¿Hacia dónde va la izquierda? Nuevos (y viejos) enfoques

La política es un oficio, pero también, y ante todo, un ejercicio activo socialmente comprometido. Inmersos en una funesta crisis económica a escala mundial, numerosos derechos, conquistados históricamente con mucho esfuerzo, se han visto recortados a manos de diferentes gobiernos. Por esta razón, los denominados «grupos de izquierda» se han levantado contra lo que consideran una merma de la justicia social. Pero ¿a qué llamamos «izquierda»?

Sangrante economía

Explica el sociólogo e investigador Christian Laval en su artículo «Pensar el neoliberalismo», recogido en Pensar desde la izquierda (Errata naturae), que el capitalismo, como sistema económico, ha tenido terribles consecuencias en lo tocante al compromiso ciudadano en asuntos de política. La lógica económica del neoliberalismo (basada en una masiva producción que empuja a un masivo consumo) ha impuesto, a su vez, una lógica social en la que prima el interés individual sobre el social, lo que ha provocado una nada conveniente indiferencia (e incluso desdén) de amplias capas de la sociedad por los asuntos que nos conciernen a todos como miembros de una comunidad.

Pensar desde la izquierdaLa figura del ciudadano, asegura Laval, corre el riesgo de desaparecer. En su lugar gana importancia un nuevo constructo, el «sujeto económico», permanente y exclusivamente preocupado por la constante competitividad impuesta por el sistema capitalista y por su bienestar físico y material: «el sujeto moral y político se reduce a mero calculador obligado a elegir en función de sus intereses propios», por lo que el ciudadano «es invitado a expresarse sólo en tanto que consumidor deseoso de no dar más de lo que recibe y que ‘vela por su dinero'».

Estos desalentadores datos, como es fácil suponer, encierran aciagos resultados para la constitución y desarrollo políticos del sujeto contemporáneo. La profesora de Ciencias políticas (Berkeley) Wendy Brown, apunta, sobre todo, a la inevitable merma de «las libertades individuales y colectivas» que las democracias liberales garantizaban, gracias «a la fragmentación de los diferentes poderes y a la pluralidad de los principios que los regulaban». Sin embargo, el neoliberalismo –afirma Brown de manera contundente– «se muestra como una estrategia integradora que, al subordinarlo todo a la racionalidad económica, impide que los diferentes principios y legitimidades operen en tanto que factores limitadores del poder».

A pesar de este ominoso panorama, en el que las relaciones sociales quedan despolitizadas en virtud del interés privado, desde las instituciones gubernamentales se nos anima a participar activamente en el «libre juego de la democracia». Pero debemos preguntarnos si una democracia puede sobrevivir envuelta en este enrarecido ambiente en el que, anota Laval, «todo se ha convertido en objeto de business, tanto la seguridad como la guerra. Los mismos criterios morales que servían para diferenciar entre virtud y vicio, entre honradez y delito, se han devaluado; cualquier decisión e incluso cualquier ley han adquirido ahora un carácter táctico, operativo, sometido a reglas de eficacia inmediata dentro de una dinámica de relaciones de fuerza y de maximización de resultados». Ya en el siglo XVIII, Helvétius escribía en Del espíritu que…

El lujo supone siempre una causa de desigualdad de riqueza entre los ciudadanos. […] Es bien singular que los países elogiados por su lujo y civilización sean también aquellos donde la mayoría de los hombres es más desgraciada que entre los pueblos salvajes, tan despreciados por los civilizados. ¿Quién duda de que el estado del salvaje es preferible al del campesino? El salvaje no tiene que temer, como él, la cárcel, la sobrecarga de impuestos, las vejaciones de un señor o el poder arbitrario de un funcionario, ni es continuamente humillado ni embrutecido por la presencia cotidiana de hombres más ricos y poderosos que él. Sin superior ni siervos, más robusto que el campesino al ser más feliz, goza de la felicidad de la igualdad y, sobre todo, del bien inestimable de la libertad, tan inútilmente reivindicada por la mayor parte de los pueblos.

