Byung-Chul Han: pensar (en) el capitalismo

También en filosofía puede cumplirse el viejo refrán: «los buenos perfumes se venden en frascos pequeños». En las apenas ochenta páginas que componen La sociedad del cansancio (Herder), y a través de una prosa que requerirá del lector la máxima atención, Byung-Chul Han (profesor de Filosofía y Teoría de los medios en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe) erige todo un análisis del estado de la sociedad occidental. A medio camino entre la filosofía y la teoría de la psicología, Han esgrime las razones fundamentales de por qué hemos caído en un cansancio tenaz producido por la sobreexposición a diversos estímulos que nos alejan de la necesaria reflexión.

Hoy en día vivimos en un mundo muy pobre en interrupciones –asegura el autor–, en entres y entretiempos. La aceleración suprime cualquier entre-tiempo.

Byung-Chul Han filósofo

«Solo lo muerto es totalmente transparente».

Como ya apuntara Nietzsche en Humano, demasiado humano, alertando de los peligros propios de la hiperatención (en contraposición al estudio detenido y la contemplación), «a los activos les falta habitualmente una actividad superior, en este respecto son holgazanes. Los activos ruedan, como rueda una piedra, conforme a la estupidez de la mecánica». Estar «a todo», como comúnmente se dice, refleja una actitud carente de interés crítico, de análisis meditado de cuanto nos rodea. Consumismo, trabajo, mercado global, una oferta cultural inabarcable… Vivimos rodeados de aguijones que, de manera constante, inyectan en nosotros la incapacidad para detenernos y pensar.

Este «exceso de positividad», como Han lo llama, se manifiesta «como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos. Modifica radicalmente la estructura y economía de la atención. Debido a esto, la percepción queda fragmentada y dispersa», se hace veleidosa, caprichosa. Sólo atiende a la voz del deseo. Parece que nuestra mente queda atada a los excesos de nuestro entorno, convertida en puro autómata.

El futuro se acorta convirtiéndose en un presente prolongado. Le falta cualquier negatividad que permita la existencia de una mirada hacia lo otro. […] La dispersión general que caracteriza la sociedad actual no permite que se desplieguen el énfasis y tampoco la energía de la rabia. La rabia es una facultad capaz de interrumpir un estado y posibilitar que comience uno nuevo.

Nuestra razón, de este modo, se hace vaga; ya sólo desea aquello que la mantiene ocupada, sin importarle el contenido de la acción. Por eso quiere lo igual, lo que de ninguna manera niega la satisfacción de sus querencias. Aquel exceso de positividad (sobreabundancia de estímulos), asegura Han, «significa el colapso del yo que se funde por un sobrecalentamiento que tiene su origen en la sobreabundancia de lo idéntico«. 

La sociedad del cansancio¿En qué sentido, entonces, está «cansada» la sociedad? Nos hemos hartado, afirma el autor, del carácter enigmático y problemático de la otredad y la extrañeza. Nuestro objetivo prioritario es pasar el tiempo realizando actividades que no alteren el estado normal de nuestra conciencia, que no molesten, que no requieran reflexión, meditación: un alto en el camino. Somos «sujetos de rendimiento» que creemos vivir en libertad, aunque la realidad es muy otra: nos hallamos «tan encadenados como Prometeo», figura programática de la sociedad del cansancio.

Para Byung-Chul Han, debemos deshacernos de esta actitud que nos deja desarmados, sin herramientas adecuadas para afrontar críticamente nuestro día a día. Y peor aún, nos aísla en nuestro interior. El diálogo interpersonal deja paso a la más estúpida palabrería que, al fin y al cabo, se parece mucho al silencio: sólo importa hablar por hablar, hacer que el tiempo pase, desasirnos de nuestra condición finita.

En contraste con este hastío generalizado del no-hacer, necesitamos sentir un auténtico y profundo cansancio, producto de una actividad plena. A través de él, se despierta una «visibilidad especial», un «cansancio despierto» que permite el acceso a una «atención totalmente diferente, de formas lentas y duraderas que se sustraen de la rápida y breve hiperatención».

Una lectura imprescindible y muy enjundiosa (desde el punto de vista filosófico, sociológico y lingüístico) para comprender los síntomas de una sociedad a la que, a fuerza de estímulos, se le ha provocado «el infarto del alma».

