Jane Austen: 200 años de una mujer universal

Se cumplen 200 años de la muerte de una de las plumas más portentosas y críticas de la historia de la Literatura. La escritura de Jane Austen (1775-1817) emerge como una reacción frente a la moda de la época, en la que el sentimentalismo más acendrado corría a sus anchas por las líneas de los novelones más conocidos. La trayectoria de Austen no fue fácil. Sus libros no se publicaban y, cuando salían a la luz, eran criticados con ferocidad. Mientras, las historias más vendidas y afamadas tenían que ver con lacrimosas historias en las que princesas, castillos y paisajes idílicos copaban el interés del público. Un ejemplo paradigmático de ello fue Fanny Burney, el exponente más reseñable de esta vertiente «rosa» de la literatura.

El perfeccionista y puntilloso talante de Austen hacía que revisara una y otra vez sus escritos y novelas, lo que provocó no pocos trastornos a la hora de publicarlos. Su sobresaliente, provocadora y carismática inteligencia, acompañada de un virtuosismo fuera de lo común en el arte de la narración, hicieron de ella una incómoda colega en la literatura para tantos y tantos varones acostumbrados al éxito fácil y a que las mujeres se dedicaran a otros menesteres. Fue Virginia Woolf quien apuntó que Austen nunca intentó «escribir como un hombre. Todas las demás mujeres lo hacen». No sólo se rebeló contra esta tendencia desaforadamente sentimentaloide, sino también contra el oscurantismo cada vez más imperante en escritores como «Monk» (Monje) Lewis, autor de El Monje, o Ann Radcliffe, autora de Los misterios de Udolpho o El italiano. Un camino que fue definitivamente roturado por la fantástica e inmortal novela de Mary Shelley: Frankenstein o el moderno Prometeo (obra publicada, curiosamente, el mismo año que la primera entrega en Alemania de El mundo como voluntad y representación, del pesimista Arthur Schopenhauer, en 1818). Para ridiculizar este tipo de literatura, Austen escribe una de sus más interesantes novelas, Northanger Abbey (escrita en 1805 pero publicada en 1817), en la que no duda en caricutizar a las «señoritas» que se ocupan de la lectura de tales «emocionantes» y «fulgurantes» novelas.

El mismísimo Walter Scott escribió en sus diarios la siguiente anotación sobre nuestra protagonista: «Leo de nuevo, y ya por tercera vez, la más hermosa novela de Jane Austen, Orgullo y prejuicio. Esta joven mujer posee un gran talento para describir las relaciones, los sentimientos y los personajes de la vida cotidiana, lo que para mí es lo más maravilloso que jamás he visto […]. El exquisito toque que da a los hechos de la vida cotidiana, así como los interesantes personajes descritos con autenticidad y sentimiento es algo que a mí me ha sido negado. ¡Es una pena que una criatura tan maravillosa muriera tan pronto!».

Alianza Austen

Es posible que el presuntamente deliberado feminismo que tanto se ha adscrito a Austen no fuera intencionado, al menos en su sentido más dogmático. Lo que sí es cierto es que en sus novelas retrata, de manera descarnada, la situación sumisa y secundaria de la mujer frente al hombre, figura autoritaria y obedecida por tradición. En este sentido, sí podemos hablar de una voluntad de exponer, e incluso de denunciar, el papel en la sombra de lo femenino. Tomemos, por ejemplo, uno de los más célebres pasajes de Orgullo y prejuicio:

Es verdad universalmente admitida que un soltero poseedor de una gran fortuna ha de necesitar esposa. Aunque poco se sepa de las opiniones y sentimientos de un hombre en estas condiciones a su llegada a un vecindario cualquiera, está tan estipulada esta creencia que las familias lo considerarán, con la mayor naturalidad, como propiedad indiscutible de una u otra de sus hijas.

Aunque quizás sea Emma (1815) la novela en la que mejor se rastrea el sentimiento de culpabilidad que, a juicio de la autora inglesa, porta una mujer de su tiempo a la hora de defraudar a sus allegados (en especial al padre, figura fundamental en la literatura de Austen) cuando decide optar por sus convicciones más profundas. Una de las más memorables citas de esta obra reza: «Resulta mucho mejor elegir que ser elegido, despertar gratitud que sentirla». En definitiva: es preferible actuar (a pesar de los posibles y acechantes errores) a ser un actor pasivo de la realidad. Y sentencia Austen en esta misma novela: «Ella estaría situada en medio de personas que la querían, y que tenían mejor juicio que ella; lo suficientemente apartada para ser feliz y lo suficientemente ocupada para estar alegre. Nunca se vería llevada a la tentación, ni la tentación tendría ocasión de buscarla. Sería respetable y feliz». Nunca, en fin, se da la oportunidad –efectiva, real– de actuar por sí misma.

Los hombres tienen todas las ventajas sobre nosotras por ser ellos quienes cuentan la historia. Su educación ha sido mucho más completa; la pluma ha estado en sus manos. No permitiré que los libros me prueben nada (Jane Austen, Persuasión).

Emma Austen Alianza

La literatura de Austen está impregnada de hondos análisis psicológicos que dotan a sus personajes de una realidad y carnalidad singular, de una capacidad de actuación que, a pesar de la aparente libertad que poseen, siempre se encuentra cohibida por prejuicios y convencionalismos sociales. De fondo, la parodia del romanticismo, frente al que la escritora reacciona, como en la que acaso sea su novela más conocida, Sentido y sensibilidad (o Sensatez y sentimiento), donde ambos estratos, razón y sentimiento, se debaten en el campo de batalla de los intrincados y truculentos asuntos humanos. Así, se pregunta de mano de uno de sus personajes: «Siempre resignación y aceptación. Siempre la prudencia y el honor y el deber. ¿Dónde está tu corazón?«. Y de nuevo, la crítica social: «La señora Jennings era viuda, y gozaba de una generosa pensión. Tenía sólo dos hijas, y había vivido para verlas a las dos respetablemente casadas, por lo que ahora no tenía otra cosa que hacer que casar al resto del mundo».

Todas las novelas de Austen plantean más interrogantes y cuestionamientos que soluciones o certezas. La más cáustica ironía (disfrazada de tono hilarante y amable narración) no ha sido en muchas ocasiones bien captada por sus lectores. En ella encontramos un baluarte de la crítica al más socarrón sentimentalismo (que, en el fondo, no es más que una máscara para ocultar las verdades más evidentes y, por eso, más ocultas por muy variados prejuicios) y un intento consciente de subvertir los valores sociales en boga. Como escribe en Orgullo y prejuicio, «El orgullo se identifica más con la opinión que tenemos de nosotros mismos y la vanidad con lo que deseamos que los demás piensen de nosotros».

Alianza Jane Austen

Una mujer sensible, contumaz, de verbo expresivo y directo, que permitió abrir puertas literarias, artísticas, sociales y psicológicas que en ocasiones no fueron entendidas por sus contemporáneos. Ella misma afirmó que «sentir auténtico amor es aceptar que la otra persona necesita aprender y sobrellevar sus propios demonios». Por esa aceptación e independencia de la alteridad, del otro yo con y ante nosotros, luchó (y sigue luchando) toda su literatura, monumento universal de las letras humanas.

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