Izquierda fiesta

Justa izquierda

Como resultado de este deterioro en las estructuras política y social, diversos grupos de izquierda intentan concienciar a la población sobre los devastadores efectos que la razón económica está provocando en el entramado ciudadano. En una entrevista para El País, el filósofo Zigmunt Bauman comentaba en este sentido que las relaciones humanas se viven en la actualidad «desde el punto de vista de cliente y de objeto de consumo. […] En una relación entre humanos aplicar este sistema causa muchísimo sufrimiento», tanto a escala individual como social. Aunque Bauman no parece confiar en la izquierda política para dar un vuelco a la situación: «La izquierda sólo sabe decirle a la derecha, ‘cualquier cosa que hagan ustedes nosotros la hacemos mejor’. Cuesta distinguir entre Gobiernos de izquierda y de derecha, la verdad».

LeninPero ¿qué es la izquierda? En pura teoría, esta nomenclatura se refiere en nuestros días a aquellos grupos políticos y sociales que luchan por mantener la igualdad social a través del ejercicio político –en las instituciones correspondientes– y el movimiento conjunto ciudadano. Se refiere, así, a un impulso por no sucumbir al imperio del orden económico que parece primar sin ninguna duda en la actualidad. Como es bien sabido, el término «izquierda», en política, nace en la Asamblea Constituyente de la Francia de 1789, cuando aquellos que defendían la pervivencia de la monarquía se situaron a la derecha del presidente de la sala, mientras que los que pujaban por acabar con los privilegios monárquicos se situaron a su izquierda.

Como ya escribiera Tucídides en el conocido como diálogo de los melios (pueblo que se alzó en armas contra el potencial poder de Atenas), «someternos es rendirnos a la desesperanza, mientras que si actuamos queda todavía para nosotros la esperanza de ser capaces de mantenernos en pie». Y concluía: «confiamos en que los dioses nos concedan tan buena fortuna como la vuestra, ya que somos hombres justos que luchan contra enemigos injustos».

La lucha a la que se refiere Tucídides va más allá de una mera pugna por el poder y el derecho a la soberanía, pues, como vemos, las razones del pueblo melio apelan a la diferencia entre justicia e injusticia para defender sus propios derechos. De forma análoga, la izquierda aúna en su seno (tanto la revolucionaria como la democrática -¿existe una izquierda arrevolucionaria?-) un ahínco por establecer las líneas fundamentales que una sociedad no puede traspasar bajo riesgo de caer en las redes de un poder diferente al convenido por la soberanía popular.

Aunque en la actualidad ha ocurrido precisamente lo contrario. Como señala el filósofo y ensayista Antonio Negri, el dinero se ha convertido en «la única medida de la producción social. Tenemos así una definición ontológica del dinero como forma, sangre, circulación interna en la que se consolida el valor socialmente construido, y como medida del sistema económico entero. Y de ahí la total subordinación de la sociedad al capital». El problema, dice Negri, es que también «la clase política está atrapada en dicho proceso», incluida la clase política de izquierdas.

1789 Revolución Francesa

Más allá de la política oficial

Al margen del ejercicio político propio de personas encorbatadas en instituciones oficiales, existe una izquierda (a juicio de muchos, la auténticamente genuina) que nace y se desarrolla a pie de calle, y que sólo puede hacerse fuerte con el apoyo de la ciudadanía (como defienden, por ejemplo, desde el grupo Podemos encabezado por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón Turrión, que tanto está dando que hablar en el panorama político español).

