Aprendiendo a desaprender con Hannah Arendt

desaprender-knottHerder publica la traducción de una original y valiosa obra de Marie Luise Knott (periodista, traductora y escritora) sobre el pensamiento de Hannah Arendt, tan repleto de aristas aún por descubrir. Lleva por título Desaprender, en alemán Verlernen, un ejercicio que apunta a dos momentos fundamentales: primero, la necesidad de elaborar un método para enfrentarnos al proceso de conocimiento y, en segundo lugar, el ahínco socrático por polemizar y cuestionar aquello que creemos sabido mediante una suerte de inspección genealógica de nuestras potencias cognoscitivas. Cuestiones de imprescindible planteamiento para contestar a otra si cabe más esencial: ¿cuánto de lo que hemos conocido nos permite interpretar nuestro presente?

Como apunta Knott, la labor filosófica de Arendt se obliga desde el comienzo a intentar dar respuesta al complejo fenómeno armado que tuvo en vilo a Europa y medio mundo entre 1939 y 1945, la Segunda Guerra Mundial, así como a los atroces acontecimientos a los que dio paso (lo que Knott llama el «griterío maquinal del terror»). Arendt no pretende crear una escuela o poner en marcha un nuevo movimiento filosófico, a juicio de la autora de Desaprender, sino abrir nuevas posibilidades para pensar cuando, precisamente, parecía que la realidad cerraba toda opción de reflexión: por eso «logró ir más allá de los callejones sin salida de las vigentes y tradicionales representaciones del mundo y del hombre».

De ahí el valor y el apremio de aquel verlernen, de ese «desaprendizaje», que se instala en la filosofía como un nuevo ribete que la empuja a reconquistarse, a explorar nuevas vías de reflexión y pensamiento tras los juicios de Nuremberg, tras la comparecencia del mal más banal, después de que el terror mostrase su rostro más vaciante y tenebroso.

Arendt presenció en Jerusalén (1961) el juicio a Adolf Eichmann, el otrora teniente coronel de las fuerzas de asalto de las SS (prendido en Argentina), como enviada especial de la revista The New Yorker. En este personaje, como recuerda Knott, Arendt dio con un peculiar proceder que se propuso explicar: el que empuja a cumplir directrices de manera maquinal, casi automática, por el hecho de que estén sustentadas, sin más, en órdenes. ¿Por qué aquellas autoridades bajo el mando de Hitler y su cúpula no se rebelaron frente a la flagrante injusticia de mandatos que escondían consecuencias tan onerosas?

Clichés, maneras usuales de hablar, estandarizadas formas convencionales de expresión y de comportamiento, tienen la función socialmente reconocida de proteger contra la realidad, contra las exigencias que todos los sucesos y hechos plantean a nuestro pensamiento en virtud de su existencia. Si quisiéramos cumplir constantemente estas exigencias pronto estaríamos agotados. Eichmann se distinguía de nosotros, de los demás, tan sólo en que en general no conocía esta exigencia. Despertó mi interés esta falta de pensamiento, que es una experiencia del todo normal en la vida cotidiana, donde apenas tenemos el tiempo debido ni la inclinación para demorarnos y reflexionar (Arendt, La vida del espíritu).

El concepto de «banalidad del mal» acuñado entonces por Arendt provocó mucho revuelo y desaforadas críticas entre periodistas y pensadores. La acusaron, desde diversos frentes, de querer minimizar los sucesos acaecidos en la Alemania nacionalsocialista. Aunque nada más lejos de su intención: la filósofa no podía explicarse cómo aquel régimen había podido quebrantar la capacidad más propiamente humana, la de actuar al amparo de las propias reflexiones, bajo la mirada de nuestra conciencia, de nuestro pensamiento. Knott relata brillantemente este momento en el que Arendt, que llegó a ser apartada del judaísmo «oficial», se vio contra las cuerdas, y su ahínco por defender la actualidad de la llamada «cuestión judía» y el estudio del totalitarismo y sus efectos. Como fondo, siempre, el planteamiento del problema del mal:

Hoy opino que el mal siempre es un extremo, pero nunca es radical, no tiene ninguna profundidad y tampoco ningún demonio. Puede asolar al mundo entero precisamente porque puede seguir pululando como un hongo en la superficie. Pero sólo el bien es siempre profundo y radical (carta de Arendt a Scholem).

O en una anotación de su Diario filosófico, fechada en junio de 1950:

El mal radical es lo que no habría debido suceder, es decir, aquello con lo que no podemos reconciliarnos, lo que bajo ninguna circunstancia puede aceptarse como misión; y es aquello ante lo cual no podemos pasar de largo en silencio.

hannah_arendt_portrait_300Knott se ayuda de las diversas y variadas referencias literarias a las que Arendt siempre atendió: Kafka, Brecht, Shakespeare y un largo etcétera que conforma un intrincado hilo de Ariadna. Éste conduce al meollo del pensamiento arendtiano: ese movimiento de desaprendizaje que la empujó a tomar parte por un pensamiento intempestivo muy consciente de que se hallaba, como la propia Arendt escribió, «en un decisivo punto de inflexión de la historia, que separa entre sí épocas enteras», y cuya conquista última se situaba en la libertad.

La autora de Desaprender pone magníficamente sobre la mesa, de principio a fin, el proceso de creación y desarrollo de la filosofía de Arendt, desde sus más tempranos escritos hasta los más postreros, haciendo hincapié en los más importantes sucesos biográficos de la pensadora alemana -que tanto influyeron en su forma de reflexionar-. En Arendt todo importa y contribuye a la constitución definitiva de su pensamiento: la poesía, el teatro, las novelas, el silencio de los alemanes frente al régimen nazi o el estudio de la historia de la filosofía. Una red que Knott desmenuza para el lector con mano maestra, desentrañando lo que ella misma denomina los «caminos del pensamiento de Hannah Arendt».

La obra de Knott constituye una nueva ventana que da acceso privilegiado a la filosofía de Arendt, pero que, lejos de plantearse como un manual al uso, intenta acercarse al universo de la autora de Los orígenes del totalitarismo teniendo en cuenta que el pensamiento arendtiano es un pensamiento vivo, que no se deja apresar de una vez por todas. Y es que ya dijo la propia Arendt que «La poesía es lo más cercano al pensamiento», pues ambas, filosofía y poesía, toman la palabra no como algo definitivo, sino como un modo de interpretar la realidad y dotarla de sentido. Un sentido que, a causa de la vibrante y pluriforme dinámica la vida, impide cerrarse de manera conclusiva. Pues, finalmente, sólo nuestras acciones revelan a cada paso ese mismo sentido, nunca dado de antemano:

Los hombres, actuando y hablando, «revelan» en cada caso quiénes son ellos, muestran activamente la peculiaridad personal de su esencia, digamos que comparecen en el escenario del mundo (Vita activa).

2 comentarios en “Aprendiendo a desaprender con Hannah Arendt

  1. Estaba triste porque mañana se acaban las vacaciones, pero leyendo tu entrada me has recordado lo que amo la enseñanza de la filosofía y lo fundamental que esta es. ¡Sigamos enseñando a desaprender! ¡Gracias por tu post! :-)

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