María Zambrano: sabiduría del «dejarse ir»

María ZambranoAunque vivieron períodos distintos de la historia de España, podemos inscribir a Miguel de Unamuno y María Zambrano en una línea continua de pensamiento, cuyo cometido principal –aunque no exclusivo– sería el de declarar la cercanía y parentesco directo entre filosofía y poesía, rescatando de un sospechoso y flagrante olvido, institucionalizado en las cátedras de universidad, cierta sabiduría poética que podemos rastrear en los orígenes mismos de la filosofía.

En múltiples ocasiones afirma el autor vasco que el sentimiento del mundo y la comprensión que de él tenemos son, necesariamente, «antropomórficos y mitopeicos», y que es de la fantasía –y no al revés– de donde surge la razón. Poetas y filósofos son, en este sentido, casi gemelos, si es que no son la misma cosa. En paralelo, ambos autores reivindican el poder cognoscitivo de la metáfora como herramienta original mediante la que nos es permitido percibir el complicado entramado de relaciones presentes en la realidad. Por eso, la metáfora –rica en sentido y extraña a la abstracción– se opone al hieratismo y la sequedad del en ocasiones aséptico e insuficiente concepto.

El corazón es el vaso del dolor, puede guardarlo durante un cierto tiempo, mas inexorablemente luego, en un instante, lo ofrece. Y es entonces cáliz que todo el ser de la persona tiene que sorberse (Zambrano, Claros del bosque).

Sin embargo, lejos de excluir o dejar a un lado el logos del que el concepto se halla preñado, tanto Zambrano como Unamuno logran situar en nuestra potencia imaginativa o creativa (mitopeica) el origen del pensamiento: en última instancia, cualquier discurso racional se encuentra colmado de una interpretación previa de la realidad, interpretación que es siempre simbólica, sentimental.

El sentir, pues, nos constituye más que ninguna otra de las funciones psíquicas, diríase que las demás las tenemos, mientras que el sentir lo somos (María Zambrano, Para una historia de la Piedad).

Esta «sabiduría poética» es defendida por ambos como el modo propio en que la filosofía tiene lugar en España y en el contexto hispanohablante (e hispanopensante), siempre reacio al exceso de abstracción –causa a la vez del escaso éxito de los pensadores patrios más allá de nuestras fronteras–. María Zambrano escribe con firmeza en Pensamiento y poesía en la vida española: «Hemos señalado que la razón, el pensamiento en España, ha funcionado de bien diferente manera y que por ello España puede ser el tesoro virginal dejado atrás en la crisis del racionalismo europeo. España no ha gozado con plenitud de ese poderío, de ese horizonte. Nos hemos reprochado muchas veces nuestra pobretería filosófica y así es, si por filosofía se entiende los grandes sistemas. Mas de nuestra pobretería saldrá nuestra riqueza». Zambrano ve en España, por tanto, una posible salida al agotamiento de la razón sistemática, tan desarrollada en otros lugares de Europa.

Zambrano

En esta misma línea, tanto Unamuno como la pensadora malagueña hacen suya una defensa del pathos, del orden pático o sentimental (siempre previo y más fundamental u originario que el meramente teórico) como una puerta de acceso privilegiada al ser, a la verdad, mediante la que el ser humano se pone en contacto con la realidad y consigo mismo. Sentirse siendo, sentir el acto de ser, supone la primera forma de autoconciencia y de descubrimiento de uno mismo. El sentimiento representa para ambos el prototipo originario mediante el cual el hombre se experimenta como un ser que –ante todo– existe y sabe de su existencia: en definitiva, la realidad pática es anterior a la realidad noemática (cognoscitiva). De este modo lo expresaba Unamuno: «sentirse hombre es más inmediato que pensar», invirtiendo el cogito cartesiano (cogito, ergo sum), y reconvirtiéndolo en la siguiente afirmación: sum, ergo cogito.

Ningún acto humano puede darse sino siguiendo una escala, ascensional sin duda, con la amenaza, rara vez evitada enteramente, de la caída. Y aunque esta escala se siga con una cierta continuidad, se dan en ella periodos decisivos, etapas, detenciones (Zambrano, Claros del bosque).

Del pensamiento de Unamuno y Zambrano se sigue el intento de forjar una filosofía estética, cuya más seria reivindicación afecta a la consideración del conocimiento, que ha de ser encarnado en tanto que ligado al cuerpo y a los sentidos del «hombre de carne y hueso», del que sufre y muere, o «¿cabe acaso –se preguntaba Unamuno– un conocer puro sin sentimiento, sin esa materialidad que el sentimiento le presta? ¿No se siente acaso el pensamiento y se siente uno a sí mismo a la vez que se conoce y se quiere?«. Una filosofía, por tanto, basada en la afectividad más primordial y originaria, y cuyo sentimiento vital ha de ser el objeto y material propios del pensamiento, pues «nuestra filosofía, esto es, nuestro modo de comprender o no comprender el mundo y la vida, brota de nuestro sentimiento respecto a la vida misma» (Unamuno).

Zambrano gato

A ojos de Zambrano, la tarea que debe proponerse el pensar, la reflexión y, por ende, la filosofía, es la de «saber de oído», es decir, dejar hacer a la contemplación en la que, poco a poco, emerge la verdad. A través de este discurso –facilitado por una receptividad pasiva– es como el pensamiento se hace germen y semilla. La reflexión ha de permitir la emergencia de una quietud silenciosa en la que el alma vuela y se libera de la prisión del concepto. Se trata, así, de…

… ir entrando en espacios más anchos, en verdad indefinidos, no medidos por referencia alguna a la cantidad, donde la cantidad cesa, dejando al sujeto a quien esto sucede no en la nada, ni en el ser, sino en la pura cualidad que se da todavía en el tiempo. En un modo del tiempo que camina hacia un puro sincronismo.

Momentos que, casi siempre, se manifiestan efímeros: un éxtasis de un «orden remoto» que sentimos en nuestro centro y que no se deja comunicar a través de la palabra, pues son «imagen del vivir mismo, del propio pensamiento, de la discontinua atención, de lo inconcluso de todo sentir y apercibirse, y aun más de toda acción». Es por eso que nuestra existencia se convierte, cuando se ha experimentado esta abundancia sintiente, en un anhelo constante que sin embargo queda apaciguado «por instantes de plenitud en el olvido de sí mismo, que los reavivan luego, que los reencienden. Y así seguirá incabablemente».

Zambrano recoge el legado orteguiano del raciovitalismo y lo supera, aduciendo que el filósofo madrileño se queda corto en sus investigaciones: es necesario acceder a las secciones menos conscientes, más oscuras e inexploradas del ser humano, a la vez que ascendemos a lo supraconsciente, a la relación con lo divino. Aspectos que Ortega desechó e incluso censuró, denominando «mistagogos» a quienes pretendían superar la región experiencial de lo humano. Un punto frente al que la alumna se rebeló sin tapujos frente al maestro:

Hace ya años en la guerra sentí que no eran «nuevos principios ni una Reforma de la Razón», como Ortega había postulado en sus últimos cursos, lo que ha de salvarnos, sino algo que sea razón, pero más ancho, algo que se deslice también por los interiores, como una gota de aceite que apacigua y suaviza, una gota de felicidad. Razón poética… es lo que vengo buscando.

6 comentarios en “María Zambrano: sabiduría del «dejarse ir»

  1. Cavilo de este agravio, y sólo llego a una conclusión; No estar de acuerdo con este raciocinio. Sin embargo, el vigor que tengo de dialogar sobre el tema es inútil, ya que no puedo hablar con María Zambrano.

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