Numerosos economistas y sociólogos coinciden en señalar que mucho nos une a la época en la que se llevan a cabo las teorías marxistas clásicas. Por contrapartida, la actualidad carece de lo que las teorías críticas contemporáneas denominan un «sujeto de emancipación», es decir, aquel grupo de individuos que se sitúan frente al poder establecido y demandan justicia e igualdad social. Como se pregunta Razmig Keucheyan, doctor en Sociología y profesor en la Universidad de la Sorbona, «los marxistas de comienzos del siglo pasado podían contar con las poderosas organizaciones obreras de las que a menudo eran dirigentes y cuya actividad iba a permitir superar lo que entonces se consideraba una de las crisis finales del capitalismo. En el momento actual no hay nada parecido, ni lo habrá en un futuro próximo. Una vez comprobada esta realidad, ¿cómo continuar pensando en la transformación social y radical?» (Hemisferio izquierda, Siglo XXI). Tal es el reto que, a juicio de Keucheyan, han de afrontar las izquierdas y, en general, las teorías críticas de nuestro tiempo.

Son muchas las voces que, desde la izquierda, no comprenden por qué el pueblo, cada vez más oprimido por medidas austericidas, no toma la decisión de «levantarse» contra el poder establecido. Y son muchos, igualmente, los que achacan esta debilidad del movimiento ciudadano a la falta de un firme y definido ideario de izquierdas en los partidos políticos de esta orientación, que empujen definitivamente a la sociedad a aplicar presión sobre los Gobiernos. Pero no es este, a juicio de los autores Joaquín Miras y Joan Tafalla (La izquierda como problema, El Viejo Topo), el mayor problema: «si, a pesar del brutal empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo, y a pesar de la ausencia de futuro para varias generaciones venideras, no se produce una revolución democrática es porque el pueblo no está aún por la labor». Un dato que se explica porque «la mayoría se refugia aún en la idea de que los malos días pasarán, que es posible volver a aquella belle époque en que las condiciones económicas permitían un crecimiento que deparaba mucho más empleo».

Si algo despiertan movimientos populares como el 15-M es, precisamente, el poder de la esperanza. Una esperanza que la izquierda sitúa en hacer comprender a los ciudadanos que es posible oponerse a las ofensivas de los gobiernos por recortar derechos ganados a lo largo de extenuantes siglos de lucha social. Y es que la lucha social no es sólo posible, sino –dadas las circunstancias– necesaria. Por ello, la izquierda centra sus esfuerzos en la actualidad en constituir una voluntad colectiva que posibilite una auténtica revolución democrática que no pase necesariamente por las urnas, o no solo por ellas, sino por el calor y justicia emanados del clamor de las demandas sociales. «Nadie sino el Pueblo puede hablar en nombre del Pueblo. En este principio se basa la Democracia. Y el Pueblo, el Soberano, o existe como realidad organizada, deliberante y activa, o es un recurso literario para justificar opciones políticas particulares», señalan Miras y Tafalla.

Puño izquierda

Necesario cambio de sistema

Aunque, se interrogan desde la izquierda: ¿es posible una genuina revolución democrática en el mismo corazón del infierno capitalista, o se hace necesario un cambio radical en las estructuras económicas para que el giro social y cultural sea posible?

El ensayista y filósofo Santiago Alba Rico intenta dar respuesta a tamaño problema en su reciente obra ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? Panfleto en sí menor (Pol·len Edicions). Nos comenta que «un proyecto de izquierdas debe ser al mismo tiempo revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico; es decir, debe ser anticapitalista, debe defender el Derecho y la Democracia y debe conservar los vínculos comunitarios y antropológicos que resisten el empuje del mercado, aseguran la vida y son compatibles con el derecho y la Democracia». A juicio de Alba Rico, la izquierda ha de ser revolucionaria, pero a la vez reformista y conservadora porque «hay que embridar la Historia; porque la razón y la justicia necesitan un suelo institucional estable», sin despreciar en ningún caso las ambiciones democráticas.

