hombre de carne y hueso, puede decirse que su grandeza espiritual se elaboró en su inacabable padecer». Habla, incluso, de «la fruición del dolor físico» en Ignacio de Loyola, propia, en su opinión, de los santos.

G MarañónLa aceptación del dolor hay que entenderla de una manera dinámica y fecunda. ¿Qué quiere decir Marañón? Se trata de que no hay que esconder esa realidad, no hay que hacer como si no existiera: todo esto, precisamente, esclaviza al ser humano al dolor. La actitud que elogia el doctor madrileño es la de la aceptación del dolor, en lo que tiene de postura inteligente, pues es inevitable, pero como punto de partida para su misma superación y conversión en energía.

Llega a afirmar Marañón esto: «El gran doctorado de la vida lo da el esfuerzo doloroso y heroico». Y sobre el dolor del exilio dice que «a veces, es decisivo para lograr ese doctorado de la personalidad que los hombres que no han sufrido mucho raramente alcanzan». No se puede evitar el comentario de la reverberación personal de esa afirmación, en la que está presente la experiencia de su propio exilio, lejana ya en el tiempo tras década y media, pero nunca dejada de evocar. No en vano «Antonio Pérez» y «Españoles fuera de España» fueron puntas de lanza de su frustrado proyecto de un estudio general de las emigraciones españolas.

Las alusiones al poder creador del dolor son ricas y diversas en Marañón. Como cuando comenta, en artículo de 1947, sobre Miguel de Cervantes: «Estaba lleno, cuando lo prendieron, de proyectos maravillosos, de cosas innúmeras que hacer y que vivir. Acaso entonces no pensaba todavía en escribir novelas porque no había sufrido lo bastante para crear».

Afirma Marañón que el saber sufrir es también medicina, lo mismo que la obediencia al médico escogido. El doctor historiador, que ha desentrañado el sufrimiento de los hombres de épocas pretéritas, que afrontaban el dolor físico con el único anestésico de su paciencia o rezando el Credo, anota la distinta resistencia ante el padecer de aquellos hombres recios y el hombre del siglo XX, quien se turba por la más mínima dolencia y querría verse aliviado de la noche a la mañana.

Siempre se ha destacado como una de las facetas básicas de Marañón su entusiasmo vital, su optimismo envidiable. Quizá una de las ocasiones más memorables de esta actitud vital sea la de su discurso «Las mujeres y el conde-duque de Olivares», leído a menos de dos meses del estallido de la Guerra Civil, cuyo último párrafo no puede estudiarse sin un punto de emotivo estremecimiento:

Acaso por ser médico, por haber visto a miles y miles de españoles en la profunda autenticidad que da el sufrir, tengo de la humanidad ibérica una idea mucho más alta y entrañable que la que nos enseña el artificio de la vida social y la espuma de este artificio que recogen las crónicas. En este conocimiento fundo mi inquebrantable optimismo en el porvenir de España.

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