Tras el rotundo éxito de su enjundiosa reflexión sobre La sociedad del cansancio, en la que Byung-Chul Han afirma que una nueva concepción del tiempo ha irrumpido fatalmente en el funcionamiento de los grupos humanos, conduciéndolos al vaciamiento de todo sentido, este filósofo de origen coreano estudia en la segunda de sus obras que publica Herder -caracterizada como es su costumbre por la brevedad y la densidad- el concepto de «transparencia», de tanta actualidad.

Byung-Chul Han

Al contrario de lo que suele pensarse y proclamarse desde diferentes medios, Han observa en lo transparente un mecanismo de igualación y homogeneización de lo diferente, pues si algo no permite la sociedad de la transparencia son las «lagunas de información ni de visión». Todo ha de estar lleno, carente de vacío: nos encontramos rodeados de información, tanta, que «hoy se atrofia la facultad superior de juzgar a causa de la creciente y pululante masa de información» a la que nos sometemos diariamente.

Ya Nietzsche (referente constante de Han) expresaba en La voluntad de poder, como ideario de una nueva ilustración, la necesidad de poseer una «voluntad de la ignorancia y aprenderla», pues debemos comprender que, sin ella, «la vida misma sería imposible» y que la propia ignorancia es una parte inherente de la vida humana merced a la cual «únicamente prospera y se conserva lo que vive». Han hace suya la tesis nietzscheana y asegura que sólo lo que es totalmente transparente está muerto y, por tanto, carece de toda capacidad de atracción. Pues, como ya apuntara Sennett, «la autonomía significa aceptar en el otro lo que no entendemos».

La sociedad de la transparencia

Byung-Chul Han demanda al lector una actitud de distanciamiento de la que carecemos en la actualidad. Con el dominio capitalista, el mundo se ha hecho, de forma irreverente, desvergonzado y desnudo, incluso «pornográfico». Hemos de aceptar el «desgarro» que atraviesa el alma humana, que ni siquiera permite al yo estar de acuerdo consigo mismo, para hacer frente a la violencia de la que se encuentra repleto el concepto de transparencia. Una violencia que se traduce en imperativo: todo cuanto no se somete a la visibilidad se vuelve sospechoso, «sé transparente». Y de lejos, como un murmullo, escuchamos la inolvidable cita de Peter Handke: «Vivo de aquello que los otros no saben de mí».

La transparencia se ha convertido casi en un dogma: se pide desde el estrado político, desde los medios informativos y desde diversas plataformas ciudadanas. Pero ¿es la transparencia un concepto, precisamente, transparente?

Byung-Chul Han obliga al lector a replantearse lo que, en demasiadas ocasiones, damos por sentado. Y es que, como escribe en las primeras líneas de este librito indispensable para entender nuestro presente…

… las cosas se hacen transparentes cuando abandonan cualquier negatividad, cuando se alisan y allanan, cuando se insertan en el torrente liso del capital, la comunicación y la información.

Nuestra sociedad es, a ojos de Han, el «infierno de lo igual», de lo homogéneo, y la transparencia se ha convertido en su auténtico profeta, en una coacción sistémica que «se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio», haciendo de la sociedad un constructo que se estabiliza y acelera al gusto de las clases dirigentes.

En La sociedad de la transparencia se traza un desgarrador y motivador retrato de nuestra sociedad occidental, donde Han intenta explicar que transparencia y verdad no son idénticas. Esta última cuenta con una negatividad (algo oculto, que se esconde y empuja a la indagación crítica) de la que la transparencia carece. A fin de cuentas, «más información, más comunicación no elimina la fundamental imprecisión del todo. Más bien la agrava».

La negatividad de la separación (secreto, secretus), de la delimitación y del encierro es constitutiva para el valor cultural. En la sociedad positiva, en la que las cosas, convertidas ahora en mercancía, han de exponerse para ser, desaparece su valor cultural a favor del valor de exposición.

Por último, Herder también ha publicado en español la tercera y contundente obra de Han, La agonía del Eros, en la que asegura que en la actualidad el sexo y el amor también son sometidos a la lógica del rendimiento: «La sensualidad -asegura- es un capital que hay que aumentar. El cuerpo, con su valor de exposición, equivale a una mercancía […] No se puede amar al otro despojado de su alteridad. Sólo se puede consumir».

El capitalismo intensifica el progreso de lo pornográfico en la sociedad, en cuanto lo expone todo como mercancía y lo exhibe. No conoce ningún otro uso de la sexualidad. Profaniza el Eros para convertirlo en porno.

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