En cualquier caso, como ya explicara Gramsci, el cambio ha de venir primera y fundamentalmente de uno mismo, de la «disciplina del yo interior» que llegue a comprender el valor histórico de las circunstancias sociales de las que somos partícipes, teniendo en cuenta que en la historia «no hay nada absoluto ni rígido» y que, a fin de cuentas, el cambio es posible. Las prerrogativas y privilegios de unos pocos han de plegarse a las necesidades de una sociedad comprometida por su propio bienestar. Y esta labor solo puede desarrollarse de manos del auténtico actor social: los ciudadanos. «El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital –afirmaba José Martí–; sino la armonía, la conciliación, el acercamiento común de uno y del otro». Leamos de nuevo a Helvétius:

Para ser honrado hay que unir la nobleza de alma a la ilustración del espíritu. Quien reúna en sí estos diferentes dones de la naturaleza se comporta siempre según la brújula de la utilidad pública. Esta utilidad es el principio de todas las virtudes humanas y el fundamento de todas las legislaciones. Ella inspira al legislador y fuerza a los pueblos a someterse a sus leyes. A este principio hay que sacrificar todos los sentimientos, incluso el sentimiento de la humanidad.

(Algo de) Pensamiento crítico contemporáneo

Slavoj Žižek. Este contundente y mediático pensador de origen esloveno tiene clara la función de la izquierda en el panorama social y político de la actualidad: «la izquierda occidental ha vuelto a sus principios: después de abandonar el llamado ‘fundamentalismo de la lucha de clases’ por la pluralidad de las luchas antirracistas, feministas, etcétera, el problema fundamental vuelve a ser el ‘capitalismo’. La primera lección debe ser: no debemos culpar a personas ni actitudes. El problema no son la corrupción ni la codicia, es el sistema que nos empuja a ser corruptos. La solución no es ‘la calle frente a Wall Street’, sino cambiar este sistema en el que la calle no puede funcionar sin Wall Street». En opinión de Žižek, el capitalismo no puede mejorar las condiciones sociales de los ciudadanos porque, precisamente, es la paulatina merma de tales condiciones la que le permite seguir vivo. La opresión económica que se ejerce sobre la población es la genuina manera de dominación de nuestros días.

Alain Badiou. Sin duda, uno de los filósofos más importantes de la actualidad, en cuyo trabajo ha desarrollado la llamada «teoría del acontecimiento»: «es parte de la esencia del acontecimiento no estar precedido por ningún signo, sorprendernos con su gracia, sea cual fuera nuestra vigilancia». En el terreno político, estima Badiou que la cuestión primordial es saber si es posible una política revolucionaria sin partido. Como explica Keucheyan, «Badiou no es un libertario, no defiende la libre eclosión de las espontaneidades revolucionarias. Una política sin partido no significa una política sin organización. Significa una política sin ninguna relación con el Estado». En opinión de Badiou, el comunismo no es más que la «creación en común del destino colectivo» al margen del Estado, pues «es el pueblo, sólo el pueblo, el creador de la historia universal». Movimientos ciudadanos como los de Túnez o Egipto representan para este filósofo nuestro verdadero y único deber político: «frente al Estado, fidelidad organizada al comunismo de movimiento. No queremos guerra, pero no le tenemos miedo».

Jacques Rancière. La original reflexión de este filósofo francés aúna la estética, la política y la educación. En su crítica de la sociedad del espectáculo, Rancière asegura que hemos creado una distinción fatal entre aquellos que observan y aquellos que actúan: «la emancipación de los trabajadores comienza con la posibilidad de constituir maneras de decir, maneras de ver, maneras de ser que rompan con las que están impuestas por el sistema dominante». La cuestión no es tanto designar al explotado: «en el centro del proceso de emancipación obrera hay una especie de tendencia que lleva a ignorar que, en cierto modo, se está obligado a trabajar con las manos mientras otros disfrutan de beneficios de orden estético». A través de un análisis de los denominados «sin parte» (aquellos a quienes no se tiene en cuenta en el orden social) y su papel en la política, Rancière apela a la necesidad de redefinir el concepto de comunidad y su papel en el desarrollo político de cada Estado.

3 comentarios en “¿Hacia dónde va la izquierda? Nuevos (y viejos) enfoques

  1. El problema no es de la izquierda, sino de la realidad sobreimpuesta a una moral desvirtuada, que es la izquierda contra la izquierda. El capitalismo demostró mayor viabilidad que la ingeniería social comunista o nazi, luego vino el muro de Berlín. Pareciera que los nuevos filósofos desean filosofar solo en contra del capitalismo, sin aportar formulas de reinvención: enrtonces es política partidaria, panfleto, no filosofía. Nadie quiere sublevarse, porque la otra opción es peor o no funciona. Por ejemplo, en este artículo no se contrasta, sino que solo hay un mal, el capitalismo (imagino que incluyen la social democracia nórdica que es capitalista, en vías de derechizarse). Lo que pasa es que se quiere ver el mundo como un laboratorio, eso ya no es epistemología creíble, porque es unilateral y parcial. No todo el mundo en las sociedades de consumo piensa como esos filósofos, obviamente de izquierda. Una crítica veraz debe criticar todo, incluyendo a las nuevas orientaciones (China) y a las nuevas profecías inexactas (Chavismo y Podemos), a los restos del comunismo (Cuba y Corea del Norte). La misión de una nueva izquierda, con aval, debería ser de visualización de los sistemas, no solo crítica de los lunares de una entidad. Así no se puede avanzar, porque las masas, aunque sean «explotadas» están mejor dotadas para el discernimiento ideológico, sobre todo en las sociedades democráticas. O acaso es preferible un mundo estalinista o maoísta donde esos filósofos de la crítica por la crítica no podrían expresarse? Creo que la nueva crítica debe partir de nuevas premisas y realidades, el hecho vivencial, al menos hasta el futuro próximo. Hacia dónde va la izquierda? Pues creo que a la autodestrucción por no intentar ser competidora en un mundo de competencia e inteligencia, paralelo a la «nueva explotación desde la economía libre». Les remito al «Nuevo Ciudadano», una novela de A.R.Zuniga, y a un artículo que intenta revelar hasta los valores de la izquierda en sus contextos de dominio intelectual y decadencia: «El vuelo de la izquierda». También recomiendo leer la nueva filosofía alemana y de Europa del Este, es decir, la de aquellos países donde algunso filósofos hablan después de haber vivido la miseria de la filosofía y al Gran Hermano. Buen artículo pero solo porque es positivo pensar el mundo desde cualquier prisma, sin caer en el futurismo, pero hay que revelar toda la verdad, no solo las que nos gusta. Gracias.

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  2. Si bien es verdad q el capitalismo falla en muchos aspectos,es difícil querer reivindicar el socialismo cuando uno mira lo que paso en la unión Soviética con stalin,con Cuba y ahora mismo en venezuela donde unos dictadores siempre con la consigna anticuada de ser los salvadores de su gente lo que han conseguido es llevar pobreza y degradación a su pueblos. No ha sido el bien común lo que han logrado, ha sido el bien propio,recuerdese a un Ceausescu viviendo en la opulencia mientras su pueblo carecía de lo encial

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  3. Los melios intentaron permanecer neutrales, porque eran colonos dorios aunque sujetos al imperio ateniense , y como Atenas no lo toleró no tuvieron mas remedio que entrar en guerra abierta. Mas que levantarse, no se sometieron. Atenas dejó aquello como un solar. El argumento de los atenienses era el derecho del más fuerte, a lo Calicles en el Gorgias platónico. Hoy en día la situación es similar: el mercado y la globalización imponen su lógica y la izquierda está perdida entre el utopismo moralista, la miopía estructuralista y el nacionalismo. Ha quedado como Melos tras el paso de Atenas, arrasada y repoblada de ideas enemigas.

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